lunes, 21 de noviembre de 2011

Convocados a la sacralidad de la amistad

Habitamos la casa que nos habita. No hay sentimiento más humano que el hogar; en el nacemos y en el aspiramos morir. No hay sentimiento más dramático que vivir a la intemperie; es el terror cósmico que obligó a nuestros ancestros a habitar cavernas o crear refugios que los protegieran de la naturaleza, de las fieras y de los hombres, siendo estos últimos mucho más amenazantes y peligrosos que los otros. Otro motivo fue ocultarnos de Dios; siempre es terrible la mirada escrutadora de los dioses, que no es otra cosa que nuestra propia conciencia. Caín, cometido el fratricidio, intentó huir de sí mismo, como si él no fuera responsable de su hermano. Todos somos responsables de todos. Noé, el escogido, cobijó a la humanidad sobreviviente y al mundo natural, en su arca, inerme y solitaria en un mundo de agua e infinito, en una navegación a la intemperie y sin rumbo conocido. Nuestras “casas” nos acompañan, la conciencia en primer lugar. Nuestra gente, nuestra soledad, nuestra propia tumba, agotados nuestros soles y lunas. La única casa digna de ser mostrada al final, es la de cimientos firmes, techo transparente y sin muros, como lo quería Seneca, para poder vivir a la vista de todos y es lo que ustedes, mis amigos, han hecho, ayudar a descorrer las paredes de los muchos silencios que me han habitado y me habitan.
Dice Seneca Dios tiene su eternidad y los seres humanos tenemos nuestras vidas, únicas y absolutas y de ella tenemos que rendir cuentas, a nosotros mismos, a los nuestros, a los amigos, a nuestros semjeantes. Ustedes me han abrumado con su generosidad y me han colocado, sin querer y con muchos cariño, en grave riesgo. Dice el filosofo estoico y tiene razón “lo que más nos impide avanzar es que pronto nos sentimos contentos de nosotros mismos; si encontramos a alguien que nos califique de bueno, prudentes o virtuosos, pronto estamos de acuerdo”.
Como siempre la responsabilidad no es de ustedes sino mía, para que estos días tan gratificantes, me hagan crecer, aconsejan los pitagóricos por lo menos un silencio de cinco años. El elogio es una tremenda responsabilidad para quien lo recibe y sin lugar a duda el silencio es la mejor recomendación. La primera ciencia es aprender a vivir, practicar la coherencia y entender que en nuestra conciencia puede habitar un dios o un demonio. He sido observado y acompañado con amistad e indulgencia y he recibido palabras llenas de generosidad. Como educador he llegado a pensar que en algunos casos pude ir más allá del monologo profesoral. Como historiador me nutre y me expresa el poema de Bertolt Bretch “Un obrero lee la historia”. A los vencedores les sobran libros y tumbas; a los vencidos humillados y ofendidos de la tierra les faltan voces y siguen en espera de ciencias y autores que los expresen. La literatura y el cine es otra patria a la que pertenezco y en la que habito y me habitan. La otra patria es la ciudadanía que es irrenunciable en el ejercicio agónico de la cotidianidad civilizada. En Venezuela seguimos en deuda con la republica y la democracia que no terminamos de construir y constituir. El maestro Simón Rodríguez lo sabía muy bien al decir que sin repúblicos no hay republica; sin ciudadanía y civilidad no hay democracia ni republica y sin libertad responsable no hay patria grande ni sociedad evolucionada. El proyecto republicano de 1810 y 1811 sigue siendo precario en la medida que las instituciones y las leyes siguen subordinadas al poder de turno y la democracia inaugurada con el sufragio universal de 1947 sigue huérfana en la medida que es violentada por los autócratas y por esos dos excesos que son el militarismo y el populismo, enfermedades endémicas y recurrentes en estas latitudes. Es necesario crear la memoria civil de nuestra sociedad, la de la ciencia y la de la cultura y entender que no hay otra fórmula que el respeto a los Derechos Humanos y al Estado de Derecho como definición civilizatoria de la Sociedad y del Estado.
En el homenaje les rindo homenaje a mis amigos y a todos aquellos que me acompañan, mi familia y todos ustedes y permítanme particularizar una vez más a Lilia, compañera de vida y apuesta cierta a la eternidad, inmortales inclusive en nuestra inmanencia tal como lo expresó Octavio Paz citando a Quevedo por aquello de la llama doble y las cenizas enamoradas. Otra vez el filósofo nos recuerda que somos afortunados cuando la vida nos conduce a la vejez y a la muerte pero en el entendido que aún ancianos apenas comenzamos a vivir. En lo posible hemos evitado el odio y el menosprecio y hemos tratado de guardarnos de la ira, hemos pretendido vivir no para alargar la muerte sino para descubrir con asombro que a pesar de todo, la vida vale la pena y ustedes sin lugar a dudas, han contribuido a que ello sea así.