Prelado.
Primer cardenal de la Iglesia
venezolana (1961). Hijo de Genaro Quintero Dávila y de Perpetua Parra Parra.
Adolescente, ingresó al Seminario Menor de Mérida, regido en la época por el
presbítero Enrique María Dubuc, futuro obispo de Barquisimeto. En dicho centro
de estudios realizó todo el curso de humanidades y al finalizarlo, recibió el
título de bachiller en filosofía. Fue enviado luego a seguir estudios
filosóficos y teológicos en la Universidad
Gregoriana de Roma, siendo huésped del colegio Pío
Latinoamericano de esa ciudad. En 1926, obtiene el título de Doctor en sagrada
teología. Retorna a Venezuela y en Mérida, de manos del nuncio apostólico
monseñor Felipe Cortesi, recibe la ordenación sacerdotal (22.8.1926). Vuelve
a Roma a continuar sus estudios de
derecho canónico, los cuales culmina en 1928, año en que comienza su misión
sacerdotal. Su primer destino es teniente cura de Santa Cruz de Mora (Edo.
Mérida); y luego el arzobispo metropolitano de Mérida, monseñor Acacio Chacón,
lo designa como su secretario de cámara y gobierno y además es maestro de
ceremonias de la catedral, vicario general del arzobispado y canónigo magistral
del Cabildo Eclesiástico de Mérida. Por varios años, será jefe del servicio de
las capellanías militares, institución que ayuda a organizar. En 1953, es
nombrado arzobispo titular de Acrida, coadjutor, con derecho a sucesión, del
arzobispo de Mérida Acacio Chacón y es consagrado en Roma el 6 de septiembre de
1953. Con motivo del fallecimiento de monseñor Rafael Arias Blanco, es
designado por el papa Juan XXIII como nuevo arzobispo de Caracas, el 31 de
agosto de 1960 y el 16 de enero de 1961, es elevado a la dignidad de cardenal,
siendo el primero en la historia de la Iglesia venezolana. Durante su episcopado, se
concretaron las negociaciones que llevaron a la firma del convenio entre el Gobierno venezolano y la
Santa Sede, que determina en la actualidad
las relaciones entre la
Iglesia católica y la República de Venezuela (6.3.1964). El cardenal
Quintero rigió la diócesis caraqueña hasta el 24 de mayo de 1980, en que fue
aceptada su renuncia debido a quebrantos de salud. Desde 1972, se había
separado del Gobierno arquidiocesano, que ejerció monseñor José Alí Lebrún,
como administrador apostólico y coadjutor con derecho a sucesión. Desde su
juventud, el cardenal Quintero fue un cultor de las letras. Entre sus más
importantes discursos se encuentran los que pronunció en Mérida con ocasión del
centenario de la muerte del Libertador (diciembre 1930): Bolívar magistrado católico y Ante la tumba de Bolívar. El Gobierno
del estado Mérida, publicó, en 3 volúmenes, la mayoría de sus discursos tanto
eclesiásticos como patrióticos. En 1961, fue elegido individuo de número de la Academia de la Historia, a la cual se
incorporó con una investigación sobre el obispo Gonzalo de Angulo. Fue también
numerario de la Academia Venezolana
de la Lengua
(16.7-1979). Además de los 3 volúmenes de sus Discursos, su bibliografía se complementa con trabajos sobre
historia eclesiástica de Venezuela, sobre Bolívar y con varios libros de
memorias.
El
Cardenal Quintero (1902-1984) vivió casi todo el siglo XX venezolano con la
intensidad e inteligencia de un ser humano excepcional sin menoscabo de su
humildad y sencillez. Su vida y su obra (no podía ser de otra manera) está
marcada por su siglo, un siglo estelar en el devenir nacional. Un tiempo
fronterizo entre la
Venezuela arcaica y rural y la Venezuela petrolera,
urbana y moderna de nuestros días.
Las
tentaciones y conflictos sociales y políticos reflejados en fechas tan
emblemáticas como 1936- 1945- 1947- 1958; los difíciles 60 y la crisis
oficializada en 1983, marcan la vida de este sacerdote ejemplar y el liderazgo
en una iglesia profundamente fortalecida, en la misma medida que supo leer los
signos de los tiempos y actuar en consecuencia. En términos simbólicos, el
hecho de haber sido nombrado Cardenal por Juan XXIII, el primero venezolano, en
plena aurora del Concilio Vaticano II, lo convirtió quizás en el sacerdote que
mejor expresa a la Iglesia
venezolana en el siglo XX, con sus virtudes y contradicciones pero sin lugar a
dudas con grandes aciertos y logros institucionales y religiosos para un mejor
servicio a la Iglesia
y al país, que él nunca disoció en sus afectos, preocupaciones y trabajos.
Con esta
biografía que hoy se presenta, Venezuela
asume de manera plena a uno de sus buenos hijos y cuyo ejemplo, sin lugar a
dudas, servirá para seguir escribiendo la biografía de la patria en un tomo de
futuro y esperanza.
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