jueves, 27 de enero de 2005

La Historia Maniquea


La historia no puede ser vista en blanco y negro, eso no es científico sino fanatismo o sectarismo, propio del pensamiento irracional, especialmente cuando se mezcla con lo religioso, lo ideológico y lo político, es decir esa alquimia peligrosa, como decía P. Valery, de las supersticiones, las creencias y los intereses. Como ejemplos tenemos en la actual coyuntura el caso venezolano, como si la historia del país terminara aquí y todo se redujera a chavismo y antichavismo. Estos términos hay que escribirlos con minúscula porque hoy parecen arroparlo todo y en la perspectiva histórica dudo si van a llegar a ser realmente importantes. Chávez es un adocenado caudillo más de nuestra triste y miserable historia de dictadores. Existen para perpetuar el atraso y la ignorancia y para recordarnos los fantasmas y demonios que acompañan y expresan una parte de nuestro ser social.
Otro ejemplo, es la invasión a Irak por los anglo-norteamericanos. En lenguaje de la ONU esto es una agresión militar, ya que no se puede hablar de guerra, con una diferencia tan abismal tecnológica y militar de  los antagonistas. Aquí la primera víctima es el derecho internacional, la propia ONU y su consejo de seguridad, mejor llamarlo de aquí en adelante consejo de inseguridad. No importó para nada el veto francés, ruso y chino ni la oposición de Alemania; todos son, hoy por hoy, gigantes económicos y pigmeos militares, frente a una realidad incontrovertible, estamos en un mundo unipolar, hegemonizado por Estados Unidos ¿por cuánto tiempo? Esa es la incógnita a despejar en los próximos años. Rechazada la invasión, el fin no justifica los medios; no hay duda que buena parte del mundo se alegra con la caída de los talibanes en Afganistán y del sátrapa Saddam Hussein en Irak. El reto es que el remedio no sea peor que la enfermedad y que la reconstrucción de ambos países se haga en democracia y en desarrollo y todo con el auspicio, auxilio y apoyo internacional. ¿Hacia dónde va el imperio? Según la historia, debe ir en busca de nuevas presas, y me luce que puede ser Corea del Norte, Libia, Irán y porqué no, Colombia y Venezuela.
En estas guerras imperiales, los mejores aliados de Estados Unidos son sus principales enemigos visibles, que con sus acciones les dan pretexto y motivos para actuar. Así fue Bin Laden y la destrucción de las Torres Gemelas. La retórica guerrerista y retadora de líderes como la de los talibanes, Saddam, Kim el Sung, Khaddafi, Fidel, Chávez. En función de ello, y de manera irónica me he permitido calificar a este tipo de líderes, como verdaderos agentes de la CIA.
Los gigantes de hoy son los pigmeos de mañana y la historia nunca es en blanco y negro. La verdadera historia y lo verdaderamente importante es la historia cultural de la humanidad y no su historia bélica y política, ésta es ruidosa y pasajera, la otra, es silenciosa y duradera.

El fracaso de la modernidad

En América Latina y en Venezuela parte del drama político es que no vivimos la modernidad en sus principales aportes: renacimiento, ilustración, revolución industrial y tecno-científica. Esto nos ha llevado a definir una cultura de la modernidad más como una moda y una retórica que como realidad, de allí la pre-modernidad internalizada en nuestra cultura imperante y el avanzar en círculo.
Por todo ello nos empeñamos en seguir en la pre-modernidad, atrapados en el pasado y negando el futuro, lo del siglo XXI es pura retórica en nuestro caso.
La brecha se ensancha entre ricos y pobres, los primeros son cada vez menos y más ricos y los segundos cada vez más y más pobres. “En 1960, el 20% más rico de los países del mundo era 30 veces más rico que el 20% más pobre. Treinta años después 1990, el 20% más rico de los países, era 60 veces más rico que el 20% más pobre”.
Igual la brecha tecnológica, los países avanzados se despegan y nos dejan atrás y nos convierten en simples consumidores y usuarios de chatarra tecnológica. América Latina no llega al 2% de la innovación tecno- científica mundial, es decir nada o casi nada. Si a eso unimos nuestra decreciente participación en el comercio mundial (apenas el 4% en 1980, mientras que en 1950 era el 12%) estamos hablando entonces de una peligrosa y grave involución histórica. Los latinoamericanos, y en general el llamado Tercer Mundo, hemos redefinido el concepto de progreso y desarrollo, como un avanzar/retrocediendo. Nos empeñamos en la pre-modernidad, negamos la racionalidad moderna y seguimos empecinados en el anti-desarrollo, anclados en una mentalidad mineralizada en un pensamiento mágico/mítico, y un complejo de superioridad que se traduce en un etnocentrismo provinciano que padecemos en grado sumo, sustentado en la idea que somos un país rico, nuestra clase dirigente tiene el complejo en grado patológico y alimenta un optimismo panglosiano y enfermizo que les hace pensar que avanzamos mientras retrocedemos; rodeados de miseria y carencias, seguimos hablando de nuestras riquezas y maravillas naturales, cuando día a día destruimos y depredamos nuestro ambiente y reducimos nuestra calidad de vida.
No se trata de ideologizar el optimismo o el pesimismo, ni dejar de ser optimistas y esperanzados, sino de asumir realística y críticamente nuestra realidad y avanzar de manera real y no retóricamente, empobreciendo el país mientras nos vanagloriamos de nuestras riquezas y bondades, que sí tenemos, pero nos empeñamos en despilfarrar y desbaratar.
Otra negación de la modernidad ha sido el desprecio por las formas y los procedimientos, seguimos pensando en los hombres providenciales y las soluciones mágicas e inmediatistas, sólo cuando asumamos el principio de la norma general y el respeto a la misma, en fin, el cumplimiento de las leyes y el cumplimiento del deber, no como una concesión o un favor, sino como una obligación legal y moral; en ese momento habremos entendido y asumido, la importancia y pertinencia de la tecno-burocracia que decía Max Weber.
La sociedad moderna y democrática se fundamenta en la revolución industrial y tecno-científica, en el Estado de Derecho y en la educación en su más amplio y eficiente sentido. El progreso o desarrollo es un proyecto histórico que debe ser asumido por toda la población sin magia y sin complejo. La educación es permanente y sólo alcanzará la plenitud de sus posibilidades cuando toda la sociedad se convierta en educadora, desde la familia, pasando por la comunidad hasta el modelaje de la clase dirigente, que en este sentido tiene una gran responsabilidad y que en nuestro medio lamentablemente se ha convertido en un paradigma negativo.

Tres lecciones de nuestra historia

Los acontecimientos de carácter histórico son siempre hechos o fenómenos de larga duración. La actual crisis nacional (2002-2003) cuya primera manifestación visible fue el viernes negro de 1983, seguido por el caracazo del 89 y las intentonas golpistas del 92, está tocando fondo y lo hace con un dramatismo extraordinario, un país económicamente en quiebra, una sociedad terriblemente empobrecida y una casi absoluta inestabilidad política. Frente a este cuadro, la escalada confrontacional continúa y hay momentos en que pareciera que la razón y la racionalidad se ausentaron del país.
Pero como los pueblos no se suicidan, aunque los gobiernos cambien, al final siempre hay una solución política. En este momento, aunque parezca lejano un acuerdo, llegará; y llegará más pronto de lo que se piensa ya que la situación es insostenible tanto para el gobierno como para la oposición. Todos estamos perdiendo y el país está en franco naufragio.
El pasado histórico venezolano nos enseña varios caminos, uno, el recorte del mandato presidencial, como ocurrió con López Contreras. Otro, la caída de Medina Angarita por no aceptar el sufragio universal, directo y secreto, que los sectores emergentes del país demandaban y por último la salida de Pérez Jiménez del poder  y es que Venezuela ya no puede ser gobernada desde los cuarteles. Si se entienden y asumen estas experiencias, pronto tendremos elecciones generales anticipadas, con supervisores y garantes internacionales y el país, redefinido el espectro político, debe volver a ser convocado unitariamente a un proyecto país, sin excluidos sociales y políticos y con un programa de gobierno progresista y moderno, para seguir creciendo y avanzando en democracia y libertad.

Teoría de la sociedad enferma

Analizar una sociedad con sentido de totalidad no es fácil, en primer lugar porque ésta cambia y está en permanente movimiento y transformación y en segundo lugar porque la identidad nacional no es ontológica, sino igualmente histórica, es decir, no es tanto lo que somos sino lo que vamos siendo. Venezuela como pueblo y cultura entronca directamente con sus raíces indígenas, africanas y europeas; como República, es decir Estado- Nación viene de 1810, fecha emblemática de un proceso de muchos años, de evolución.
Nos hemos ido constituyendo como país y nos seguimos haciendo en los avatares y circunstancias de nuestra historia de muchos siglos. En los albores del siglo XXI e inmersos en una crisis de carácter histórico con más de 30 años de evolución y una profunda crisis política, no es ocioso autointerpelarse sobre el “ser” nacional, virtudes y defectos de un pueblo que van determinando su “carácter” y por consiguiente su destino. Ejercicio precario de psicología social no es ocioso preguntarnos sobre nuestras máscaras y vernos en el espejo de nuestra historia.
Miranda nos percibió con ansías de libertad y proclives al bochinche, Bolívar nos verá libertarios, pero con tendencia a la anarquía y admiradores en demasía del cuartel.
A. Guzmán Blanco simbolizó la República en un cuero de res, pisado por un lado y alzado por el otro, desde el gobierno, y en todos los gobiernos la cleptocracia se convirtió en un vicio recurrente y desde la sociedad el logrerismo y el oportunismo se convirtió en vocación y hábito nacional. Rómulo Gallegos simbolizó en el bachiller Mujiquita a los intelectuales genuflexos, a los leguleyos obsequiosos y a los aplaudicantes de siempre. Andrés Eloy Blanco, simbolizó en Carujo y Vargas el drama de nuestra civilidad, el gendarme impune y arbitrario violando permanentemente las leyes y el erario público. La “viveza criolla” en muchos autores representa una constante nacional que nos impide acceder a la plena modernidad, Doña Bárbara anulando a Santos Luzardo, la civilización extraviada por la barbarie.
Simón Rodríguez angustiado nos advertía “sin repúblicos no hay República” es decir, sin ciudadanos no hay ciudadanía ni sociedad civil. Esta visión del país, que algunos apresuradamente y de manera interesada llamarían pesimista, en realidad es una visión agónica y trágica de nuestra historia y que muchos se empeñan en confirmar y mantener.
En Venezuela si queremos modificar el Poder y la manera de ejercerlo tenemos que modificar la sociedad y la manera que tiene ésta de asumirse y representarse. La Sociedad venezolana y el imaginario social descansa sobre dos mitos que vienen de la Edad Media y del Renacimiento: el mito del Dorado y de la Juventud, es lugar común en la ideología nacional asumirnos siempre como país rico y país joven, contraviniendo todos los postulados científicos de la Economía Política y de la Antropología Cultural.
Igualmente el poder en Venezuela descansa sobre tres mitos: el culto bolivariano; el mito constitucional y la ilusión revolucionaria. Todo lo anterior permite llegar a una conclusión preocupante que es el de nuestra minoridad histórica como pueblo; seguimos viviendo en el presente y asumiendo el futuro desde el mito y la magia y no desde  la historia y la ciencia anclados en la utopía (lugar de ninguna parte) seguimos evadiendo construir nuestra utopía concreta como pueblo, hic et nunc, aquí y ahora, con las posibilidades reales de nuestro tiempo, que no son otros que los valores humanistas que la humanidad ha proclamado y desarrollado. Un sistema político, económico y social, en donde los principios de libertad, igualdad y fraternidad se conjuguen de la manera más armónica posible y en donde el ser humano se redima a sí mismo en la solidaridad y la convivencia civilizada.
Venezuela como país petrolero, murió en Febrero de 1983, que no lo entendamos y tardemos 50 ó 100 años en asumirlo es otra cosa. El problema o la tarea es desmontar el petro/Estado, es decir, quitarle al gobierno el control de la industria petrolera y el derecho a monopolizar y administrar los recursos que ella genera.
El propietario es  la sociedad venezolana y en esa dirección tenemos que ir. No podemos permitir que el que detenta el poder político también tenga el poder económico, al igual que hay que acabar con el presidencialismo, vieja reminiscencia del caudillismo. El Presidente no puede anular y usurpar los otros poderes.
Venezuela se enfermó por exceso de dinero. La nuestra es una crisis de la prosperidad que maleó nuestro carácter y costumbres, todo lo queremos fácil y sin esfuerzo. El reto está allí, cambiar de actitud y mentalidad, pasar de un Estado y una Sociedad rentista, a un país productivo, en donde el bienestar de todos dependa del esfuerzo, capacitación y bienestar de cada uno.

miércoles, 26 de enero de 2005

La Dictadura Constitucional

      El secreto o la explicación de nuestro constitucionalismo hay que buscarlo, como es obvio, en nuestra propia historia. En Venezuela las Constituciones han sido fundamentalmente presidencialistas y era el traje a la medida que exigía José Tadeo Monagas a sus leguleyos. Después de casi 200 años de República sigue siendo fundamental-mente así; y el amo del poder de turno, además violaba la Constitución cuantas veces le conviniera a sus propósitos hegemónicos y para perpetuarse en el poder, todo lo cual llevó a decir a José Gil Fortoul que la historia constitucional venezolana es la violación sistemática de la constitución, principalmente por quienes la habían hecho en usufructuo del poder.



         No fue así en el 61, cuando hubo una Constitución pactada entre todos los sectores políticos, duró casi 40 años y es la excepción a la regla, igual que las Constituciones de 1864 y la de 1936.


         En total hemos tenido 27 sucesivas Constituciones, incluida la de 1821 que rigió para la Gran Colombia; el Estatuto Constitucional Provisorio de 1914 y la actual bolivariana. 27 Constituciones en menos de 200 años da, una Constitución cada 6 años; si eliminamos los 40 años de vigencia de la del 61, nos da la alucinante cifra de que cada 4 años estamos reformando o cambiando la Carta Magna, la cual por definición está hecha para durar. En Venezuela es todo lo contrario y es que aquí la política y el Estado se definen como el gobierno de los hombres y no el gobierno de las leyes, tal como lo exige y quiere la modernidad.


         De allí que estoy seguro que la actual Constitución, reformada o sustituida durará lo que dure el actual Presidente en el poder.


         La sacralización interesada de la “bicha”, como calificó alguna vez a la Constitución, durará lo que su poder personal; mientras tanto, pretende amurallarse detrás de ella, con desconocimiento absoluto del principio supraconstitucional de la soberanía popular, que en su momento, cuando gozaba de los favores del pueblo, invocó en abundancia.


         La política precede al derecho en momentos históricos y éste es uno de ellos. Sólo cuando el derecho precede a la política y gobiernan las leyes es cuando realmente se puede hablar de una democracia evolucionada, que lamentablemente no es nuestro caso.


Breve historia constitucional



1.                Constitución de 1811.


        La primera del Continente Sudamericano. Teóricamente federalista, a imitación de la norteamericana y profundamente ingenua e irreal, de hecho no tuvo ninguna vigencia.



2.                Constitución de 1819.


         Producto de la guerra, Bolívar su principal inspirador, la estructura con lo mejor y más avanzado de la tradición clásica y de la teoría política en boga, de allí que su aplicación no pasará del papel. Lo real fue lo que dijo Augusto Mijares: “Destruido todo el orden político legal con la caída de la República, ésta va a reconstruirse por obra de jefes militares victoriosos que sin otro principio de autoridad que su poder personal” definen la verdadera Constitución real y orgánica, como dirán posteriormente los positivistas.


3.                Constitución de 1821.


Una Constitución más realista que trata de definir y organizar la República surgida de la guerra pero cuyas previsiones resultaron insuficientes frente a la complejidad de la situación y magnitud de los problemas de esa “ilusión ilustrada” llamada la Gran Colombia.



4.                Constitución de 1830.


         Esta fue la Constitución de más larga duración anterior a la de 1961. Fue una Constitución de equilibrio y bastante realista, lo que permitió estabilizar la República y lograr un progreso relativo del país.



5.                Constitución de 1857.


         Respondió a los deseos reeleccionistas de J. Tadeo Monagas, duró menos de un año, es el famoso traje a la medida de nuestra tradición autocrática.


6.                Constitución de 1858.


         La Constitución de la guerra civil, en ella se seguían planteando buenas intenciones y casi ninguna respuesta real y viable a los problemas reales, duró lo que la guerra para dar paso a la siguiente expresión del bando vencedor, los federales.


7.                Constitución de 1864.


         Declarativa e irreal, fue copia de la Constitución Colombiana de 1862 y obviamente de la norteamericana. Dice G. Morón “Durante un siglo, Venezuela ha sido una República Federal con el nombre de Estados Unidos de Venezuela, de acuerdo con la Constitución escrita. Pero en la práctica ha funcionado como un centralismo, esto es, un Estado en que el gobierno político está concentrado en manos del Presidente de la República”. Siglo y medio después nada ha cambiado.


8.                 Constitución de 1874.


         Constitución con pretensiones modernizadoras, reproducía básicamente el modelo delineado por J.B. Alberti en su libro Las Bases. Un intento orgánico de modernización de nuestras sociedades rurales y atrasadas.



9.                 Constitución de 1881.


         Un traje a la medida y a conveniencia de A. Guzmán Blanco, el autócrata mal llamado civilizador.



10.             Constitución de 1891.


         Ejercicio retórico de oportunismo constitucional. En la práctica nadie acata y respeta constituciones políticamente oportunistas y fraudulentas.



11.           Constitución de 1893.


         La Constitución como texto devaluado y expresión de las apetencias de los caciques de turno.



12.           Constitución de 1901.


         Los nuevos amos en el poder, los andinos y sus pretensiones hegemónicas. No existe división real de los poderes y todos se tienen que subordinar al gamonal o capataz de hacienda llamado Presidente de la República.


13.           Constitución de 1904.


         Igual que la anterior, el único propósito era modificar el período presidencial y regalarle a C. Castro 3 años más, en la Presidencia; apenas duró 8 meses, su leal y fiel vicepresidente lo destituyó y suplantó del poder.

 
14.           Constitución de 1909.



15.           Estatuto Constitucional Provisorio de 1914.


16.           Constitución de 1914.


17.           Reforma constitucional de 1922.


18.           Constitución de 1925.


19.           Reforma constitucional de 1928.


20.           Reforma constitucional de 1929.


21.           Reforma constitucional de 1931.


     Estas últimas 8 Constituciones constituyen uno de los capítulos más vergonzosos de nuestra historia constitucional. Sin ningún respeto por la República J.V. Gómez, hizo lo que le dio la gana con la mal llamada Carta Magna. En el fondo era la misma, lo que cambiaba eran los artículos que garantizaran su poder y la permanencia en el mis-mo. Siempre tuvo a su servicio a los letrados y leguleyos de turno, personajes y magistrados indignos que tanto han abundado y abundan entre nosotros.



22.           Constitución de 1936.
    Constitución seria y modernizadora de la institucionalidad nacional y moderadamente democrática.


         Texto constitucional que ayudó en las reformas necesarias y posibilitó la difícil transición.


23.            Constitución de 1945.


         Esta Constitución sigue muy de cerca a la del 36, además refleja parte de los importantes cambios que se vienen dando tanto en la economía como en la sociedad venezolana y por consiguiente en la política.



24.            Constitución de 1947.


         Producto directo de los acontecimientos políticos del 45, incorpora el sufragio femenino y permite que todo el mundo vote.


25.            Constitución de 1953.


         Otra vez la Constitución como traje a la medida del dictador de turno.


26.            Constitución de 1961.


         La de más larga duración de nuestra historia, francamente democrática y expresión cabal de un amplio consenso social, ideológico y político, amenazada en 1992, no reformada a tiempo y definitivamente malograda en 1998.


27.            Constitución de 1999.


     Otro traje a la medida. Proyecto hegemónico, a pesar de las muchas buenas intenciones declaradas y textos tan hermosos, como vacíos de realidad. El Presidente la ha convertido en un tótem y un fetiche sacralizado con el cual pretende gobernar in aeternum, de espaldas al país y en una dirección contraria a la historia.


         Con su librito azul pretende congelarnos en el tiempo y perpetuarse en el poder.


Venezuela: de la democracia boba a la dictablanda (1983-2003)


 La historia de nuestro país es relativamente sencilla: un pasado indígena prehispánico que se pierde en la realidad de los tiempos, escasamente estudiado entre nosotros y asumido, más como mito indigenista, que como historia.


         El indio en Venezuela siempre ha sido despreciado y maltratado, por la colonia y por la república, arrinconando en la periferia territorial, unos 35 grupos, en su mayoría en peligro de extinción, son poco menos de medio millón de personas a quienes el país les debe casi todo, aunque en el mito nacional, se les exalta y glorifica hasta con el panteón nacional.


         Muy pocos venezolanos se ocupan o preocupan por los indígenas aunque muchos presumen de ancestros indígenas cuando les conviene, es una herencia sin compromiso[1]*.


         El ancestro africano ha corrido igual o peor suerte, mezclado de manera abundante en el torrente sanguíneo y cultural del país, no existe como grupo étnico o social aparte, aunque en algunas zonas o regiones del país sobrevive como cultura de la resistencia, frente a otras influencias culturales dominantes.


         Venezuela afortunadamente es una sociedad mestiza no exenta de racismo sin llegar éste a los extremos y violencias de otros países.


         Hoy por hoy, somos un país y una sociedad de encuentro e integración étnica sin menoscabo de la exclusión y violencia de algunos sectores, condenados más por la pobreza que por el color de la piel.


         Para fortuna de todos, varios millones de venezolanos hunden sus raíces en Europa, Asia y Medio Oriente y en muchos de nuestros países latinoamericanos.


         En términos económicos se ha escrito bastante sobre la Venezuela agrícola y minera, lamentablemente seguimos bastante lejos en industrialización y modernidad. Somos como una sociedad a medio hacer, a medio camino entre la edad media y la contemporaneidad; en pleno siglo XXI, el siglo XIX venezolano sigue presente.


         El petróleo marcó nuestro siglo XX y desde los años 20 hasta la década del 70 fue una formidable palanca de desarrollo, lamentablemente desaprovechada en todas sus posibilidades de futuro por la ignorancia, impericia y corrupción de unas elites que asumieron de manera insuficiente la modernidad y la democracia.


         Seguimos siendo una república amarrada al caballo de Bolívar, sigue siendo la independencia, la epopeya nacional por antonomasia, obviando sus desviaciones y limitaciones, no siendo la menor, el entronque directo con el caudillaje usurpador y violento que plagó todo nuestro siglo XIX de conflictos civiles y atraso y prolongó la agonía dictatorial bien entrado el siglo XX.


         La Venezuela petrolera sin lugar a dudas forma parte de lo afirmativo venezolano; el país avanzó en todos los órdenes hasta la degeneración del sistema en las dos últimas décadas del siglo XX, décadas perdidas y vergonzantes para quienes detentaron el poder, tanto de la Cuarta como de la mal llamada Quinta República.


         La sociedad en su conjunto también tuvo su grado de responsabilidad; cada sector y cada grupo social formó parte del jolgorio y del bochinche nacional; los de arriba se enriquecieron sin esfuerzo y sin talento, por su simple cercanía al poder; las clases medias vivían y pretendían vivir como ricos, más allá de su esfuerzo y sus méritos y el pueblo, los de abajo, un largo 50 por ciento, aunque con las sobras de la mesa, pretendían un sistema sólo de derechos y beneficios y no de obligaciones y deberes, a todos nos faltó sacrificio, esfuerzo y patriotismo, y lamentablemente, sin saberlo, fuimos constituyéndonos en una sociedad enferma.


El mito del dorado y la eterna juventud


El campamento petrolero


  Los pueblos, igual que los seres humanos, necesitan ilusionarse, de allí la constante historiográfica en donde mitos y leyendas preceden a la historia.


         La edad de oro original. Aquello de que todo tiempo pasado fue mejor; a las sociedades, igual que a las familias, les gusta verse ennoblecidas por los orígenes. En Venezuela, temporalmente, cultivamos dos poderosos mitos: el dorado y la juventud, éramos tierra de inmensas riquezas y de una juventud prometedora, dos ideas totalmente pre-modernas y que desmienten ampliamente la economía política y la antropología cultural, además de la experiencia y la realidad.


  Pero los mitos se mineralizan en la conciencia social y en el inconsciente colectivo y pasan a formar parte de la mentalidad de todo un pueblo.


   En Venezuela hemos vivido en abundancia ambos mitos y hemos pagado un costo alto en cuanto a futuro y oportunidades.


         Creíamos y seguimos creyendo que somos un país rico, no importando las demoledoras cifras de pobreza, marginalidad y exclusión que agotan nuestra desesperada realidad social y económica.


         Igualmente, seguimos empecinados en disculparnos todos nuestros errores y excesos con el argumento de la juventud del país y que el futuro nos pertenece por derecho propio, como si 200 años de república no fueran suficientes para construirla en democracia, paz y progreso ó 500 años de historia mundial; desde aquel lejano 1492 o la milenaria evolución cultural de nuestros indígenas. Venezuela ni es joven ni es rica, puede ser próspera si queremos la mayoría de los venezolanos y seguir escribiendo y haciendo una historia de un pueblo que cada día se empeña en ser mejor, a partir del empeño individual, como seres libres y responsables.


         La versión del dorado cambia con los tiempos: en la colonia era la quimera del oro; en la era petrolera, era la Venezuela saudita y mayamera; hoy continuamos con el despilfarro y el consumismo de una riqueza rentista, no producida por nosotros. Es el síndrome del centro comercial que nos define mayoritariamente; ir a soñar y vivir de ilusiones en los centros comerciales; qué otra cosa desea con mayor fervor nuestra población, ir en peregrinaje a eso, que Henry Miller llamó en los lejanos 50 del siglo XX, “pesadillas con aire acondicionado”.


         En la Venezuela petrolera de 1950, la aspiración máxima de todo venezolano era ser empleado petrolero y vivir en un campo de la “compañía”. Era la concreción del paraíso en la tierra para muchos venezolanos. Eran campamentos delimitados y resguardados, limpios, seguros y hermosos, con la salud, educación y recreación garantizada, las casas sólidas y funcionales, los servicios y los “comisariatos” eficientes; en fin, todo adecuado, todo hecho para el disfrute, bienestar y calidad de vida de la gente. Este sistema generó una mentalidad de campamento que diferenciaba y discriminaba al resto del país, un poco lo que después sería la llamada mentalidad PDVSA, con todo y que ésta era una empresa ya nacionalizada. El otro país, el pobre, feo y atrasado estaba fuera de la cerca y se evitaba en lo posible. No importa si dentro de la cerca, el venezolano era a su vez discriminado por la nómina extranjera que se auto-segregaba dentro del campo en otro campo sólo para las “nóminas” mayores, lógicamente de casas más grandes y con mejores jardines, piscinas y canchas vedadas al criollo, con rarísimas excepciones.


         Esta perversión, este verdadero “apartheid” era tolerado y glorificado en una sociedad que permitió este colonialismo interno, lo asumió y lo proyectó hacia el resto del país no privilegiado. Una parte del país negó a la otra parte lo que en el México de 1920 se llamó las “elites ausentes”, situación que ha continuado hasta nuestros días en una mentalidad de exclusión cultivada. Nuestras “elites” siguen ausentes, y la mayor parte de la clase media, sigue soñando con las playas de Florida. Como los pobres fueron ignorados, éstos se multiplicaron y hoy exigen atención urgente, más allá de la retórica populista del oportunista de turno.









[1] * Se calcula un 50 por ciento de nuestra población con ascendencia indígena, un 10 por ciento con ascendencia africana y un 40 por ciento europea.


viernes, 14 de enero de 2005

Diálogos de Platón



De tantas opiniones que hemos discutido todas han sido refutadas menos esta, que permanece inquebrantable: que se debe tener mucho mas cuidado de cometer una injusticia que no de ser víctimas de ella y que ante todo se debe procurar no sólo parecer un hombre de bien, sino serlo lo mismo en público que en privado ; que si alguno faltare en algo fuere en lo que fuere, es preciso castigarle, y que después del primer bien, que es ser justo, el segundo es llegarlo a ser y sufrir el correctivo que antes mereció; que es preciso huir de la lisonja de sí mismo como de la de los demás y que jamás ha de servirse de la retórica ni de ninguna otra profesión si no es con miras a la justicia. Ríndete pues, a mis razones y sígueme por la ruta que te conducirá a la felicidad en esta vida y después de tu muerte como acaba de demostrar este discurso. Sufre que se te menosprecie como un insensato, que te insulten si quieren, y hasta déjate abofetear sin protestar aunque te parezca infamante. Ningún mal te sucederá por ello si eres realmente un hombre bueno dedicado a la práctica de la virtud. Después que la hayamos cultivado en compañía, si lo juzgamos a propósito intervendremos en los negocios públicos, y cuando se trate de deliberar acerca de algo, estaremos más en estado de hacerlo que actualmente. Porque es vergonzoso para nosotros que en la situación en que parecemos estar, queramos hacer creer como si valiéramos para algo, sin tener en cuenta que a cada instante cambiamos de opinión en lo referente a los mismo objetos y hasta a los más importantes, ¡tan grande es nuestra ignorancia! Sirvámonos, pues, del discurso que nos hace la luz en este momento, como de un guía que nos hace ver que el mejor partido que podemos seguir es vivir y morir en la práctica de la justicia y de las otras virtudes. Marchemos por la senda que nos traza y excitemos a los otros a que nos imiten. No escuchemos el discurso que te ha seducido, Calicles, y al que me exhorta para que me rinda porque no vale nada, amigo mío.


Tomado de:

Diálogos Platón
Boreal, 1998. Págs. 119-120