El
secreto o la explicación de nuestro constitucionalismo hay que buscarlo, como
es obvio, en nuestra propia historia. En Venezuela las Constituciones han sido
fundamentalmente presidencialistas y era el traje a la medida que exigía José
Tadeo Monagas a sus leguleyos. Después de casi 200 años de República sigue
siendo fundamental-mente así; y el amo del poder de turno, además violaba la Constitución cuantas
veces le conviniera a sus propósitos hegemónicos y para perpetuarse en el
poder, todo lo cual llevó a decir a José Gil Fortoul que la historia
constitucional venezolana es la violación sistemática de la constitución,
principalmente por quienes la habían hecho en usufructuo del poder.
No fue
así en el 61, cuando hubo una Constitución pactada entre todos los sectores
políticos, duró casi 40 años y es la excepción a la regla, igual que las
Constituciones de 1864 y la de 1936.
En total
hemos tenido 27 sucesivas Constituciones, incluida la de 1821 que rigió para la Gran Colombia; el Estatuto
Constitucional Provisorio de 1914 y la actual bolivariana. 27 Constituciones en
menos de 200 años da, una Constitución cada 6 años; si eliminamos los 40 años
de vigencia de la del 61, nos da la alucinante cifra de que cada 4 años estamos
reformando o cambiando la Carta Magna,
la cual por definición está hecha para durar. En Venezuela es todo lo contrario
y es que aquí la política y el Estado se definen como el gobierno de los
hombres y no el gobierno de las leyes, tal como lo exige y quiere la
modernidad.
De allí
que estoy seguro que la actual Constitución, reformada o sustituida durará lo
que dure el actual Presidente en el poder.
La
sacralización interesada de la “bicha”, como calificó alguna vez a la Constitución, durará
lo que su poder personal; mientras tanto, pretende amurallarse detrás de ella,
con desconocimiento absoluto del principio supraconstitucional de la soberanía
popular, que en su momento, cuando gozaba de los favores del pueblo, invocó en
abundancia.
La
política precede al derecho en momentos históricos y éste es uno de ellos. Sólo
cuando el derecho precede a la política y gobiernan las leyes es cuando
realmente se puede hablar de una democracia evolucionada, que lamentablemente
no es nuestro caso.
Breve historia
constitucional
1.
Constitución de
1811.
La
primera del Continente Sudamericano. Teóricamente federalista, a imitación de
la norteamericana y profundamente ingenua e irreal, de hecho no tuvo ninguna
vigencia.
2.
Constitución de
1819.
Producto
de la guerra, Bolívar su principal inspirador, la estructura con lo mejor y más
avanzado de la tradición clásica y de la teoría política en boga, de allí que
su aplicación no pasará del papel. Lo real fue lo que dijo Augusto Mijares: “Destruido
todo el orden político legal con la caída de la República, ésta va a
reconstruirse por obra de jefes militares victoriosos que sin otro principio de
autoridad que su poder personal” definen la verdadera Constitución real y
orgánica, como dirán posteriormente los positivistas.
3.
Constitución de
1821.
Una
Constitución más realista que trata de definir y organizar la República surgida de la
guerra pero cuyas previsiones resultaron insuficientes frente a la complejidad
de la situación y magnitud de los problemas de esa “ilusión ilustrada” llamada la Gran Colombia.
4.
Constitución de
1830.
Esta fue
la Constitución
de más larga duración anterior a la de 1961. Fue una Constitución de equilibrio
y bastante realista, lo que permitió estabilizar la República y lograr un
progreso relativo del país.
5.
Constitución de
1857.
Respondió
a los deseos reeleccionistas de J. Tadeo Monagas, duró menos de un año, es el
famoso traje a la medida de nuestra tradición autocrática.
6.
Constitución de
1858.
La Constitución de la
guerra civil, en ella se seguían planteando buenas intenciones y casi ninguna
respuesta real y viable a los problemas reales, duró lo que la guerra para dar
paso a la siguiente expresión del bando vencedor, los federales.
7.
Constitución de
1864.
Declarativa
e irreal, fue copia de la Constitución
Colombiana de 1862 y obviamente de la norteamericana. Dice G.
Morón “Durante un siglo, Venezuela ha sido una República Federal con el nombre
de Estados Unidos de Venezuela, de acuerdo con la Constitución escrita.
Pero en la práctica ha funcionado como un centralismo, esto es, un Estado en
que el gobierno político está concentrado en manos del Presidente de la República”. Siglo y
medio después nada ha cambiado.
8.
Constitución de
1874.
Constitución
con pretensiones modernizadoras, reproducía básicamente el modelo delineado por
J.B. Alberti en su libro Las Bases. Un
intento orgánico de modernización de nuestras sociedades rurales y atrasadas.
9.
Constitución de
1881.
Un traje
a la medida y a conveniencia de A. Guzmán Blanco, el autócrata mal llamado
civilizador.
10.
Constitución de 1891.
Ejercicio
retórico de oportunismo constitucional. En la práctica nadie acata y respeta
constituciones políticamente oportunistas y fraudulentas.
11.
Constitución de
1893.
La Constitución como
texto devaluado y expresión de las apetencias de los caciques de turno.
12.
Constitución de
1901.
Los
nuevos amos en el poder, los andinos y sus pretensiones hegemónicas. No existe
división real de los poderes y todos se tienen que subordinar al gamonal o
capataz de hacienda llamado Presidente de la República.
13.
Constitución de
1904.
Igual
que la anterior, el único propósito era modificar el período presidencial y
regalarle a C. Castro 3 años más, en la Presidencia; apenas duró 8 meses, su leal y fiel
vicepresidente lo destituyó y suplantó del poder.
14.
Constitución de
1909.
15.
Estatuto
Constitucional Provisorio de 1914.
16.
Constitución de
1914.
17.
Reforma
constitucional de 1922.
18.
Constitución de
1925.
19.
Reforma
constitucional de 1928.
20.
Reforma
constitucional de 1929.
21.
Reforma
constitucional de 1931.
Estas
últimas 8 Constituciones constituyen uno de los capítulos más vergonzosos de
nuestra historia constitucional. Sin ningún respeto por la República J.V. Gómez, hizo lo
que le dio la gana con la mal llamada Carta Magna. En el fondo era la misma, lo
que cambiaba eran los artículos que garantizaran su poder y la permanencia en
el mis-mo. Siempre tuvo a su servicio a los letrados y leguleyos de turno,
personajes y magistrados indignos que tanto han abundado y abundan entre
nosotros.
22.
Constitución de
1936.
Constitución
seria y modernizadora de la institucionalidad nacional y moderadamente
democrática.
Texto
constitucional que ayudó en las reformas necesarias y posibilitó la difícil
transición.
23.
Constitución de 1945.
Esta
Constitución sigue muy de cerca a la del 36, además refleja parte de los
importantes cambios que se vienen dando tanto en la economía como en la
sociedad venezolana y por consiguiente en la política.
24.
Constitución de 1947.
Producto
directo de los acontecimientos políticos del 45, incorpora el sufragio femenino
y permite que todo el mundo vote.
25.
Constitución de 1953.
Otra vez
la Constitución
como traje a la medida del dictador de turno.
26.
Constitución de 1961.
La de
más larga duración de nuestra historia, francamente democrática y expresión
cabal de un amplio consenso social, ideológico y político, amenazada en 1992,
no reformada a tiempo y definitivamente malograda en 1998.
27.
Constitución de 1999.
Otro
traje a la medida. Proyecto hegemónico, a pesar de las muchas buenas intenciones
declaradas y textos tan hermosos, como vacíos de realidad. El Presidente la ha
convertido en un tótem y un fetiche sacralizado con el cual pretende gobernar in aeternum, de espaldas al país y en
una dirección contraria a la historia.
Con su
librito azul pretende congelarnos en el tiempo y perpetuarse en el poder.
Venezuela:
de la democracia boba a la dictablanda (1983-2003)
La
historia de nuestro país es relativamente sencilla: un pasado indígena
prehispánico que se pierde en la realidad de los tiempos, escasamente estudiado
entre nosotros y asumido, más como mito indigenista, que como historia.
El indio
en Venezuela siempre ha sido despreciado y maltratado, por la colonia y por la
república, arrinconando en la periferia territorial, unos 35 grupos, en su
mayoría en peligro de extinción, son poco menos de medio millón de personas a
quienes el país les debe casi todo, aunque en el mito nacional, se les exalta y
glorifica hasta con el panteón nacional.
Muy
pocos venezolanos se ocupan o preocupan por los indígenas aunque muchos
presumen de ancestros indígenas cuando les conviene, es una herencia sin
compromiso[1]*.
El
ancestro africano ha corrido igual o peor suerte, mezclado de manera abundante
en el torrente sanguíneo y cultural del país, no existe como grupo étnico o
social aparte, aunque en algunas zonas o regiones del país sobrevive como
cultura de la resistencia, frente a otras influencias culturales dominantes.
Venezuela
afortunadamente es una sociedad mestiza no exenta de racismo sin llegar éste a
los extremos y violencias de otros países.
Hoy por
hoy, somos un país y una sociedad de encuentro e integración étnica sin
menoscabo de la exclusión y violencia de algunos sectores, condenados más por
la pobreza que por el color de la piel.
Para
fortuna de todos, varios millones de venezolanos hunden sus raíces en Europa,
Asia y Medio Oriente y en muchos de nuestros países latinoamericanos.
En
términos económicos se ha escrito bastante sobre la Venezuela agrícola y minera,
lamentablemente seguimos bastante lejos en industrialización y modernidad.
Somos como una sociedad a medio hacer, a medio camino entre la edad media y la
contemporaneidad; en pleno siglo XXI, el siglo XIX venezolano sigue presente.
El
petróleo marcó nuestro siglo XX y desde los años 20 hasta la década del 70 fue
una formidable palanca de desarrollo, lamentablemente desaprovechada en todas
sus posibilidades de futuro por la ignorancia, impericia y corrupción de unas elites
que asumieron de manera insuficiente la modernidad y la democracia.
Seguimos
siendo una república amarrada al caballo de Bolívar, sigue siendo la
independencia, la epopeya nacional por antonomasia, obviando sus desviaciones y
limitaciones, no siendo la menor, el entronque directo con el caudillaje
usurpador y violento que plagó todo nuestro siglo XIX de conflictos civiles y
atraso y prolongó la agonía dictatorial bien entrado el siglo XX.
La Venezuela petrolera sin
lugar a dudas forma parte de lo afirmativo venezolano; el país avanzó en todos
los órdenes hasta la degeneración del sistema en las dos últimas décadas del
siglo XX, décadas perdidas y vergonzantes para quienes detentaron el poder,
tanto de la Cuarta
como de la mal llamada Quinta República.
La
sociedad en su conjunto también tuvo su grado de responsabilidad; cada sector y
cada grupo social formó parte del jolgorio y del bochinche nacional; los de
arriba se enriquecieron sin esfuerzo y sin talento, por su simple cercanía al
poder; las clases medias vivían y pretendían vivir como ricos, más allá de su
esfuerzo y sus méritos y el pueblo, los de abajo, un largo 50 por ciento,
aunque con las sobras de la mesa, pretendían un sistema sólo de derechos y
beneficios y no de obligaciones y deberes, a todos nos faltó sacrificio,
esfuerzo y patriotismo, y lamentablemente, sin saberlo, fuimos constituyéndonos
en una sociedad enferma.
El mito del
dorado y la eterna juventud
El
campamento petrolero
Los
pueblos, igual que los seres humanos, necesitan ilusionarse, de allí la
constante historiográfica en donde mitos y leyendas preceden a la historia.
La edad
de oro original. Aquello de que todo tiempo pasado fue mejor; a las sociedades,
igual que a las familias, les gusta verse ennoblecidas por los orígenes. En
Venezuela, temporalmente, cultivamos dos poderosos mitos: el dorado y la
juventud, éramos tierra de inmensas riquezas y de una juventud prometedora, dos
ideas totalmente pre-modernas y que desmienten ampliamente la economía política
y la antropología cultural, además de la experiencia y la realidad.
Pero los
mitos se mineralizan en la conciencia social y en el inconsciente colectivo y
pasan a formar parte de la mentalidad de todo un pueblo.
En
Venezuela hemos vivido en abundancia ambos mitos y hemos pagado un costo alto
en cuanto a futuro y oportunidades.
Creíamos
y seguimos creyendo que somos un país rico, no importando las demoledoras
cifras de pobreza, marginalidad y exclusión que agotan nuestra desesperada
realidad social y económica.
Igualmente,
seguimos empecinados en disculparnos todos nuestros errores y excesos con el
argumento de la juventud del país y que el futuro nos pertenece por derecho
propio, como si 200 años de república no fueran suficientes para construirla en
democracia, paz y progreso ó 500 años de historia mundial; desde aquel lejano
1492 o la milenaria evolución cultural de nuestros indígenas. Venezuela ni es joven
ni es rica, puede ser próspera si queremos la mayoría de los venezolanos y
seguir escribiendo y haciendo una historia de un pueblo que cada día se empeña
en ser mejor, a partir del empeño individual, como seres libres y responsables.
La
versión del dorado cambia con los tiempos: en la colonia era la quimera del
oro; en la era petrolera, era la
Venezuela saudita y mayamera; hoy continuamos con el
despilfarro y el consumismo de una riqueza rentista, no producida por nosotros.
Es el síndrome del centro comercial que nos define mayoritariamente; ir a soñar
y vivir de ilusiones en los centros comerciales; qué otra cosa desea con mayor
fervor nuestra población, ir en peregrinaje a eso, que Henry Miller llamó en
los lejanos 50 del siglo XX, “pesadillas con aire acondicionado”.
En la Venezuela petrolera de
1950, la aspiración máxima de todo venezolano era ser empleado petrolero y vivir
en un campo de la “compañía”. Era la concreción del paraíso en la tierra para
muchos venezolanos. Eran campamentos delimitados y resguardados, limpios,
seguros y hermosos, con la salud, educación y recreación garantizada, las casas
sólidas y funcionales, los servicios y los “comisariatos” eficientes; en fin,
todo adecuado, todo hecho para el disfrute, bienestar y calidad de vida de la
gente. Este sistema generó una mentalidad de campamento que diferenciaba y
discriminaba al resto del país, un poco lo que después sería la llamada
mentalidad PDVSA, con todo y que ésta era una empresa ya nacionalizada. El otro
país, el pobre, feo y atrasado estaba fuera de la cerca y se evitaba en lo
posible. No importa si dentro de la cerca, el venezolano era a su vez
discriminado por la nómina extranjera que se auto-segregaba dentro del campo en
otro campo sólo para las “nóminas” mayores, lógicamente de casas más grandes y
con mejores jardines, piscinas y canchas vedadas al criollo, con rarísimas
excepciones.
Esta
perversión, este verdadero “apartheid” era tolerado y glorificado en una
sociedad que permitió este colonialismo interno, lo asumió y lo proyectó hacia
el resto del país no privilegiado. Una parte del país negó a la otra parte lo
que en el México de 1920 se llamó las “elites ausentes”, situación que ha
continuado hasta nuestros días en una mentalidad de exclusión cultivada.
Nuestras “elites” siguen ausentes, y la mayor parte de la clase media, sigue
soñando con las playas de Florida. Como los pobres fueron ignorados, éstos se
multiplicaron y hoy exigen atención urgente, más allá de la retórica populista
del oportunista de turno.
[1] * Se calcula un 50 por ciento de nuestra población
con ascendencia indígena, un 10 por ciento con ascendencia africana y un 40 por
ciento europea.
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