Chávez es un personaje que se entiende si se asume como venido del fondo de la historia nacional; una historia nacional concebida, fundamentalmente, como un cuartel y como propia de una sociedad cuya mayoría le tiene miedo a la libertad que implica asumir decisiones y responsabilidades, y que se instala cómodamente en su “biología y en sus necesidades” para vivir como sociedad parásita, delegando en el “caudillo” las decisiones y el poder. Pero, igualmente, Chávez lidera un proyecto autoritario-totalitario propio del siglo XX, en el cual la “ideología” se convierte en la religión dominante y lo pretende manejar todo: las vidas individuales, el destino colectivo, la política y la economía, incluidas. ¿Lo logrará?, ¿cómo evitarlo?
La historia es dinámica y todo puede suceder y cambiar. Lo cierto es que Chávez se consolida en el poder y consolida su proyecto autoritario-totalitario sin ocultarlo. A Chávez le hemos subestimado y ése ha sido el principal error de quienes se le han opuesto; el “clon” ha ocultado eficazmente al político astuto, intuitivo y sin escrúpulos que siempre ha sido.
El proyecto autoritario-totalitario de Chávez tiene con qué implantarse: en primer lugar, con el apoyo popular y con la chequera petrolera (lo uno depende de lo otro); al igual que, a nivel internacional, el oportunismo económico de muchos gobiernos; y, en segundo lugar, con dos modelos político-ideológicos reales, absolutamente eficaces en el control y en la represión interna, y con el suficiente pragmatismo para convivir con el capitalismo, como lo son la apertura cubana de los noventa y el oportunismo chino (con su fórmula un Estado, dos sistemas).
No veo descabellado a un Chávez —oportunista y pragmático, pero ubicado ideológicamente— que asume el modelo cubano-chino a la venezolana. ¿Cómo evitarlo y garantizar nuestra democracia y nuestro desarrollo como una sociedad abierta? Ésta es la gran interrogante que debemos responder de manera realista e inteligente quienes nos oponemos al proyecto autoritario-totalitario en curso.
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