La sociedad latinoamericana definitivamente se ha identificado así
misma; desde su propia perspectiva y a partir de su propia problemática. Como dice Ernesto Sábato: “Hemos llegado a la madurez y uno de los
rasgos de una nación madura es la de saber reconocer sus antecedentes sin
resentimiento y sin rubor”; ha sonado la hora de nuestra independencia
cultural, obtenida en el marco de un largo proceso, contra innumerables dependencias
y alineaciones etnocéntricas, que nos impuso una “idea de América”
eurocéntrica, en donde se nos condenaba a la minoridad permanente y a la
explotación y dependencia inmisericorde.
En esta larga lucha en pos de la emancipación mental y cultural, el
papel fundamental lo ha jugado la cultura popular, subterránea y marginal, pero
siempre viva y presente. La literatura y
el arte en pugna con los modelos extraños, sin menoscabo de las influencias
universales verdaderamente creadoras, tratando de crear su forma y lenguaje
original.
La tradición oral y el folklore es la savia que alimenta nuestra mejor
literatura; literatura telúricamente americana en donde el autor se convierte
en un verdadero creador y en un héroe cultural, en competencia con la realidad
manipulada por la historia, que en nuestras latitudes esencialmente es “un
discurso de poder”, como diría Foucault, cuyas reglas para excluir y seleccionar están organizadas por la
metrópolis como medio de establecer y mantener su hegemonía cultural. Dice J. Franco: “Así a los latinoamericanos les fue asignado
el papel de hijos que nunca madurarían, por los filosófos de la ilustración, o
de bárbaros, por el historicismo liberal.
En nuestras sociedades el abismo ha sido llenado por la frustración de
tantos intelectuales metidos a políticos fracasados o por aquellos políticos
(hombres de media ciencia) cuyo dogmatismo y autosuficiencia los convierte en
torturadores de pueblos y estafadores de la fe pública con sus pretensiones
intelectualistas y tecnocráticas.
El intelectual tiene un papel que cumplir en nuestras sociedades,
responsabilidad ingrata, pero que constituye la única manera de ser eficaz y
cumplir su misión, y para ello debe vencer el halago y la integración social;
como Prometeo, normalmente paga caro su osadía.
Los que no resisten son los gacetilleros que pululan en la
pseudo-cultura del subdesarrollo.
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