El candidato a la reelección indefinida y aspirante a perpetuarse en el poder se nos presenta como el hombre providencial; humilde, repite que es el único que nos puede gobernar hasta el 2021 o el 2030 o hasta que la "revolución" se consolide, para felicidad de sus "súbditos", y apela al "amor" como argumento supremo de buena intención y buen gobierno. Este es un concepto tan anacrónico y cursi que habla muy mal de la idea que tiene de los venezolanos, como si fueran seres en minoridad absoluta, que necesitan un "padre" para vivir como sociedad y nación. Es la negación de todo lo que ha logrado Venezuela en el último siglo y lo que ha logrado la mayor parte de la humanidad en los últimos 300 años.
"Yo, el supremo", necesita el poder absoluto para "amarnos", para decretar una gran "misión miseria" y con las migajas de la renta petrolera administrar nuestras necesidades con sentido paternalista, convirtiéndonos a todos, menos el grupo en el poder, en necesitados crónicos.
El 3 de diciembre no es una simple elección; es una decisión entre la democracia o la dictadura. La calle y el voto son nuestros instrumentos de lucha pero igualmente las garantías electorales y el respeto a la voluntad popular.
Las líneas estratégicas nacionales e internacionales se están desarrollando en contra del candidato del continuismo: la chequera petrolera ya no alcanza y el aislamiento hacia adentro y hacia fuera es visible y notorio.
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