El presidente, en su egolatría y narcisismo, debe sentirse muy bien; ya que ha logrado casi tener el poder absoluto y para sus adversarios una mayoría nacional, se ha convertido en una obsesión y un factor emocional profundamente perturbador y desestabilizador. Miles de personas, por no decir millones, pueden decir que sus vidas cambiaron radicalmente a partir de la presencia de Chávez en el poder. El mecanismo ha sido simple y eficaz; ilusionar a unos y atemorizar a otros.
Nuestro personaje ha resultado un experto en guerra psicológica, como su maestro Fidel, a quien adula, imita y emula. Como este golpea sin piedad y, trata de no perder la iniciativa. Con un “caradurismo” impresionante; dice y se contradice sin sonrojarse y forja su propia lógica, por muy ilógica que parezca. Es un maestro, como Fidel, en presentar lo irracional, como racional; por ejemplo, presentar su cóctel ideológico, el mal llamado “Socialismo del siglo XXI”, como una propuesta seria y tontos los demás que nos ponemos a discutirlo. Más acertada me parece la posición de quienes no caen en la trampa y lo califican de lo que es; una tontería que se le ocurrió a Chávez o un disfraz que quiere distraer, ocultar o confundir su verdadera intención de autócrata vocacional y es convertir a Venezuela en otra satrapía como Cuba; un país pobre, atrasado y envilecido por un iluminado hombre de poder.
Afortunadamente Venezuela no es Cuba; un régimen producto de la guerra fría, y nuestra sociedad, ya vive en el siglo XXI, aunque de manera imperfecta.
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