En términos políticos no existe la posibilidad de la liberación solamente por el discurso. Y así se evidenció en la filosofía política del siglo XVIII cuando en la fragua del pensamiento revolucionario de la época y particularmente de algunos autores como Jean-Jacques Rousseau por un lado se expresaba compasión por la condiciones de vida de unos y al mismo tiempo se generaba temor en el sector dominante de la sociedad. Temor y compasión es el discurso del poder y del contrapoder que termina anulando las posibilidades del diálogo y en consecuencia nos conduce a un estado de barbarie inevitable. Un sector de la sociedad al desconocer a otro sector de la sociedad y considerarlo su enemigo termina predicando y practicando la inhumanidad.
La pobreza y los pobres no son de hoy, siempre han existido pero para no ir muy lejos en el siglo XVIII europeo eran identificados como los desdichados. En el siglo XIX fueron identificados como los miserables y en el siglo XX quizá el término más generalizado es el de los explotados, marginales y excluidos o como dijere el autor mejicano Mariano Azuela “los de abajo”. Seres humanos reales, literariamente identificados y políticamente movilizados. La revolución francesa de 1789 fue cronológicamente la primera revolución moderna movilizadora de masas con un programa definido de identificación humana universal a través de la declaración de los derechos humanos y ciudadanos. Se partía del conocimiento explícito de que todos somos seres humanos y que sin ningún tipo de diferencia participamos de la misma naturaleza humana: todos nos reconocemos en todos, de allí el concepto de fraternidad, de fuerte reminiscencias cristianas y roussonianas. Pero solo en el siglo XX es cuando podemos hablar con propiedad y de manera universal de humanidad y fraternidad acompañado del concepto y propósito de redención social y liberación económica general y en ese empeño continuamos en estos comienzos del siglo XXI. El discurso revolucionario el haber terminado en fantasía o promesa incumplida tiene que ver con el hecho de haberse quedado solo en la retórica y reducido al plano político obviando la economía y la cultura.
Debido a esta insuficiencia filosófica y doctrinaria las revoluciones terminaron en fracaso y mientras tenían vigencia cada vez más iban asumiendo la magia como método y la fantasía como solución y un buen ejemplo de ello es la anécdota referida a la época de la revolución cultural en China cuando los trabajadores de una fábrica confrontaban un problema de desperfecto mecánico se reunían a leer el libro rojo de Mao como si este objeto mágico pudiera resolver el problema práctico que estaban confrontando. Ninguna revolución se sostiene en el discurso ni en el pretendido carisma del líder, sin alienación ideológica, sin represión y sin control social no hay liderazgo que valga ni revolución que dure.
viernes, 10 de junio de 2011
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