jueves, 3 de diciembre de 1998

EL ARTE DEL BUEN GOBIERNO



El oficio del político y el arte del buen gobierno consiste en buscar la felicidad y el provecho de la mayoría, si ello es así, en Venezuela inevitablemente tenemos que desacalificar a la mayoría de nuestra dirigencia política que ha gobernado porque evidentemente han fracasado en lo más elemental de su oficio como es el de desarrollar servicios eficientes y una administración honesta y eficaz.  Un país no necesita ser salvado, apenas es necesario orientarlo y administrarlo adecuadamente.  A riesgo de escandalizar a las vestales de nuestra democracia y con un prudente pronunciamiento de fe democrática, me atrevo a afirmar que nuestra dirigencia política  ha fracasado en dirigir y administrar el país.  Hemos crecido más por inercia y por la incidencia de factores externos que por la acción política concertada y consciente.
         En lo fundamental la mayoría social de nuestro pueblo no ha participado en nuestra vida política y mucho menos ha percibido los beneficios de una gestión gubernamental eficaz.  Si el voto no fuera obligatorio estamos seguros que el abstencionismo electoral sería masivo.  Nuestras oligarquías partidistas han cultivado clientelas presupuestívoras más que ciudadanos electores;  de allí que la burocracia sea un monstruo de indolencia, ineficacia y corrupción.  Todo burócrata está desubicado, medrando y con un nivel de capacitación muy por debajo de la responsabilidad asignada.  Vivimos una crisis cultivada y propiciada de recursos, en la misma medida que se cultivan nulidades y se promocionan incapaces.  La desmoralización  y la improvisación en la administración pública es total.  El país político vive de espaldas al país nacional.  La clase política es vista con desconfianza creciente por su ineptitud, arribismo, sectarismo y corrupción a la par que otros sectores nacionales empiezan a vivir la impaciencia de sus intereses no atendidos por la administración pública.  En estas carencias y contradicciones es donde se incuban las crisis institucionales que pueden llegar a poner en peligro nuestro ensayo democrático, con el agravante en nuestros países de una tradición que se nutre en una constitucionalidad endeble y una juridicidad casi inexistente.
         Hay individuos y sectores mesiánicos que en un momento determinado pretenden colocarse hasta por encima de la propia constitución, arrogándose el papel de salvadores de la patria.  La historia reciente latinoamericana, especialmente en el cono sur, confirma estas apreciaciones.  Nuestras mayorías populares en la misma medida que han sido abandonadas en una indefensión total, en la marginalidad más abyecta, en una indigencia material y cultural, es el caldo de cultivo donde se incuban las crisis sociales más profundas, desde donde reciben impulso decisorio los fascismo mas agresivos.
         La historia nos enseña que fracasan los dirigentes, no los pueblos;  ¿seremos capaces de aprender una lección tan elemental? Hasta cuándo nuestros sectores dirigentes se definirán exclusivamente por sus intereses más bastardos y particulares? Corrupción, ineficacia e improvisación pueden convertirse en la tumba de la Democracia reconquistada el 23 d Enero de 1958.  La perfectibilidad democrática no puede seguir siendo un problema retórico.  Gracias al recurso petrolero hemos creado una base material de país.
                                                                                                           
    ¿Cuándo es que nos convertiremos realmente en una sociedad moderna?.  Este interrogante me lo planteaba en este artículo escrito hace más de 15 años; sigue vigente, hoy más que nunca, estrenando Presidente y una nueva correlación política.  Tenemos una gran oportunidad de cambiar y avanzar.  El país se pronunció democráticamente; a los electos les corresponde demostrar que el pueblo no se equivocó.

martes, 1 de diciembre de 1998

PRISIONEROS DE NUESTRA HISTORIA



Tendremos futuro, siempre y cuando sepamos tener presente, y no olvidemos las lecciones del pasado.

 Dos eminentes historiadores venezolanos: Ramón J. Velázquez y Manuel Caballero, han venido expresando reiteradamente que 1998  puede convertirse en un año de importancia histórica, por las consecuencias trascendentes que de él pueden derivarse.  No elegimos sólo un Presidente y un Gobierno, sino que está en juego el poder y el control del Estado, en términos granscianos estamos hablando de una nueva hegemonía, como lo fue la hegemonía andina entronizada a fines del siglo XIX, situación que para Velázquez, tiene una gran analogía con lo que está sucediendo.  La caída del liberalismo amarillo se parece en muchos aspectos a la crisis y caída del bipartidismo de cogollos que estamos presenciando, hegemonía que ha dominado la escena política en los últimos 40 años.  Esta tesis avala  las posibilidades electorales de Chávez, que promete un cambio a fondo y en alguna  medida al propio Salas Romer que promete un cambio radical. No hay duda que en la percepción social y  popular hay una gran necesidad de un cambio real, sin renunciar a la democracia, pero con un fuerte acento autoritario.
         Esto último lo han entendido muy bien los asesores de imagen de ambos candidatos y de alguna manera los han identificado a ambos de manera muy parecida, aunque el proceso ha sido diferente.
         Con Chávez no había problema en cuanto militar y golpista y con un lenguaje castrense y directo; más bien había que suavizar su imagen de hombre fuerte y de caudillo y por eso se le puso paltó y corbata y se le dulcificó el discurso y la retórica, tratando de proyectar a un gobernante civilizado  y moderno; fue un verdadero cambio de piel sin menoscabo de la imagen bolivariana y el fusil de caudillo venezolano y mesiánico, que Chavez muy de cuando en vez, recuperaba en la palabra y el gesto.
         Con Salas Romer fue al revés, de un civil educado y profesionalmente avalado hasta con un título de Yale, Gerente y Gobernador exitoso, nos lo han transmutado en el hombre a caballo rememorando la gesta libertadora.  Ambas imágenes la del militar dulcificado, sin perder su aprestancia de caudillo salvador y la del civil encaramado en un caballo con un pañuelo rojo al cuello y banderas amarillas desplegadas, son dos estrategias publicitarias altamente manipuladoras y que apelan  a  ese  inconsciente colectivo nacional que arrastra  siglos de historia de atavismo militar y esperanzas no satisfechas todavía por nuestra sociedad.
         Publicitariamente ambas campañas son inobjetables;                          fuertemente manipuladoras y políticamente inconvenientes; no apuntan a nuestro crecimiento como seres humanos y como sociedad, más bien se orientan a mantenernos en el atraso, en la mediocridad y orfandad de un pueblo fuertemente manipulado por sus liderazgos  y permanentemente traicionado en sus anhelos y esperanzas;  y aquí es donde cobra vigencia la otra tesis, la de Manuel Caballero, cuando se inclina por Salas, como el mal menor, para evitar el triunfo Chavista que  según Caballero, podría volver a abrir las puertas de la violencia ancestral que ha acompañado siempre a nuestra historia.
         Para nuestro historiador, la gran conquista histórica del siglo XX venezolano, es la paz, que particulariza y enaltece a Venezuela y que nos hace diferentes y mejor a otras muchas sociedades; del primer mundo y del tercero que no han logrado descubrir el secreto de la convivencia civilizada y democrática.  Chávez y el Chavismo, piensa Caballero, son portadores de miedos y frustraciones ancestrales, que de esperanza redentora podrían convertirse en un nuevo azote autoritario, engendrado desde las profundidades telúricas de nuestra historia.
         Ambas tesis, están avaladas por el conocimiento de nuestra historia que tienen ambos historiadores, creo que deberíamos prestarle atención; son esas voces solitarias  que no dejan de tener razón;  porque en el fondo de lo que se trata no es de quien gane, sino del destino de un pueblo y la necesidad de no retroceder.
         Los procesos históricos por definición son complejos y contradictorios, llenos de paradojas y sin sentido; de pronto Chávez, golpista y constituyente, fortalece nuestro proceso democrático o Salas Romer, gobernante exitoso se empantana con el viejo bipartidismo.  La historia está llena de riesgos e incertidumbres, pero antes de escribirla hay que vivirla.  De allí la importancia de cada uno de nosotros y del liderazgo nacional, de cualquier signo que sea.  Lo  más importante del 6 de Diciembre es que el perdedor acepte los resultados, los respete y los respalde.  Que las Fuerzas Armadas sigan siendo subordinadas y civilistas, que eviten la tentación de pretenderse árbitros  del sistema y ser un poder supraconstitucional.  Que el resto de la sociedad, especialmente los poderosos e influyentes y particularmente los medios de comunicación no pierdan la mesura y el equilibrio y entre todos fortalezcamos la cultura democrática que no es otra que el pluralismo y la tolerancia.

viernes, 27 de noviembre de 1998

TIEMPOS DE INCERTIDUMBRE



Nadie sabe hacia dónde vamos y es que en el siglo XX toda esperanza ha sido sometida a prueba, hasta la misma fe en el hombre: todo lo contrario de los siglos XVIII y XIX, cuando el pensamiento ilustrado impuso la idea de progreso como destino inexorable de la historia, o como diría Kant “el género humano se halla en proceso constante hacia lo mejor”.

         Vivimos una crisis de valores y de teorías; volvemos a sentirnos culpables e incapaces y la idea dominante es el “fin de todas las cosas”, el fin de la historia.  De allí la importancia de volver al pensamiento ilustrado con sus seguridades filosóficas y su optimismo histórico, por eso Kant podía decir “la ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad” y cuyo lema fundamental es “ten el valor de servirte de tu propia razón”.  De eso se trata, servirnos de la razón, es decir, de la ciencia para liberarnos: El problema es la técnica dependiente y desviada de la ciencia, pero autónoma, convertida en mercancía y mercado, se niega a sí misma.  La razón técnica llega a oponerse a la razón científica y así es como la libertad traicionada aliena y no libera; el hombre vuelve a esclavizar al hombre, la tecnocracia y el tecnocratismo nos hace avanzar, pero en un mundo inhumano y lleno de desequilibrios, genera riqueza para unos pocos y miseria para la mayoría.

         El mundo sigue siendo fundamentalmente codicia y poder; la economía es explotación en nombre del progreso y la política, dominación en nombre de la democracia; “razonad todo lo que queráis, y sobre lo que queráis, pero obedeced”.

       El programa más permanente es el control social, se ha olvidado que la libertad forma parte de la naturaleza del hombre y que la contradicción es quien mejor la caracteriza.  Llámese antagonismo o dialéctica la “insociable sociabilidad” de los hombres que los lleva a vivir en sociedad organizadamente y sometido a leyes; al mismo tiempo que lucha por negarlos a ambas; orden y progreso es la primera consigna; libertad y progreso es la máxima aspiración.  En esto se resume la crisis de nuestro tiempo el ansia libertaria amenazada permanentemente por la tentación autoritaria.

         El hombre en su orfandad y minoridad sigue buscando un señor; la pregunta es hasta cuándo esta orfandad y minoridad.  En términos políticos se había llegado a creer que, establecido un gobierno de leyes, era posible autogobernarse y que la clase de los propietarios y dominadores era sustituída por la existencia de la sociedad civil y el Estado de Derecho.

         ¿No es acaso este el problema fundamental del país?

Democracia



Frente a la Democracia real se ha desarrollado una Democracia mito que tiende a suplantar a la primera.  Vaciada de pueblo, sobrevive en la retórica oficial.  El gran ausente en la conmemoración de los 25 años del 23 de enero, fue precisamente el pueblo.
         La Democracia como idea y proyecto político es una derivación de la idea de progreso.  Por eso la Democracia se concibe perfectible, en tránsito hacia una mayor libertad e igualdad de los individuos y las comunidades.  Este evolucionismo orgánico, como concepción del hombre y la historia, es la teoría fundamental de la cultura contemporánea.  Se remonta al pensamiento griego y judeo-cristiano, pero su perfil definitivo lo alcanza en los siglos XVII, XVIII y XIX.
         Inmersos como estamos en una gran crisis histórica, se hace necesario volver a interrogarse sobre los fundamentos de nuestra cultura.  En el caso de la Democracia hay que volver a reflexionar sobre la idea y la realidad de la libertad y la igualdad en la sociedad contemporánea.
         ¿Cuál libertad y cuál igualdad?
         Libertad para hacer todo lo que queramos siempre que no queramos nada, que no sea lo que nos obliga a consumir.
         ¿No es esta acaso, la historia de la alineación contemporánea que nos escamotea nuestra libertad a través de la pantalla de un televisor?
         Conquistar la libertad es la posibilidad de equilibrar necesidades, deseos y posibilidades.  Es la confrontación sin tregua  entre  la  libertad y el

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poder.  Es nuestra Utopía, tierra de ninguna parte, que ha guiado toda la historia humana.
         Las dos máximas invenciones de la cultura occidental han sido la idea de infierno y paraíso, el máximo castigo y el máximo premio.  Fuimos igualados en el más allá antes de serlo en el más acá.  Igualdad trascendental, pues para Dios todos somos iguales, nacemos y morimos igualados, esta fue la fórmula inventada para poder soportar las desigualdades de todo tipo que la humanidad ha conocido.
         La Rebeldía, Luzbel y Prometeo, ha sido la respuesta del hombre, frente a la represión y la falta de libertad.  La revolución ha sido la respuesta frente a las desigualdades.
         Mito e historia se entrecruzan y confunden, al ser humano concreto le corresponde, en la batalla sin término de su existencia, resolver el dilema de la libertad y de la igualdad.
         Crear y construir un sistema democrático implica tener una concepción positiva del hombre y la sociedad así como fe en la capacidad racional de progreso de la humanidad y del pueblo concreto al cual se pertenece.
         La democracia, tal como la conocemos, debe implicar además la supremacía de la ley, un bienestar material creciente para todos, y un desarrollo cultural, básicamente ético y estético, de toda la población.
         La degeneración política de la Democracia se llama: anarquía y demagogia.  Su fracaso se llama miseria y corrupción.  Su fantasma y riesgo permanente es la dictadura, el entronizamiento de la arbitrariedad y el abuso, contra la dignidad, la justicia y la libertad.  Toda Democracia lleva en sí mismo el germen de negación, el huevo de la serpiente bergmaniano, cuando la mayoría de la población empieza a imputarle al Estado  y  al  gobierno  los
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vicios y las dificultades.  Los acontecimientos se desbordan y la fe en las leyes y las instituciones se debilitan.  El pleito subalterno se impone y se pierde la capacidad de coincidir.
         Bastará una coyuntura económica desfavorable, un acontecimiento crítico, o un líder mesiánico para que las grandes mayorías incuben la bestia dictatorial.
         Igualmente conspira contra la Democracia, en Venezuela y Latinoamérica, nuestro individualismo, egoísta y anárquico.  En última instancia todo se reduce en una indisciplina social de cada quien “hace lo que le de la gana”.  Herencia psicológica y cultural hispánica, a la cual le hemos agregado la viveza criolla, ser el más vivo a costa de lo que sea.
         Democracia y dictadura han marcado de manera pendular nuestra historia, marchar hacia la Democracia es posible siempre y cuando se imponga la supremacía de la ley, una verdadera legalidad democrática, una justicia social progresiva y una libertad real, que implica deberes y derechos.