martes, 16 de agosto de 2016

América Latina: Continente anacrónico


El continente nace sin nombre, en 1492, por lo menos para los europeos, entramos en la historia como un mito del viejo continente.

El mundo indígena, autóctono, sin verdaderamente serlo (de origen asiático) fue ignorado, anulado de manera violenta y evangelizado entre la prédica y la espada.

En tiempos de utopías, fuimos sucesivamente la Atlántida sumergida, la extraviada Última Thule y para el comercio fuimos Asia y las Indias Occidentales, hasta que un cartógrafo desorientado nos dió, sin saberlo, nombre y destino: América, las tierras de Américus, por Amerigo Vespucci.

Tres siglos de violencia conquistadora y colonizadora nos dieron un rostro de identidad mestiza, alma de criollo que todavía hoy se trata de definir. En el norte se asumieron como una prolongación, una tierra prometida y un pueblo elegido, en el sur, de tanto pensarnos en clave de futuro dejamos de asumir presente y pasado, y el futuro es nuestro tiempo mítico por excelencia.

Mientras se forjaba el mundo moderno con su Ilustración, enciclopedistas e iluminados, e igualmente nacía el mundo industrial de las llamadas revoluciones burguesas, en estas tierras creímos independizarnos sin dejar de ser colonias, simplemente se cambió de amo y metrópoli.

Doscientos años después, se sigue hablando de Independencia, una presunta segunda independencia y empezando el siglo XXI seguimos insistiendo en la idea anacrónica de otra independencia, mientras que a nivel material y espiritual seguimos cultivando dependencias y subordinaciones.

A falta de futuro, quizás por pensar que nunca habíamos salido de él, cultivamos la ilusión cada tanto tiempo de los “héroes y las tumbas”, como si la vida pudiera ser garantizada desde la muerte.

Las élites se pretendían ilustradas sin serlo, mientras a las mayorías se les abandonaba en sus carencias materiales, ignorancias y supersticiones y se les predicaba la ideología milenarista de que algún día el héroe renacido reencarnado volvería a liberarlos.

En pleno siglo XXI, todavía nuestras ideas, creencias e ideologías, sirven más para mantenernos en el pasado que garantizarnos un futuro en clave de una modernidad en pleno desarrollo.

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