viernes, 27 de noviembre de 1998

Democracia



Frente a la Democracia real se ha desarrollado una Democracia mito que tiende a suplantar a la primera.  Vaciada de pueblo, sobrevive en la retórica oficial.  El gran ausente en la conmemoración de los 25 años del 23 de enero, fue precisamente el pueblo.
         La Democracia como idea y proyecto político es una derivación de la idea de progreso.  Por eso la Democracia se concibe perfectible, en tránsito hacia una mayor libertad e igualdad de los individuos y las comunidades.  Este evolucionismo orgánico, como concepción del hombre y la historia, es la teoría fundamental de la cultura contemporánea.  Se remonta al pensamiento griego y judeo-cristiano, pero su perfil definitivo lo alcanza en los siglos XVII, XVIII y XIX.
         Inmersos como estamos en una gran crisis histórica, se hace necesario volver a interrogarse sobre los fundamentos de nuestra cultura.  En el caso de la Democracia hay que volver a reflexionar sobre la idea y la realidad de la libertad y la igualdad en la sociedad contemporánea.
         ¿Cuál libertad y cuál igualdad?
         Libertad para hacer todo lo que queramos siempre que no queramos nada, que no sea lo que nos obliga a consumir.
         ¿No es esta acaso, la historia de la alineación contemporánea que nos escamotea nuestra libertad a través de la pantalla de un televisor?
         Conquistar la libertad es la posibilidad de equilibrar necesidades, deseos y posibilidades.  Es la confrontación sin tregua  entre  la  libertad y el

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poder.  Es nuestra Utopía, tierra de ninguna parte, que ha guiado toda la historia humana.
         Las dos máximas invenciones de la cultura occidental han sido la idea de infierno y paraíso, el máximo castigo y el máximo premio.  Fuimos igualados en el más allá antes de serlo en el más acá.  Igualdad trascendental, pues para Dios todos somos iguales, nacemos y morimos igualados, esta fue la fórmula inventada para poder soportar las desigualdades de todo tipo que la humanidad ha conocido.
         La Rebeldía, Luzbel y Prometeo, ha sido la respuesta del hombre, frente a la represión y la falta de libertad.  La revolución ha sido la respuesta frente a las desigualdades.
         Mito e historia se entrecruzan y confunden, al ser humano concreto le corresponde, en la batalla sin término de su existencia, resolver el dilema de la libertad y de la igualdad.
         Crear y construir un sistema democrático implica tener una concepción positiva del hombre y la sociedad así como fe en la capacidad racional de progreso de la humanidad y del pueblo concreto al cual se pertenece.
         La democracia, tal como la conocemos, debe implicar además la supremacía de la ley, un bienestar material creciente para todos, y un desarrollo cultural, básicamente ético y estético, de toda la población.
         La degeneración política de la Democracia se llama: anarquía y demagogia.  Su fracaso se llama miseria y corrupción.  Su fantasma y riesgo permanente es la dictadura, el entronizamiento de la arbitrariedad y el abuso, contra la dignidad, la justicia y la libertad.  Toda Democracia lleva en sí mismo el germen de negación, el huevo de la serpiente bergmaniano, cuando la mayoría de la población empieza a imputarle al Estado  y  al  gobierno  los
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vicios y las dificultades.  Los acontecimientos se desbordan y la fe en las leyes y las instituciones se debilitan.  El pleito subalterno se impone y se pierde la capacidad de coincidir.
         Bastará una coyuntura económica desfavorable, un acontecimiento crítico, o un líder mesiánico para que las grandes mayorías incuben la bestia dictatorial.
         Igualmente conspira contra la Democracia, en Venezuela y Latinoamérica, nuestro individualismo, egoísta y anárquico.  En última instancia todo se reduce en una indisciplina social de cada quien “hace lo que le de la gana”.  Herencia psicológica y cultural hispánica, a la cual le hemos agregado la viveza criolla, ser el más vivo a costa de lo que sea.
         Democracia y dictadura han marcado de manera pendular nuestra historia, marchar hacia la Democracia es posible siempre y cuando se imponga la supremacía de la ley, una verdadera legalidad democrática, una justicia social progresiva y una libertad real, que implica deberes y derechos.

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