martes, 18 de julio de 2017

Una crisis de larga duración en tiempo presente


El tiempo no tiene ni comienzo
ni fin y por ello es que siempre
nos encontramos en el centro
del tiempo.”
J.L. Borges

La conciencia solo es posible desde la experiencia”
Kant

Todo lo real siempre es racional”.
Hegel


La libertad humana nunca es absoluta, su límite es el “Otro”; los “Otros” con quien estamos obligados a convivir, tolerar, respetar y eventualmente a ayudar en función de un Bien Común. La libertad con responsabilidad resume el principio ético-moral fundamental: desearle al otro el mismo bien que deseo para mi.

Bertrand Russell recomendaba para la sobrevivencia de la especie, la tolerancia para la convivencia y la necesidad de atenernos a los hechos para entender la realidad.

Decía y sostengo que la libertad humana nunca es absoluta. No escogemos nuestro tiempo ni la sociedad y la cultura de la cual vamos a formar parte. Siendo lugareños emocionales, de lengua y costumbres predeterminadas, nuestra época nos obliga a la globalización. Asumirnos como habitantes de la casa común (Encíclica Laudato Si´ del Papa Francisco). Nuestra identidad culturalmente se amplía hasta niveles planetarios. Hemos creado una noosfera tecnológica-comunicacional en un contexto económico y geopolítico global.

Habitantes del tiempo, éste nos habita consumiéndonos y al mismo tiempo nos exige “consumir” el tiempo particular y en nuestro caso este tiempo venezolano tan difícil, atormentado y opresivo y es éste quizá nuestro principal desafío, intentar “comprender” lo que nos ha venido sucediendo para que, desde la lucidez, superar las dificultades, creativamente y asumir la crisis como tantas veces se ha dicho, como una oportunidad y no como una derrota.

Como Nación tenemos siglos de existencia en un largo mestizaje antropológico y cultural que nos hace particulares y universales a la vez.

Como Nación, a partir de 1492 fraguamos durante tres siglos en el colonialismo hispánico de la época y desde 1810-1811 optamos por la modernidad, al asumirnos como República Civil y desde el siglo XX, intentado desarrollar un proyecto democratizador de nuestra sociedad de economía moderna y un sistema político democrático.

Como todo proceso histórico de larga duración se ha progresado sin lugar a dudas, pero el progreso por definición no es lineal y en el camino permanentemente hay obstáculos que vencer y siempre con posibilidades ciertas de retroceso.

De la matriz hispánica europea africana y asiática surge la venezolanidad, como “un pequeño nuevo género humano”, emparentado directamente con el Continente Americano en su totalidad y particularmente en la región geo-política y económico-cultural que venimos llamando Latinoamerica.

La independencia, que recién acabamos de conmemorar los 206 años de la misma, fue un proyecto civil y civilizatorio tempranamente abortado por la guerra, la violencia y la anarquía que nos duró casi un siglo, hasta la derrota bárbara de los caudillos en 1903. No otra cosa fue nuestro siglo XIX, una larga y perniciosa guerra civil de una sociedad extraviada en la pobreza y las discordias. Solo en los 20 años de la guerra emancipadora se calcula una merma de nuestra población en 30%, y un 30% en la llamada guerra federal.

Hay que esperar al siglo XX y el azar del petróleo para que Venezuela despierte de su letargo histórico y con el desarrollo demográfico, social y económico del país, surge y se desarrolla el proyecto político más importante de nuestra modernidad que no es otro que la Democracia, como proyecto político moderno del poder y la subordinación militar al poder civil. Separación y autonomía del poder y alternabilidad electoral, vía sufragios confiables.

Formalmente la Democracia venezolana, en términos electorales y políticos, surge en 1947, al establecerse el sufragio universal y el reconocimiento pleno de los partidos políticos y sindicatos. Proceso que se continúa de manera accidentada pero a la larga perfectible cuando en 1989 se logra establecer de manera legal la elección directa de gobernadores y alcaldes y en 1999, dentro de la discusión constituyentista de la época, se logra establecer en la nueva Constitución, la actual, el principio fundamental de la Teoría Política moderna como es el Principio de la Soberanía Popular que viene a sustituir el viejo principio del derecho divino del poder. Tal como dijera John Locke, al apelar los pueblos a la consulta popular están apelando al Cielo. No otra cosa es nuestra genética democrática, no una serie de principios abstractos sino la concreción histórica de esos principios en leyes y constituciones y en la práctica política concreta. En la genética de todas las sociedades modernas está la aspiración legítima a vivir mejor, como individuos y como colectividad (este fue el gran descubrimiento del pensamiento liberal y que los intelectuales llamaron la idea de progreso) educar, formar y darle oportunidades a cada individuo y a través de la libertad individual y con las garantías del Estado de Derecho posibilitar y permitir que toda la sociedad progrese y si en el camino del desarrollo se producen rezagos o marginación por diversos motivos la Sociedad y el Estado, en función del Bien Común, y de acuerdo al Principio de Subsidiariedad y Complementariedad, se ocuparán de desarrollar las políticas pertinentes que permitan de alguna manera hacer real el principio de la igualdad. El fracaso de estas políticas en garantizar el mayor equilibrio posible en la sociedad permitió desarrollar dos deformaciones políticas e ideológicas que por comodidad y reduccionismo terminamos llamando “populismo”, y su complemento de burocratismo-electoral-clientelar. En la medida que el proyecto democrático se rezaga con respecto a las legítimas aspiraciones individuales y colectivas de libertad, ascenso social y bienestar, nuestros sistemas democráticos entran en crisis y cada tanto tiempo el autoritarismo y la dictadura nos amenazan (militarismo); pero igualmente esa utopía fracasada que es el marxismo, al renunciar como proyecto político-social a la democracia, termina en el conocido y terrible comunismo real, cuyo fracaso y espejo más cercano es el castro-comunismo que en mala hora sigue proyectando su sombra sobre el proyecto político nacional-autoritario que surgiera a la luz pública en 1992, se hizo gobierno por voto popular en 1998 y en los últimos años, atrapado en su propia lógica de intereses perversos está comprometiendo fuertemente la paz social, el desarrollo económico, y la propia convivencia entre los venezolanos.

Nuestro país se puede caracterizar como un sistema social no cristalizado, en donde los diversos grupos y clases sociales están en permanente hibridación sin terminar de definirse y asumirse desde una identidad conclusiva y su respectiva conciencia de clase. En ese sentido podemos hablar de una burguesía en formación, igualmente unas clases medias que no terminan de definir sus límites socio-económicos y una marginalidad difusa desde el punto de vista de su actividad social y económica. Un buen ejemplo es la información que el 96% de nuestra empresas están constituidas por grupos familiares en donde la tradición y los intereses creados tienden a ser mucho más importantes que los procesos de cambio e innovación tan necesarios en los tiempos de la sociedad del conocimiento y de la globalización generalizada.

En el orden político, igualmente existen unas carencias importantes que se manifiestan fundamentalmente en la precariedad institucional y el débil apego al respeto a la Ley. El poder se concibe más como poder-dominación que poder-gobierno-servicio.

Resumiendo, diría, que en este caminar histórico de los últimos dos siglos hemos sufrido distorsiones que urge corregir: un presidencialismo exacerbado, monarcas sin corona, y la fortuita riqueza petrolera no han logrado superar el horizonte de una economía colonizada, dependiente, parásita, cuyo eje, principio y fin es la minería petrolera, ampliado a la minería en general que se sigue asumiendo desde una ley colonial de la monarquía que otorga al Estado toda la propiedad del subsuelo.

La otra distorsión convertida en enfermedad política es el presidencialismo; no es una maldición, la aupamos y mantenemos nosotros mismos así como el petroleo tampoco puede ser asumido como un fatalismo negativo, sino como lo que debe ser, una oportunidad para todo el país, no solamente para enriquecer a una minoría y para que ejerza el poder esa misma minoría.

No hay tarea más importante y urgente, y perdonen la simplificación y el barbarismo lingüístico, que: Desestatizarnos, Despresidencializarnos y Despetrolizarnos. En el primer caso, poner a funcionar de manera adecuada el sistema democrático y en el segundo caso independizar nuestra economía de la dependencia petrolera (aunque entiendo que esto tiene que ser de manera progresiva e inteligente) y quizá lo más importante de todo el cambio de mentalidad de todos los venezolanos frente al poder político y frente a la economía petrolera, y entender de una vez por todas que la única riqueza de un país es su población, educada, saludable, con trabajos productivos y niveles de vida que les permita desarrollar a cada uno sus posibilidades y potencialidades humanas, en una sociedad del conocimiento, globalizada en cambio y transformación permanente.

Hay que desterrar de nuestra mentalidad lo de país o sociedad joven, antropológicamente venimos de milenios de evolución humana. Como Nación tenemos más de cinco siglos. Como Estado tenemos un desarrollo de más de dos siglos y definitivamente el Dorado no existió ni existe ni va a existir sino en función de la riqueza que entre todos los venezolanos podamos crear y disfrutar.

La libertad no permite otra definición sino desde la responsabilidad de cada uno, de todos. En la sabiduría oriental se afirma que si cada ser humano cumpliera a cabalidad con sus responsabilidades seríamos libres y no haría falta gobierno alguno.

La Historia no puede seguir siendo mitología consoladora, ni literatura de evasión, la realidad no existe sino como hecho y sus consecuencias. En el siglo XXI las ideologías terminan siendo supersticiones fanáticas. No hay doctrina política sino la doctrina de los Derechos Humanos y en sentido progresivo estos derechos desarrollados como protección y posibilidad de todos los habitantes de la tierra y de la tierra misma.

Asumir los hechos y la tolerancia, para convivir en la diversidad y las diferencias. El futuro siempre es precario e incierto, pero de nosotros depende que pueda ser mejor para todos. Hay que educarse en la construcción del futuro a ser contemporáneos del mismo. Siempre estamos en el “centro del tiempo” y en esta centralidad conflictiva de los últimos años, meses y días el desafío no es el riesgo de un Estado comunal fantasmagórico y amenazante, al cual habría que denominar de manera apropiada lo que es en realidad un proyecto totalitario de sociedad, sino entender que vencida la amenaza del autoritarismo-totalitario hay que seguir en el empeño de la construcción de una República de hombres virtuosos y leyes convenientes, y en esa perspectiva, acceder con confianza al siglo XXI que demanda por nosotros ya que llevamos un atraso de 17 años.

Ángel Lombardi


Texto leído en la Asamblea 73 de FEDECAMARAS: ¿Un nuevo pacto republicano o estado comunal?

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