jueves, 25 de febrero de 2010

Teoría de la dependencia

Todos los que ejercimos la docencia universitaria en Ciencias Sociales en los 60 y 70 del siglo pasado, de una u otra manera, éramos deudores y propagadores de esta teoría que produjo miles de libros ensayos y artículos. El planteamiento era simple y eficaz para explicar nuestro atraso y nuestro subdesarrollo, trasladando la responsabilidad a los colonialismos e imperialismos de la época. Era una teoría de “izquierda” y por lo tanto destacaba la explotación europea y norteamericana y obviaba otros imperialismos contemporáneos como el de la Unión Soviética.
Cuba era un buen ejemplo que olvidábamos de buena fe. Colonia española primero y después norteamericana y nos olvidábamos de que en esos mismos años se había convertido en una colonia soviética en el Caribe. Base militar y de espionaje, su soldados convertidos en mercenarios en África y en un lenocinio tropical para las diversas naciones soviéticas que llegaban a la isla.
Theotonio dos Santos un ícono de la teoría decía: “Se trata precisamente de una condición histórica que crea cierta estructura en el mundo económico que favorece a algunos países en detrimento de otros y limita las posibilidades de desarrollo y expansión de otra economía a la cual está sometida”.
Todo lo anterior viene al caso frente a la insólita situación de dependencia de Venezuela con respecto a Cuba. En la relación bilateral, todo beneficia al gobierno cubano, tanto la relación comercial como la injerencia política en nuestra soberanía, llegando a entrometerse prácticamente en todas las instituciones fundamentales: seguridad y Fuerzas Armadas, registros, notarias y Onidex y prácticamente han llegado a copar con su presencia todos nuestros ámbitos sociales, particularmente en salud y educación.
Si Venecuba es una vergüenza, Cubazuela es una ofensa absoluta a la soberanía y la dignidad nacional.
Cuba fue un peón de ajedrez en la geopolítica soviética en su momento. Hoy el gobierno cubano pretende hacer lo mismo con nuestro país, y cosa insólita, invitado por nuestro propio gobierno.
Ningún proyecto ideológico justifica la limitación de nuestra soberanía y mucho menos en una época que las dependencias de todo tipo tienden a terminar, sustituidas por una necesaria apertura global y una cooperación con todos los países del planeta sin distingos de sistemas políticos y económicos.

domingo, 21 de febrero de 2010

Otra vez la guerra

En un artículo anterior (“Una guerra anunciada” la Verdad, 15-02-2010) especulaba sobre una hipótesis de guerra en el medio oriente, debido a las pretensiones nucleares iraníes y la previsible y lógica reacción israelí.
Otra hipótesis de un conflicto a gran escala en Asia tiene que ver directamente con Al Qaeda y su pretensión de impulsar una onda secesionista en regiones de mayoría islámica de países pluriculturales y multireligiosos. El primer ensayo fue el levantamiento a mediados del 2009, en la provincia China de Sinkiang. El movimiento separatista afectará a toda Asia, desde el Mediterráneo al golfo de Birmania y particularmente a Kazajstán, Tayikistán, Uzbekistán y otros, incluido Pakistán. De ser esto cierto, toda Asia entraría en un proceso de inestabilidad peligrosa y el resto del mundo se vería afectado de una u otra manera, de allí que algunos autores hablan de una tercera guerra mundial (Bill Collins, Quinto Día, del 12 al 19-02-2010).
Nadie en su sano juicio desearía que esto ocurriera, pero si bien es cierto que la Historia no se repite, los seres humanos nos empecinamos en nuestros errores, así como nos negamos a aprender de los mismos. Pareciéramos empeñados en mantener viva la tradición bíblica de esa terrible metáfora que es la historia fratricida de Caín y Abel.
Si bien es cierto que la Historia Universal desde Polibio hasta Hegel viene a ser aquella cuyos acontecimientos nos afectan a todos y particularmente los de tipo bélico como si los textos de Historia sólo sirvieran para destilar sangre.
En este hipotético y problemático escenario, los factores de tensión en el continente asiático están focalizados en Al Qaeda pero igualmente en los talibanes de Afganistán y el fundamentalismo islámico presente en toda la región. Este equilibrio inestable y precario no puede ser garantizado por nadie y si a ello agregamos los múltiples intereses económicos y geopolíticos nos encontramos con un panorama tan complicado y riesgoso como el de la Europa de la primera mitad del siglo XX.
Frente a estas amenazas sólo es posible contraponerle una nueva conciencia fundamentada en una ética universal capaz de comprometer a gobiernos y a pueblos en una búsqueda permanente de la paz, la convivencia y la solidaridad. No hay otro camino si queremos seguir construyendo una civilización a escala planetaria a la medida del ser humano y sus mejores esperanzas.

lunes, 15 de febrero de 2010

Una guerra anunciada

La guerra y el conflicto han sido una constante en la historia humana. Una historia profundamente cainítica y destructiva. Empezando el siglo XXI seguimos sin aprender las lecciones del pasado. La violencia sigue acosándonos en todo sentido, en nuestra cotidianidad urbana y en las guerras en curso. Uno de los escenarios más amenazadores y con probables conflictos de mediana o alta intensidad es el de Asia Central y el Medio Oriente. Irak, Afganistán, Pakistán, Irán, así como el ya largo conflicto entre Israel y los palestinos constituye todas referencias preocupantes y en particular el empeño suicida de la hierocracia (gobierno de los Ayatolás) iraní por convertirse en potencia nuclear. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó una resolución en contra de estas aspiraciones y que expiró el pasado 31 de Diciembre de 2009, de no haber una señal positiva del gobierno persa, existiría la posibilidad de una intervención armada de Israel con apoyo tácito o expreso de los EEUU, para neutralizar la posibilidad nuclear de Irán, tal como sucedió en el pasado reciente con Irak y Siria. De darse esta situación es muy difícil evitar una escalada confrontacional en este polvorín asiático. La humanidad no está preparada para este conflicto, al contrario, sería una distracción grave frente a problemas tan apremiantes y universales como la pobreza y el desafío ambiental.
Cuando le fue otorgado el premio nobel de la Paz, contra todo pronóstico, al Presidente Barack Obama, muchos lo interpretamos como una manera indirecta de comprometer al presidente de la primera potencia mundial a evitar en lo posible este tipo de escenarios, pero para sorpresa de todos, el presidente Obama, en su discurso durante la ceremonia de entrega del Nobel de la Paz, se refirió de manera directa y dramática a la idea de que hay algunas guerras que son necesarias, criterio que evidentemente muchos no compartimos, pero si nos atenemos a la lógica de violencia que ha presidido la Historia hasta nuestros días, creo que hay razones de sobra para preocuparse en el corto o mediano plazo. En el siglo XXI la paz se ha convertido en un imperativo categórico de una ética universalizada que nos obliga a toda la humanidad a proteger la tierra y preservarla en todo sentido.


lunes, 8 de febrero de 2010

Otro país

Hay seres desarraigados por diversas razones, hay como una reminiscencia arcaica del nomadismo de la especie. Los emigrantes se desplazan por necesidad económica o política o por cualquier otra razón, como el afán de aventura y el cosmopolitismo o la huida por simple insatisfacción existencial. Sobre este tema del desarraigo la literatura se ha inspirado de manera abundante, iniciándose con el inmortal Homero con la Iliada y la Odisea en donde el errabundo Ulises después de múltiples aventuras tiene un solo empeño regresar a su tierra natal. J.M. Coetzee (Premio Nobel del Literatura 2003) cita ente otros a Nadine Gordimer (Premio Nobel de Literatura 1991) y James Baldwin, una judía sudafricana y el otro importante escritor afroamericano. Ambos saben lo que es el desarraigo y el desasosiego, igual que Kafka, Joyce o Pessoa todos ellos escritores atormentados, refugiados en su exilio interior o en la trashumancia impenitente, asumiendo el vacío que significa el no importar donde se está para saber que siempre se está solo. Soledad atemperada hoy en día por la multiplicación de las comunicaciones pero igualmente sometida a esa otra terrible soledad de la sociedad y la cultura urbana moderna. Otro es el caso de Sandor Marai, cuando ya no hay tierra propia que lo sustente es el refugio en la lengua y la cultura materna y en el peor de los casos el suicidio como escapatoria trágica.
La angustia existencial de la mujer y del hombre moderno es que se saben desterrados del paraíso y que este siempre se encuentra en otro lugar. Cesare Pavese, escritor italiano, tiene razón cuando afirma que todo ser humano necesita una tierra y un pueblo que lo identifique, aunque en algún momento se sienta la necesidad de irse de allí y es que los seres humanos antropológica y culturalmente somos de manera inevitable espacio y tiempo.
El siglo XXI ha sido caracterizado a priori como el tiempo de los grandes desplazamientos humanos por diversas razones y quizá ello sea así pero sin lugar a dudas que el costo a pagar por millones de seres humanos será bastante alto en soledad y desarraigo y quizá el “Otro país” no pase de ser otra quimera escapista de las tantas que los seres humanos inventamos en nuestra desorientación y extravío. Si bien somos peregrinos y nuestro destino es caminar también es cierto que hay un lugar que es nuestro para siempre y es el lugar del corazón y la memoria .