lunes, 7 de diciembre de 2015

Una Política para una nueva Utopía

En el siglo XXI, prácticamente han sido canceladas todas las ilusiones y las utopías de la modernidad, fundamentalmente la idea de progreso y sus diversas derivaciones particularmente las palabras: modernización, desarrollo y revolución. Las palabras: progreso, que implica los conceptos de modernización, de desarrollo y revolución, nos remiten a la idea “de otro mundo posible anhelado”. Después de tres siglos convulsionados y trágicos, sin lugar a dudas, la humanidad, o por lo menos parte de ella, ha avanzado, pero ya muy pocos siguen pensando que éste es el mejor mundo posible. En consecuencia se nos obliga a elaborar nuevas utopías y paradigmas políticos que vayan más allá de los conceptos aludidos.

La humanidad en este comienzo de siglo vive de manera agónica viejos y nuevos desafíos. La pobreza con su carga de desigualdades e injusticias, nos sigue acompañando y la tierra como casa común luce agotada y fatigada y en la perspectiva del desarrollo tecnológico y la unificación financiera del globo, la globalización se presenta como amenaza y oportunidad. La globalización no puede ser la simple proyección de las hegemonías geopolíticas sino una oportunidad para desarrollar sistemas políticos locales, regionales y mundiales que fusionen “polis” y “domus”, como dice José Laguna, “que integre justicia y cuidado”.

En la realidad histórica cabe todo y estamos todos, es lo real en presencia, profundidad y expansión “solo si la realidad puede dar más de sí, es posible plantearse políticas con alma escatológica, capaces de inaugurar futuros no predichos”. La humanidad es una sola, en el sentido ontológico, pero sólo es comprensible desde la multiculturalidad, una y diversa.

La historia no es solo lo que va siendo predeterminado, como lo plantea la teoría del progreso sino es la historia viva, indeterminada, lo que va siendo-haciéndose (nos reproducimos culturalmente, idénticos a sí mismos, pero igualmente creando novedades y no solo artísticas y tecnológicas).

“La historia no se predice, se produce… lo real abarca tanto lo actual como lo posible”.

El progreso de todos va a depender de las oportunidades reales para todos y la capacitación a una escala planetaria que permita convertir derechos abstractos en libertades reales para todos y cada uno. Como dice José Laguna: tenemos que abrirnos a un “progreso capacitante”.

Qué hacer y cómo hacer para “engendrar futuro” en términos de progreso real, cuantitativo y cualitativo y no simplemente más de los mismo, aunque lo disfracemos de novedad, un poco a la manera de la moda en las sociedades abiertas o la revolución en las sociedades cerradas.

Si bien en la evolución histórica podemos identificar una fuerza homogeneizante, como el hombre unidimensional de Marcuse, o la visión de totalidad y progreso de Hegel, o el autodesenvolvimiento de la razón de Kant, en realidad la historia realmente avanza cuando logra integrar los que viven al margen, lo prohibido, el tabú, o la exclusión en general, como las llama Laguna: las “anomalías”.

En esta modernidad líquida, como fue llamada, donde todo es moldeable y adaptable, incluyendo la moral, y en donde todo está permitido si aceptamos la tesis de la muerte de Dios, la globalización y todo lo inherente a ella se convierten en datos empíricos no tanto para calificar o descalificar sino desafíos para desde una nueva política intentar definir las nuevas utopías del siglo. El primer desafío es la superación de los “ismos” anacrónicos que nos siguen acompañando, así como categorías políticas cada día más vacías: desarrollismo, liberalismo, nacionalismo, revolucionarismo, nazismo, fascismo, socialismos, comunismos. Inlusive ya los términos de izquierdas y derechas cada vía van significando menos, y tienden a confundir la percepción real de lo real sobre esquemas ideológicos y teorías cada vez más anacrónicas. Categorías teóricamente cada vez más insuficientes para explicar y proyectar la dinámica real de esta humanidad que no termina de abandonar el siglo XX y no empieza a construir algo diferente y mejor en este siglo XXI que recién comienza. Estamos en presencia de un cambio profundo de paradigmas y realidades, y frente a estas complejas y amenazantes realidades, en donde una vez más la guerra y la paz vuelven a hacer nuestros desafíos mayores, muchos nos proponen que repensemos la política desde conceptos fundamentales y Laguna, concretamente, nos propone repensar la política desde la “polis” y el “domus”, como él dice “todo viene determinado por la necesidad de conciliar contrato social y fraternidad en el discurso y la práctica política.”

La modernidad se inauguró políticamente con la declaración de los derechos del ciudadano en 1789 y las tres palabras-programa que han inspirado toda la acción política de la modernidad: libertad, igual y fraternidad; siendo esta última la palabra olvidada y quizás la que más urgentemente hay que recuperar, ya que con la fraternidad es como realmente estaríamos garantizando la libertad y la igualdad.