viernes, 14 de enero de 2005

Diálogos de Platón



De tantas opiniones que hemos discutido todas han sido refutadas menos esta, que permanece inquebrantable: que se debe tener mucho mas cuidado de cometer una injusticia que no de ser víctimas de ella y que ante todo se debe procurar no sólo parecer un hombre de bien, sino serlo lo mismo en público que en privado ; que si alguno faltare en algo fuere en lo que fuere, es preciso castigarle, y que después del primer bien, que es ser justo, el segundo es llegarlo a ser y sufrir el correctivo que antes mereció; que es preciso huir de la lisonja de sí mismo como de la de los demás y que jamás ha de servirse de la retórica ni de ninguna otra profesión si no es con miras a la justicia. Ríndete pues, a mis razones y sígueme por la ruta que te conducirá a la felicidad en esta vida y después de tu muerte como acaba de demostrar este discurso. Sufre que se te menosprecie como un insensato, que te insulten si quieren, y hasta déjate abofetear sin protestar aunque te parezca infamante. Ningún mal te sucederá por ello si eres realmente un hombre bueno dedicado a la práctica de la virtud. Después que la hayamos cultivado en compañía, si lo juzgamos a propósito intervendremos en los negocios públicos, y cuando se trate de deliberar acerca de algo, estaremos más en estado de hacerlo que actualmente. Porque es vergonzoso para nosotros que en la situación en que parecemos estar, queramos hacer creer como si valiéramos para algo, sin tener en cuenta que a cada instante cambiamos de opinión en lo referente a los mismo objetos y hasta a los más importantes, ¡tan grande es nuestra ignorancia! Sirvámonos, pues, del discurso que nos hace la luz en este momento, como de un guía que nos hace ver que el mejor partido que podemos seguir es vivir y morir en la práctica de la justicia y de las otras virtudes. Marchemos por la senda que nos traza y excitemos a los otros a que nos imiten. No escuchemos el discurso que te ha seducido, Calicles, y al que me exhorta para que me rinda porque no vale nada, amigo mío.


Tomado de:

Diálogos Platón
Boreal, 1998. Págs. 119-120
 

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