La política es una actividad racional, a pesar de su
aparente casuística e irracionalidad y
expresa en un nivel perceptible, la conflictualidad social, la lucha por el
poder y la agresividad humana.
En
el combate político hay un nivel objetivo y otro subjetivo, el primero implica
la confrontación de intereses concretos, diversos y contrapuestos. El nivel subjetivo implica una voluntad de
poder y de predominio, configurando una verdadera erótica de la
dominación. Se busca el poder como
compensación o por resentimiento.
La conciencia política deriva de una conciencia histórica y
viceversa. Una conciencia histórica de
pertenencia, de un pasado y un futuro compartido, que permita preservar e ir
construyendo una identidad colectiva.
Todo
sistema político deber responder a una especificidad histórica, social y
cultural. Imitar o importar modelos es
condenarse al fracaso y a la inestabilidad constitucional, como nosotros que
hemos tenido 24 Constituciones en menos de 200 años. En consecuencia la Democracia Venezolana,
igual que cualquier otro sistema político, encuentra sus posibilidades y
límites en sí misma. Cuarenta años es
tiempo suficiente para intentar un balance.
Nuestro
sistema descansa sobre una base económica: el petróleo que ha sido una palanca
poderosa de crecimiento y desarrollo, pero al mismo tiempo por sus
características, ha entronizado el facilismo y la corrupción. Pero el petróleo no es el culpable de las
desviaciones y distorsiones del sistema, sino la clase dirigente,
específicamente, la burguesía y la partidocracia. La primera, parasitaria de un Estado
omnipotente, surge y medra en la corrupción, en connivencia y alianza con la
oligarquía dirigente de la partidocracia.
Partidos dominantes y burguesía han sido los administradores y gerentes
de un sistema democrático, que si bien ha permitido avanzar al país, hoy luce
estancado. De allí el imperativo de la Reforma del Estado.
El
“aggiornamento” de la democracia venezolana es impostergable y pasa por la
construcción de la sociedad civil y el rescate de la condición de
ciudadano. Se hace necesario un
relanzamiento del modelo económico, una estrategia de desarrollo autónomo y a
escala humana, tomando en cuenta la especificidad socio/cultural venezolana. El desarrollo es económico/social y político,
pero, igualmente cultural.
La
idea de progreso y las diversas ideologías desarrollistas, históricamente han
demostrado sus limitaciones y riesgos.
Se
impone un desarrollo modesto y equilibrado, fundado en la libertad y la
justicia social, conquistas fundamentales de la humanidad, que no pueden ser
disociadas y mucho menos sacrificadas una
a la otra.
El
desarrollo debe servir para poner en armonía al hombre con el hombre y a este
con la naturaleza y la democracia es el mejor sistema político para cumplir con
estos objetivos y en Venezuela debemos seguir construyéndola.
El
país tiene, a mediano plazo, las mejores perspectivas económicas, como dice
Orlando Araujo, en uno de sus últimos escritos (Carta a un estudiante del año
2000) “Hemos creado una infraestructura adecuada para el tercer estadio de
nuestro desarrollo industrial, el de Venezuela como potencia industrial del
Caribe sobre el fundamento de la
Siderurgia, la Petroquímica, el aluminio, el gas licuado y la
industria del frío conservadora de una vasta producción perecedera, la
integración agroindustrial, todo sobre el triángulo energético de la
hidroeléctrica, los hidrocarburos todavía abundantes y el carbón”.
Construída
la base material, necesitamos perfeccionar el sistema político y lo más
importante lo tenemos: recursos humanos.
Venezuela a pesar de la marginalidad y de múltiples rémoras sociales, ha
logrado forjar una generación de trabajadores, técnicos, empresarios y
profesionales que exigen y van a lograr un nuevo modelo de desarrollo y un
sistema político mucho más democrático.
Evitemos la tentación autoritaria y al gendarme necesario, este es un
fantasma definitavamente enterrado en el pasado y el verdadero futuro solo se
puede conjugar en democracia.
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