La historia implica todo el pasado humano. Por más información que se tenga de ese pasado, lo perdido y olvidado sobrepasa en mucho lo conocido. Y esto, lo conocido, más allá del objeto material —documentos, libros, testimonios de cualquier tipo, desde una moneda hasta una piedra tallada— termina siendo interpretación. El espíritu humano de las épocas permanece y se diluye en las culturas y en el inconsciente colectivo.
La memoria construida, que llamamos historia,
historiografía, biografía, cronologías, cartografías, etc., todas son
representaciones e interpretaciones a posteriori. Siempre estamos en la
historia, cada uno como presente, pero este presente, vivo y dinámico, se
convierte al instante en pasado, y el futuro nos va alcanzando inexorablemente,
casi sin darnos cuenta. En este río de la historia-vida que fluye, prevalece la
incertidumbre; de allí el papel terapéutico de la historia, que construye
memoria, nos da identidad y certezas, pero al mismo tiempo nos encierra en
prisiones mentales, teorías y creencias que nos amparan en el presente y nos
desguarnecen frente al futuro.
Todo lo dicho es a propósito de este galopante siglo XXI. El
cambio de horizonte social y cultural, económico, político y geopolítico, junto
al avance tecnológico indetenible, nos obliga a repensar nuestra “visión” del
pasado. La era dominante eurocéntrica ha llegado a su fin.
El siglo XX fue su cima y su sima. Siglo bastante estudiado,
aunque se sigue discutiendo y debatiendo hechos, personajes y guerras. Siglo
complejo, como todo tiempo histórico, creativo y trágico. De esa agonía europea
postimperial y postcolonial surgen, o mejor dicho, se hacen visibles
continentes, pueblos y sociedades, países preteridos, ignorados, explotados,
descalificados, pero ya en el siglo XXI de presencia fuerte y potente, que nos
obliga a repensar casi todo, o por lo menos revisar teorías y perspectivas.
La idea no es hacer tabula rasa de los muchos
conocimientos que la humanidad contemporánea acumuló y desarrolló, ni caer en
la descalificación de la importante cultura europea. Pero lo que sí está claro
es que el prisma eurocéntrico cada día va a ser menos pertinente. El mundo
histórico del siglo XXI va a girar, cada vez con más fuerza, en los otros
continentes, particularmente Asia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario