miércoles, 26 de enero de 2005

La Dictadura Constitucional

      El secreto o la explicación de nuestro constitucionalismo hay que buscarlo, como es obvio, en nuestra propia historia. En Venezuela las Constituciones han sido fundamentalmente presidencialistas y era el traje a la medida que exigía José Tadeo Monagas a sus leguleyos. Después de casi 200 años de República sigue siendo fundamental-mente así; y el amo del poder de turno, además violaba la Constitución cuantas veces le conviniera a sus propósitos hegemónicos y para perpetuarse en el poder, todo lo cual llevó a decir a José Gil Fortoul que la historia constitucional venezolana es la violación sistemática de la constitución, principalmente por quienes la habían hecho en usufructuo del poder.



         No fue así en el 61, cuando hubo una Constitución pactada entre todos los sectores políticos, duró casi 40 años y es la excepción a la regla, igual que las Constituciones de 1864 y la de 1936.


         En total hemos tenido 27 sucesivas Constituciones, incluida la de 1821 que rigió para la Gran Colombia; el Estatuto Constitucional Provisorio de 1914 y la actual bolivariana. 27 Constituciones en menos de 200 años da, una Constitución cada 6 años; si eliminamos los 40 años de vigencia de la del 61, nos da la alucinante cifra de que cada 4 años estamos reformando o cambiando la Carta Magna, la cual por definición está hecha para durar. En Venezuela es todo lo contrario y es que aquí la política y el Estado se definen como el gobierno de los hombres y no el gobierno de las leyes, tal como lo exige y quiere la modernidad.


         De allí que estoy seguro que la actual Constitución, reformada o sustituida durará lo que dure el actual Presidente en el poder.


         La sacralización interesada de la “bicha”, como calificó alguna vez a la Constitución, durará lo que su poder personal; mientras tanto, pretende amurallarse detrás de ella, con desconocimiento absoluto del principio supraconstitucional de la soberanía popular, que en su momento, cuando gozaba de los favores del pueblo, invocó en abundancia.


         La política precede al derecho en momentos históricos y éste es uno de ellos. Sólo cuando el derecho precede a la política y gobiernan las leyes es cuando realmente se puede hablar de una democracia evolucionada, que lamentablemente no es nuestro caso.


Breve historia constitucional



1.                Constitución de 1811.


        La primera del Continente Sudamericano. Teóricamente federalista, a imitación de la norteamericana y profundamente ingenua e irreal, de hecho no tuvo ninguna vigencia.



2.                Constitución de 1819.


         Producto de la guerra, Bolívar su principal inspirador, la estructura con lo mejor y más avanzado de la tradición clásica y de la teoría política en boga, de allí que su aplicación no pasará del papel. Lo real fue lo que dijo Augusto Mijares: “Destruido todo el orden político legal con la caída de la República, ésta va a reconstruirse por obra de jefes militares victoriosos que sin otro principio de autoridad que su poder personal” definen la verdadera Constitución real y orgánica, como dirán posteriormente los positivistas.


3.                Constitución de 1821.


Una Constitución más realista que trata de definir y organizar la República surgida de la guerra pero cuyas previsiones resultaron insuficientes frente a la complejidad de la situación y magnitud de los problemas de esa “ilusión ilustrada” llamada la Gran Colombia.



4.                Constitución de 1830.


         Esta fue la Constitución de más larga duración anterior a la de 1961. Fue una Constitución de equilibrio y bastante realista, lo que permitió estabilizar la República y lograr un progreso relativo del país.



5.                Constitución de 1857.


         Respondió a los deseos reeleccionistas de J. Tadeo Monagas, duró menos de un año, es el famoso traje a la medida de nuestra tradición autocrática.


6.                Constitución de 1858.


         La Constitución de la guerra civil, en ella se seguían planteando buenas intenciones y casi ninguna respuesta real y viable a los problemas reales, duró lo que la guerra para dar paso a la siguiente expresión del bando vencedor, los federales.


7.                Constitución de 1864.


         Declarativa e irreal, fue copia de la Constitución Colombiana de 1862 y obviamente de la norteamericana. Dice G. Morón “Durante un siglo, Venezuela ha sido una República Federal con el nombre de Estados Unidos de Venezuela, de acuerdo con la Constitución escrita. Pero en la práctica ha funcionado como un centralismo, esto es, un Estado en que el gobierno político está concentrado en manos del Presidente de la República”. Siglo y medio después nada ha cambiado.


8.                 Constitución de 1874.


         Constitución con pretensiones modernizadoras, reproducía básicamente el modelo delineado por J.B. Alberti en su libro Las Bases. Un intento orgánico de modernización de nuestras sociedades rurales y atrasadas.



9.                 Constitución de 1881.


         Un traje a la medida y a conveniencia de A. Guzmán Blanco, el autócrata mal llamado civilizador.



10.             Constitución de 1891.


         Ejercicio retórico de oportunismo constitucional. En la práctica nadie acata y respeta constituciones políticamente oportunistas y fraudulentas.



11.           Constitución de 1893.


         La Constitución como texto devaluado y expresión de las apetencias de los caciques de turno.



12.           Constitución de 1901.


         Los nuevos amos en el poder, los andinos y sus pretensiones hegemónicas. No existe división real de los poderes y todos se tienen que subordinar al gamonal o capataz de hacienda llamado Presidente de la República.


13.           Constitución de 1904.


         Igual que la anterior, el único propósito era modificar el período presidencial y regalarle a C. Castro 3 años más, en la Presidencia; apenas duró 8 meses, su leal y fiel vicepresidente lo destituyó y suplantó del poder.

 
14.           Constitución de 1909.



15.           Estatuto Constitucional Provisorio de 1914.


16.           Constitución de 1914.


17.           Reforma constitucional de 1922.


18.           Constitución de 1925.


19.           Reforma constitucional de 1928.


20.           Reforma constitucional de 1929.


21.           Reforma constitucional de 1931.


     Estas últimas 8 Constituciones constituyen uno de los capítulos más vergonzosos de nuestra historia constitucional. Sin ningún respeto por la República J.V. Gómez, hizo lo que le dio la gana con la mal llamada Carta Magna. En el fondo era la misma, lo que cambiaba eran los artículos que garantizaran su poder y la permanencia en el mis-mo. Siempre tuvo a su servicio a los letrados y leguleyos de turno, personajes y magistrados indignos que tanto han abundado y abundan entre nosotros.



22.           Constitución de 1936.
    Constitución seria y modernizadora de la institucionalidad nacional y moderadamente democrática.


         Texto constitucional que ayudó en las reformas necesarias y posibilitó la difícil transición.


23.            Constitución de 1945.


         Esta Constitución sigue muy de cerca a la del 36, además refleja parte de los importantes cambios que se vienen dando tanto en la economía como en la sociedad venezolana y por consiguiente en la política.



24.            Constitución de 1947.


         Producto directo de los acontecimientos políticos del 45, incorpora el sufragio femenino y permite que todo el mundo vote.


25.            Constitución de 1953.


         Otra vez la Constitución como traje a la medida del dictador de turno.


26.            Constitución de 1961.


         La de más larga duración de nuestra historia, francamente democrática y expresión cabal de un amplio consenso social, ideológico y político, amenazada en 1992, no reformada a tiempo y definitivamente malograda en 1998.


27.            Constitución de 1999.


     Otro traje a la medida. Proyecto hegemónico, a pesar de las muchas buenas intenciones declaradas y textos tan hermosos, como vacíos de realidad. El Presidente la ha convertido en un tótem y un fetiche sacralizado con el cual pretende gobernar in aeternum, de espaldas al país y en una dirección contraria a la historia.


         Con su librito azul pretende congelarnos en el tiempo y perpetuarse en el poder.


Venezuela: de la democracia boba a la dictablanda (1983-2003)


 La historia de nuestro país es relativamente sencilla: un pasado indígena prehispánico que se pierde en la realidad de los tiempos, escasamente estudiado entre nosotros y asumido, más como mito indigenista, que como historia.


         El indio en Venezuela siempre ha sido despreciado y maltratado, por la colonia y por la república, arrinconando en la periferia territorial, unos 35 grupos, en su mayoría en peligro de extinción, son poco menos de medio millón de personas a quienes el país les debe casi todo, aunque en el mito nacional, se les exalta y glorifica hasta con el panteón nacional.


         Muy pocos venezolanos se ocupan o preocupan por los indígenas aunque muchos presumen de ancestros indígenas cuando les conviene, es una herencia sin compromiso[1]*.


         El ancestro africano ha corrido igual o peor suerte, mezclado de manera abundante en el torrente sanguíneo y cultural del país, no existe como grupo étnico o social aparte, aunque en algunas zonas o regiones del país sobrevive como cultura de la resistencia, frente a otras influencias culturales dominantes.


         Venezuela afortunadamente es una sociedad mestiza no exenta de racismo sin llegar éste a los extremos y violencias de otros países.


         Hoy por hoy, somos un país y una sociedad de encuentro e integración étnica sin menoscabo de la exclusión y violencia de algunos sectores, condenados más por la pobreza que por el color de la piel.


         Para fortuna de todos, varios millones de venezolanos hunden sus raíces en Europa, Asia y Medio Oriente y en muchos de nuestros países latinoamericanos.


         En términos económicos se ha escrito bastante sobre la Venezuela agrícola y minera, lamentablemente seguimos bastante lejos en industrialización y modernidad. Somos como una sociedad a medio hacer, a medio camino entre la edad media y la contemporaneidad; en pleno siglo XXI, el siglo XIX venezolano sigue presente.


         El petróleo marcó nuestro siglo XX y desde los años 20 hasta la década del 70 fue una formidable palanca de desarrollo, lamentablemente desaprovechada en todas sus posibilidades de futuro por la ignorancia, impericia y corrupción de unas elites que asumieron de manera insuficiente la modernidad y la democracia.


         Seguimos siendo una república amarrada al caballo de Bolívar, sigue siendo la independencia, la epopeya nacional por antonomasia, obviando sus desviaciones y limitaciones, no siendo la menor, el entronque directo con el caudillaje usurpador y violento que plagó todo nuestro siglo XIX de conflictos civiles y atraso y prolongó la agonía dictatorial bien entrado el siglo XX.


         La Venezuela petrolera sin lugar a dudas forma parte de lo afirmativo venezolano; el país avanzó en todos los órdenes hasta la degeneración del sistema en las dos últimas décadas del siglo XX, décadas perdidas y vergonzantes para quienes detentaron el poder, tanto de la Cuarta como de la mal llamada Quinta República.


         La sociedad en su conjunto también tuvo su grado de responsabilidad; cada sector y cada grupo social formó parte del jolgorio y del bochinche nacional; los de arriba se enriquecieron sin esfuerzo y sin talento, por su simple cercanía al poder; las clases medias vivían y pretendían vivir como ricos, más allá de su esfuerzo y sus méritos y el pueblo, los de abajo, un largo 50 por ciento, aunque con las sobras de la mesa, pretendían un sistema sólo de derechos y beneficios y no de obligaciones y deberes, a todos nos faltó sacrificio, esfuerzo y patriotismo, y lamentablemente, sin saberlo, fuimos constituyéndonos en una sociedad enferma.


El mito del dorado y la eterna juventud


El campamento petrolero


  Los pueblos, igual que los seres humanos, necesitan ilusionarse, de allí la constante historiográfica en donde mitos y leyendas preceden a la historia.


         La edad de oro original. Aquello de que todo tiempo pasado fue mejor; a las sociedades, igual que a las familias, les gusta verse ennoblecidas por los orígenes. En Venezuela, temporalmente, cultivamos dos poderosos mitos: el dorado y la juventud, éramos tierra de inmensas riquezas y de una juventud prometedora, dos ideas totalmente pre-modernas y que desmienten ampliamente la economía política y la antropología cultural, además de la experiencia y la realidad.


  Pero los mitos se mineralizan en la conciencia social y en el inconsciente colectivo y pasan a formar parte de la mentalidad de todo un pueblo.


   En Venezuela hemos vivido en abundancia ambos mitos y hemos pagado un costo alto en cuanto a futuro y oportunidades.


         Creíamos y seguimos creyendo que somos un país rico, no importando las demoledoras cifras de pobreza, marginalidad y exclusión que agotan nuestra desesperada realidad social y económica.


         Igualmente, seguimos empecinados en disculparnos todos nuestros errores y excesos con el argumento de la juventud del país y que el futuro nos pertenece por derecho propio, como si 200 años de república no fueran suficientes para construirla en democracia, paz y progreso ó 500 años de historia mundial; desde aquel lejano 1492 o la milenaria evolución cultural de nuestros indígenas. Venezuela ni es joven ni es rica, puede ser próspera si queremos la mayoría de los venezolanos y seguir escribiendo y haciendo una historia de un pueblo que cada día se empeña en ser mejor, a partir del empeño individual, como seres libres y responsables.


         La versión del dorado cambia con los tiempos: en la colonia era la quimera del oro; en la era petrolera, era la Venezuela saudita y mayamera; hoy continuamos con el despilfarro y el consumismo de una riqueza rentista, no producida por nosotros. Es el síndrome del centro comercial que nos define mayoritariamente; ir a soñar y vivir de ilusiones en los centros comerciales; qué otra cosa desea con mayor fervor nuestra población, ir en peregrinaje a eso, que Henry Miller llamó en los lejanos 50 del siglo XX, “pesadillas con aire acondicionado”.


         En la Venezuela petrolera de 1950, la aspiración máxima de todo venezolano era ser empleado petrolero y vivir en un campo de la “compañía”. Era la concreción del paraíso en la tierra para muchos venezolanos. Eran campamentos delimitados y resguardados, limpios, seguros y hermosos, con la salud, educación y recreación garantizada, las casas sólidas y funcionales, los servicios y los “comisariatos” eficientes; en fin, todo adecuado, todo hecho para el disfrute, bienestar y calidad de vida de la gente. Este sistema generó una mentalidad de campamento que diferenciaba y discriminaba al resto del país, un poco lo que después sería la llamada mentalidad PDVSA, con todo y que ésta era una empresa ya nacionalizada. El otro país, el pobre, feo y atrasado estaba fuera de la cerca y se evitaba en lo posible. No importa si dentro de la cerca, el venezolano era a su vez discriminado por la nómina extranjera que se auto-segregaba dentro del campo en otro campo sólo para las “nóminas” mayores, lógicamente de casas más grandes y con mejores jardines, piscinas y canchas vedadas al criollo, con rarísimas excepciones.


         Esta perversión, este verdadero “apartheid” era tolerado y glorificado en una sociedad que permitió este colonialismo interno, lo asumió y lo proyectó hacia el resto del país no privilegiado. Una parte del país negó a la otra parte lo que en el México de 1920 se llamó las “elites ausentes”, situación que ha continuado hasta nuestros días en una mentalidad de exclusión cultivada. Nuestras “elites” siguen ausentes, y la mayor parte de la clase media, sigue soñando con las playas de Florida. Como los pobres fueron ignorados, éstos se multiplicaron y hoy exigen atención urgente, más allá de la retórica populista del oportunista de turno.









[1] * Se calcula un 50 por ciento de nuestra población con ascendencia indígena, un 10 por ciento con ascendencia africana y un 40 por ciento europea.


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