sábado, 15 de abril de 2006

Borges, el cosmopolita y el escritor

Familia e infancia

El escritor argentino Jorge Luis Borges (1899 – 1986) dictó su autobiografía en 1970. Allí, con su estilo inimitable, prosa magistral, ironía y cultura, nos deleita con su testimonio lleno de humor y lucidez.

Sus primeros años están reducidos a su familia y a su casa, se reconoce como fundamentalmente lector en inglés y en español, en ese orden, y los libros y autores leidos son muy ilustrativos: Huckleberry Finn; Los primeros hombres en la luna de Wells; Poe; Longlellow; La isla del tesoro; Dickens; Don Quijote; Grimm; Lewis Carroll; Las mil y una noches de Burton (a escondidas); igual que el Martín Fierro, prohibido por su madre, porque la consideraba sólo para matones y colegiales. “Leí también el Facundo de Sarmiento y muchos libros sobre mitología griega y escandinava. La poesía me llegó a través del inglés: Shelley, Keats, Fitzgerald y Swinburne”.

“Empecé a escribir cuando tenía seis o siete años. Trataba de imitar a clásicos españoles como Cervantes”.

“Recordar mis primeros años escolares no me produce ningún placer”. Ingresó a los nueve años y muy temprano empezó a desconfiar de lo estatal (era una escuela pública) y del catecismo de la patria, es decir, de un nacionalismo anacrónico y corto de vista. “Por ejemplo se nos enseñaba historia Argentina antes de permitirnos el conocimiento de los muchos países y los muchos siglos que intervinieron en su formación. Me trataron de enseñar a mal escribir y a no ver las cosas con mis propios ojos. Pobre educación la nuestra, en las deplorables escuelas con sus precarios y modestos maestros”.

Borges, a imitación del padre, hace temprano profesión de fe anarquista e iconoclasta, que lo acompañará el resto de su vida, y nutre profusamente su obra.

“Siempre llegué a las cosas después de encontrarlas en los libros”.

Europa

Borges primero fue lector, y después de la experiencia europea (1914 – 1920) se convirtió en escritor; no es casual que en esta autobiografía, refiriéndose a estos años en donde tantas cosas trágicas estaban pasando, sólo se le ocurre hablar de sus estudios de lenguas (latín, alemán, francés, italiano) y de literatura y de su amistad con algunos escritores, en especial Rafael Cansinos Assens.

Descubre a Whitman y Schopenhauer, a quienes en aquel momento llega a considerar como el poeta y el filósofo por antonomasia. Descubre el expresionismo alemán; el jazz, y frecuenta las diversas vanguardias de las cuales no llega a tener una buena opinión. Profundiza su consciencia de “ser nórdico”; simpatiza con Ginebra (donde termina enterrado por decisión propia; es la misma ciudad donde fue feliz, según confesaba años después y donde también está enterrada su abuela materna). En cambio no habla con entusiasmo ni de Stalin ni mucho menos de España y tampoco simpatiza con París ni con el idioma galo. A pesar de Europa y su condición “nórdica” que posteriormente lo llevará a estudiar anglo-sajón antiguo y las lenguas escandinavas, se sabe irremediablemente argentino y su destino es escribir en español. Ser argentino no era fácil; se consideraban europeos y no latinoamericanos y mucho menos de fuerte y decisiva influencia hispánica. La riqueza y la prosperidad súbita había creado la idea de que eran seres superiores y predestinados, idea que los acompañaría por muchos años, distanciándoles del resto del continente y haciéndolos insufriblemente argentinos, lo que en América Latina pasó a ser un cliché de autosuficiencia y vanagloria.

Borges, europeo por vocación y formación regresa a su país con la firme decisión de ser argentino.

Buenos Aires

Era comprensible que su primer libro bonarense se llamara fervor de Buenos Aires; una ciudad redescubierta “con entusiasmo y con una mirada diferente porque me había alejado de ella un largo tiempo.” Publicado, con una nueva ausencia de un año en Europa, el libro fue leído por algunos y tuvo algún reconocimiento local; Borges dirá: “El libro era esencialmente romántico, aunque estaba escrito en un estilo escueto que abundaba en metáforas lacónicas. Celebraba los crepúsculos, los lugres solitarios, y las esquinas desconocidas; se aventuraba en la metafísica de Berkley, y en la historia familiar; dejaba constancia de primeros amores. Al mismo tiempo imitaba el siglo XVII español y citaba Religio Medici de Sir Thomas Browne en el prólogo. Me temo que el libro era un “pluro fudoliuf” contenía demasiadas cosas. Sin embargo, creo que nunca me he apartado de él. Tengo la sensación de que todo lo que escribí después no ha hecho más que desarrollar los temas presentados en sus páginas; siento que durante toda mi vida he estado reescribiendo ese único libro.”

Ultraísta sin serlo, el joven poeta lo que intentaba era ser admitido (de manera inconsciente, claro está) en una ciudad y una sociedad propia y extraña; ambigüedad que lo acompañó toda la vida, como una ironía más que como una contradicción; el más argentino de sus escritores decidió morir y ser enterrado en Ginebra; renegó de los caudillos populares; en especial Perón, que ni nombraba siquiera y aborreció el patriotismo como una enfermedad incurable y mortal.

El mayor acontecimiento que registra Borges a su regreso fue conocer a Macedonio Fernández, personaje socrático y excéntrico que le enseñó a leer con escepticismo. “si en Madrid, Cancinos Assens había representado todo el conocimiento, Macedonio pasó a representar el pensamiento puro, para él la verdad no era comunicable y estaba convencido de que vivíamos en un mundo de sueños”.

Jorge Luis Borges, “joven pedante y un tanto dogmático”, en este período, desplegó una portentosa actividad; 4 libros de ensayo, 3 de poemas, fundó 3 revistas, y colaboró en más de una docena de publicaciones. Con el tiempo renegó de la mayor parte de las cosas escritas en esa época; solo salvaba las amistades de aquellos años y la influencia de Leopoldo Lugones y Alfonso Reyes además de los innumerables libros leídos, lo que lo llevó a afirmar más adelante, no sin ironía, que más que escritor siempre se ha considerado un buen lector.

Madurez

Borges escritor, es la época de la vocación desplegada, con sus narraciones breves, sus cuentos ensayos y sus poemas narrativos. Historia de la infamia, historia de la eternidad, ficciones, el Aleph y el hacedor marcan su vida y definen su identidad, que complementan al conferencista; lo demás son anécdotas, la vida de empleado público, en bibliotecas de barrio o como director de la Biblioteca Nacional, situación esta última que ironiza en él poemas de los dones cuando dice que le fue dado una biblioteca de ochocientos mil volúmenes y la ceguera.

Fueron años grises en un período político de cobardía general y sumisión nacional. La compensación vino a través de sus 12 años enseñando literatura inglesa en la Universidad; sus viajes por Argentina y Uruguay como conferencista y su creciente interés por el inglés antiguo y las lenguas y literatura escandinava.

Igualmente gratificante fue la obra escrita en colaboración con Adolfo Bioy Casares, ejercicio lúdico de cultura, inteligencia y humor. Si El Aleph es la obra más conocida, El Hacedor es la más valorizada por Borges. “Para mi sorpresa, ese libro que más que escribir acumulé me parece mi obra más personal, y para mi gusto, la mejor.” La explicación es sencilla: en las páginas de El Hacedor no hay ningún relleno; cada pieza fue escrita porque sí, respondiendo a una necesidad interior. Al preparar ese libro ya había comprendido que escribir de manera grandilocuente no solo es un error sino un error que nace de la vanidad.  Creo con firmeza que para escribir bien hay que ser discreto.

En la última página del libro conté la historia de un hombre que se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de naves, de torres, de caballos, de ejércitos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ha trazado la imagen de su cara. Quizá sea ese el caso de todos los libros; sin duda es el de este libro en particular.”

Años de plenitud

Este es un Borges pleno, en equilibrio consigo mismo. Dueño de su escritura, cree que ha dicho lo que tenía que decir, pero está lleno de planes. La fama como la felicidad, ni se merece ni hay que buscarla. La felicidad existe, son instantes; así como existe la amistad y el amor. La enemistad es real pero innecesaria. Dice Borges “no tengo enemigos, y si ciertas personas se han puesto ese disfraz han sido tan bondadosos que ni siquiera me han lastimado. Cada vez que leo algo que han escrito contra mí, no solo comparto el sentimiento sino que pienso que yo mismo podría hacer mucho mejor el trabajo.  Quizá debería aconsejar a los aspirantes a enemigos que me envíen sus críticas de antemano, con la seguridad que recibirán toda mi ayuda y apoyo. Hasta he deseado escribir con seudónimos, una larga invectiva contra mi mismo. ¡Ay, las crudas verdades que guardo!”.

“La fama como la ceguera llegó progresivamente. Nunca busqué ninguna de las dos, presumo que al ser traducido al francés dejé el anonimato, ya que hasta ese momento era casi invisible tanto en el exterior como en Buenos Aires”. Borges, el cosmopolita al comienzo, es al final de su vida, simplemente, Borges el escritor.

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