jueves, 27 de mayo de 2004

Construir la Democracia



La política es una actividad racional, a pesar de su aparente casuística  e irracionalidad y expresa en un nivel perceptible, la conflictualidad social, la lucha por el poder y la agresividad humana.
En el combate político hay un nivel objetivo y otro subjetivo, el primero implica la confrontación de intereses concretos, diversos y contrapuestos.  El nivel subjetivo implica una voluntad de poder y de predominio, configurando una verdadera erótica de la dominación.  Se busca el poder como compensación o por resentimiento.
La conciencia política deriva de una conciencia histórica y viceversa.  Una conciencia histórica de pertenencia, de un pasado y un futuro compartido, que permita preservar e ir construyendo una identidad colectiva.
Todo sistema político deber responder a una especificidad histórica, social y cultural.  Imitar o importar modelos es condenarse al fracaso y a la inestabilidad constitucional, como nosotros que hemos tenido 24 Constituciones en menos de 200 años.  En consecuencia la Democracia Venezolana, igual que cualquier otro sistema político, encuentra sus posibilidades y límites en sí misma.  Cuarenta años es tiempo suficiente para intentar un balance.
Nuestro sistema descansa sobre una base económica: el petróleo que ha sido una palanca poderosa de crecimiento y desarrollo, pero al mismo tiempo por sus características, ha entronizado el facilismo y la corrupción.  Pero el petróleo no es el culpable de las desviaciones y distorsiones del sistema, sino la clase dirigente, específicamente, la burguesía y la partidocracia.  La primera, parasitaria de un Estado omnipotente, surge y medra en la corrupción, en connivencia y alianza con la oligarquía dirigente de la partidocracia.  Partidos dominantes y burguesía han sido los administradores y gerentes de un sistema democrático, que si bien ha permitido avanzar al país, hoy luce estancado.  De allí el imperativo de la Reforma del Estado.
El “aggiornamento” de la democracia venezolana es impostergable y pasa por la construcción de la sociedad civil y el rescate de la condición de ciudadano.  Se hace necesario un relanzamiento del modelo económico, una estrategia de desarrollo autónomo y a escala humana, tomando en cuenta la especificidad socio/cultural venezolana.  El desarrollo es económico/social y político, pero, igualmente cultural.
La idea de progreso y las diversas ideologías desarrollistas, históricamente han demostrado sus limitaciones y riesgos.
Se impone un desarrollo modesto y equilibrado, fundado en la libertad y la justicia social, conquistas fundamentales de la humanidad, que no pueden ser disociadas y mucho menos sacrificadas una  a la otra.
El desarrollo debe servir para poner en armonía al hombre con el hombre y a este con la naturaleza y la democracia es el mejor sistema político para cumplir con estos objetivos y en Venezuela debemos seguir construyéndola.
El país tiene, a mediano plazo, las mejores perspectivas económicas, como dice Orlando Araujo, en uno de sus últimos escritos (Carta a un estudiante del año 2000) “Hemos creado una infraestructura adecuada para el tercer estadio de nuestro desarrollo industrial, el de Venezuela como potencia industrial del Caribe sobre el fundamento de la Siderurgia, la Petroquímica, el aluminio, el gas licuado y la industria del frío conservadora de una vasta producción perecedera, la integración agroindustrial, todo sobre el triángulo energético de la hidroeléctrica, los hidrocarburos todavía abundantes y el carbón”.
Construída la base material, necesitamos perfeccionar el sistema político y lo más importante lo tenemos: recursos humanos.  Venezuela a pesar de la marginalidad y de múltiples rémoras sociales, ha logrado forjar una generación de trabajadores, técnicos, empresarios y profesionales que exigen y van a lograr un nuevo modelo de desarrollo y un sistema político mucho más democrático.   Evitemos la tentación autoritaria y al gendarme necesario, este es un fantasma definitavamente enterrado en el pasado y el verdadero futuro solo se puede conjugar en democracia.

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