jueves, 22 de agosto de 2013

El muro infamante


Las sociedades que sucumben al miedo, se aíslan y se rodean de muros mentales y físicos; así ocurrió con la muralla china que pretendía ponerle límites al infinito y encerrar el vacío, terminó siendo militarmente inútil y con el tiempo turísticamente atractiva. Así le está ocurriendo a los norteamericanos con la infamante barda o cerca para aislarse del vecino mejicano, una frontera de 3200 Km y con un tráfico humano de millones de personas y con actividades económicas cuantificadas en 14.000 millones de dólares anuales solamente en drogas. Se empezó a construir en el 2006 con el apoyo del 73% de los miembros del senado y por iniciativa del gobierno reaccionario y belicista de Bush (hijo) y como consecuencia directa de la histeria colectiva post 11 de septiembre de 2001. Una época oscura para la sociedad norteamericana de intolerancia y fundamentalismo muy parecido al infamante “macartismo” del siglo XX. La cerca terminó siendo costosa e inútil, como la muralla china y al retirarle el Congreso los fondos, en un rapto de sensatez quedó como un monumento a la estupidez política y una afrenta a la dignidad de un pueblo que se proclama democrático y que en su momento puso total empeño en derrumbar otra cerca ideológico-política como la llamada cortina de hierro y un muro real como el de Berlín.
Hoy la cerca inútil es motivo de burla y lógicamente no ha eliminado ni disminuido el flujo humano entre los dos países y mucho menos controlado la compleja problemática del tráfico de drogas. Como siempre ha ocurrido en la Historia, las fronteras terminan desapareciendo y los pueblos integrándose en una alquimia creadora de culturas diversas. En el siglo XXI quizá este sea uno de los principales desafíos, transformar las fronteras en territorios que separan por territorios integrados y con ello ayudar a seguir derribando tantas paredes espirituales y mentales que siguen dividiendo a la humanidad.

Una película sobre Bolívar


Partamos de la premisa que el cine nacional existe. Igualmente hay que reconocer el esfuerzo hecho por mucha gente, especialmente creadores y cinéfilos. Desde la década de los 40 del siglo XX hasta el día de hoy el esfuerzo ha sido permanente pero errático y lo más grave, como siempre, por falta de sentido institucional de las cosas no ha habido continuidad.
Frente al cine nacional tienden a existir dos posturas: todo lo que se hace es bueno y hay que apoyarlo; y todo lo que se hace es malo y hay que criticarlo. En lo personal, como simple espectador, he visto películas mejores y muchas no tan buenas. Estimo como lo más consistente de nuestra filmografía lo hecho por Román Chalbauld y particularizo en mis gustos a Oriana, de Fina Torres. De mucho más nivel ha sido nuestra tradición documental, desde las antológicas Araya y Reverón, de Margot Benacerraf hasta la serie documental de Bolívar Films.

En general el problema no es de talento sino de recursos, profesionalización y continuidad. No hemos logrado crear una consistente tradición cinematográfica como por ejemplo la mejicana, la argentina o la brasileña, de alguna manera la televisión y las telenovelas particularmente monopolizaron nuestros espacios audiovisuales. Tampoco hemos tenido una consistente tradición teatral y actoral, carencias que se repiten en casi todos los aspectos de la industria cinematográfica. Dicho lo anterior, llegamos al Bolívar cinematográfico actualmente en cartelera. El Bolívar del director Luis Alberto Lamata, en términos de producción, dirección, escenografía, musicalización, pasan la prueba, si nos comparamos con nosotros mismos. Mientras que en términos de guión, diálogos y actuación las deficiencias son evidentes y reiteradas. Igualmente la manipulación histórico-historiográfica, en donde se confunde presente con pasado, quizá para complacer, no lo sé, al amo del dinero. El personaje Bolívar, a mi juicio deficientemente interpretado, actuado y sobreactuado, convierte a Bolívar en un petimetre caraqueño, políglota (?), promiscuo, vanidoso y de gestos altisonantes y falsos. Una figura acartonada o de cera. Los demás personajes son simple comparsa, que todo el tiempo están fingiendo ser lo que no son, sin sentimientos y sin contenidos, perfectas existencias vacías, sin memoria, sin biografía y sin personalidad. La película perniciosamente, al confundir el presente con el pasado, a pesar de que se ubica en 1815-1816; entre Jamaica-Haití-Venezuela se desarrolla en claves políticas subliminales de total actualidad.
Consideración aparte merece el público, a pesar de la propaganda oficialista, y quizá por ello mismo, aparentemente el gran público no la ha respaldado todavía, en la función que nosotros asistimos éramos apenas 6 personas.

jueves, 15 de agosto de 2013

Ernesto Sabato


Nace el 24 de Junio de 1911, y muere a los 96 años. Escritor argentino de obra corta e intensa, como Rulfo, había descubierto el arte de escribir, quemando o destruyendo muchos manuscritos, tal como lo prescribía Flaubert. Su obra narrativa publicada se reduce a la trilogía: “El túnel”; “Héroes y tumbas”; y “Abaddón el exterminador”. Obras llenas de intuiciones, premoniciones y sueños, o mejor, pesadillas, que marcan y definen toda su obra. Su informe sobre ciegos, texto casi autónomo dentro de otro libro, de alguna manera anticipó la funesta y terrorífica dictadura militar (1976-1983) con su casi 30.000 desaparecidos, que posteriormente documentó la Comisión de la Verdad nombrada por el presidente Alfonsín y que presidió Sábato. El propósito principal, como dijera Sábato, era para no olvidar, aunque se proclamara el perdón y la reconciliación pero con justicia y sin impunidad (casualmente en los últimos meses fue noticia la muerte en la cárcel del dictador Videla, que había sido condenado a cadena perpetua). Sábato fue un hombre melancólico y depresivo, características que con los años se acentuaron y que en su obra se refleja de manera visible. Casi ciego, en su vejez, se dedica a pintar cuadros expresionistas, en donde la figura humana, en particular el rostro y los ojos, como en un cuadro de Munch expresan el terror y horror de la condición humana, tanto por su herencia cainítica como por la finitud inevitable. El escritor, a pesar de todo creía en los seres humanos, especialmente en aquellos que no renuncian a la utopía.

Hijo de emigrantes calabreses, Ernesto Sábato fue argentino integral y latinoamericano a su manera. Irrenunciablemente lúcido y crítico, y al mismo tiempo, como decía en los últimos años, en el fondo un hombre bueno.

En “El túnel”, novela urbana, es el conflicto existencial de los pequeños seres que se agotan en la cotidianidad y el misterio, en el amor y la tragedia, mientras que en “Héroes y tumbas”, es el sentimiento trágico de la historia, de la identidad personal y colectiva en permanente conflicto con el tiempo y las circunstancias. Una identidad precaria y huidiza, de memoria reciente e inestable, una identidad que pretende asumirse más desde el futuro que desde el pasado, ya que éste, trágico por definición a veces pesa tanto que no nos deja vivir. En “Abaddón el exterminador”, así como en su obra ensayística, intenta una aproximación lúcida y melancólica con su tiempo, ese siglo XX que tanto lo atormentó.

Carlos Fuentes


Autor mejicano (1928-2013) editor, lector y guionista, como a él le gustaba presentarse, fue un creador oceánico que en la mejor tradición del Quijote trató de crear una literatura personal cuyo hilo conductor fue el tema de la identidad y el poder. Autor emblemático del “boom” de la literatura latinoamericana con tantos nombres importantes y emblemáticos participa de la idea que con el “boom” (1960-1970) la literatura latinoamericana se hace universal; y todo un continente, uno y diverso, asume el idioma como una patria compartida.
Se da a conocer con dos libros fundamentales a través de los cuales intenta comprender lo que pudiéramos llamar la “mexicanidad” con antecedentes ilustres, como Alfonso Reyes y Octavio Paz. “La región más transparente” de 1958 y “Las buenas conciencias” de 1959 en las cuales asume el permanente conflicto en nuestro continente entre historia y mito. El conflicto que marca nuestros orígenes en 1492, entre lo hispano, lo indígena y lo mestizo. Conflicto secular de encuentros y rupturas y esa inestable síntesis que pretendemos expresar los latinoamericanos de nuestro tiempo.
En 1975, con “Terra nostra”, intenta una Suma literaria que venía desarrollando en libros anteriores, como “La muerte de Artemio Cruz” de 1962, “Cambio de piel” de 1967 y otros. Saga que culmina de alguna manera en 1990 con “”Valiente mundo nuevo”, “El espejo enterrado” de 1992 y la silla del águila del 2003, estos son algunos de los títulos que reitera como en una circunferencia o laberinto en donde la épica, la utopía y el mito, son los verdaderos protagonistas.
La escritura de Carlos Fuentes es una pretensión de un universo narrativo totalizador a la manera del ya citado Quijote y otros importantes autores de la literatura universal.
Decía Carlos Fuentes que la aventura del novelista consiste en decir lo que ignora.
Carlos Fuentes vivió a plenitud su tiempo y sus oportunidades, vivió la atracción de la mujer y se fascinó con la aventura del cine y en la misma medida que particularizó su espacio mejicano en esa misma medida se hizo universal.
A su manera, también vivió la pasión de la política, pero más que la política como vocación le fascinó el poder, en realidad, la tragedia del poder, tan perversamente visible en nuestra historia política así como en el terrible y trágico siglo XX.