José Ortega y Gasset escribe su ensayo “España invertebrada” en 1921 y en él trataba de expresar y entender la profunda crisis histórica que venía padeciendo España, especialmente en su tránsito del siglo XIX al XX. De manera aguda el autor desarrolla su ensayo con una serie de observaciones que analógicamente podrían ser utilizadas en nuestro propio análisis sobre la crisis nacional que nos aqueja en este igualmente traumático paso del siglo XX al siglo XXI.
Decía Ortega, las cosas van mal, pero nuestro compatriotas se empeñan en no verlo por aquello de que los españoles eran optimistas de nacimientos y a ultranza. producto de una visión ingenua y en cierta forma complaciente de la realidad tal como ha sido nuestra propia actitud en los últimos años). El pesimismo no le gusta a nuestra gente, ni siquiera cuando la realidad nos golpea tan duramente. Nos empecinamos en un optimismo ciego e irresponsable y preferimos solo ver las cosas superficiales y obviamos, en un evidente acto de irresponsabilidad, las causas profundas de la crisis y nuestra responsabilidad individual en la misma, haciendo patente la afirmación nietzscheana de que los seres humanos preferimos ignorar la verdad y muy pocos están dispuestos a asumirla plenamente.
Dice Ortega y Gasset, así como el psicólogo es capaz de identificar las pasiones dominantes o sus complejos en cada individuo, así en el análisis histórico, social o político debemos aprender a identificar la especificidad de cada sociedad en particular, siempre son las mismas cosas, solo que de otra manera y así como se puede hablar de responsabilidad individual, también se puede o se debe asumir el concepto de la responsabilidades colectivas, nada más irresponsable que el “yo no sabía” o “yo no creía” como le ocurrió entre otros al pueblo alemán frente al gobierno nazi o al pueblo cubano en nuestro propio continente.
En ese sentido, España y en general América Latina, tienen sus particularidades, como por ejemplo nuestra sobrevalorización del pasado y el empeño de quedarnos en él como un absoluto perfecto frente a un presente lánguido y menguado, transmutando el pasado en una utopía inalcanzable y en consecuencia condenándonos a una eterna orfandad traumática de un pueblo sin verdadera memoria y por consiguiente, extraviado en su búsqueda de futuro. Los grandes sueños y las grandes hazañas colectivas solo son válidas y útiles si las pensamos en tiempo futuro, de allí lo anacrónico de esa pretensión bicentenaria de volver siempre a nuestra primera independencia.
Decía Ortega, las cosas van mal, pero nuestro compatriotas se empeñan en no verlo por aquello de que los españoles eran optimistas de nacimientos y a ultranza. producto de una visión ingenua y en cierta forma complaciente de la realidad tal como ha sido nuestra propia actitud en los últimos años). El pesimismo no le gusta a nuestra gente, ni siquiera cuando la realidad nos golpea tan duramente. Nos empecinamos en un optimismo ciego e irresponsable y preferimos solo ver las cosas superficiales y obviamos, en un evidente acto de irresponsabilidad, las causas profundas de la crisis y nuestra responsabilidad individual en la misma, haciendo patente la afirmación nietzscheana de que los seres humanos preferimos ignorar la verdad y muy pocos están dispuestos a asumirla plenamente.
Dice Ortega y Gasset, así como el psicólogo es capaz de identificar las pasiones dominantes o sus complejos en cada individuo, así en el análisis histórico, social o político debemos aprender a identificar la especificidad de cada sociedad en particular, siempre son las mismas cosas, solo que de otra manera y así como se puede hablar de responsabilidad individual, también se puede o se debe asumir el concepto de la responsabilidades colectivas, nada más irresponsable que el “yo no sabía” o “yo no creía” como le ocurrió entre otros al pueblo alemán frente al gobierno nazi o al pueblo cubano en nuestro propio continente.
En ese sentido, España y en general América Latina, tienen sus particularidades, como por ejemplo nuestra sobrevalorización del pasado y el empeño de quedarnos en él como un absoluto perfecto frente a un presente lánguido y menguado, transmutando el pasado en una utopía inalcanzable y en consecuencia condenándonos a una eterna orfandad traumática de un pueblo sin verdadera memoria y por consiguiente, extraviado en su búsqueda de futuro. Los grandes sueños y las grandes hazañas colectivas solo son válidas y útiles si las pensamos en tiempo futuro, de allí lo anacrónico de esa pretensión bicentenaria de volver siempre a nuestra primera independencia.
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