El venezolano descubrió la palabra crisis mientras la vivía, aunque no tuviera plena conciencia de ello. Algunos escritores y articulistas, y muy pocos políticos, continuaron con las denuncias y con el infructuoso intento de alertar al país mayoritariamente formado por una sociedad amodorrada, o mejor, anestesiada, y una élite que había naufragado en el maridaje indecente y oportunista de la política y los negocios. En Venezuela el empresario más exitoso era el mejor vinculado al poder y el político de moda era el que tenía mejores vínculos con los empresarios y el sector económico en general. Banalizamos tanto la vida pública que locutores, cantantes y misses tuvieron la osadía de aspirar a la presidencia; pero lo grave no era la aspiración en sí sino que millones de venezolanos los secundaban; idiotas gobernando indiferentes, fue la forma verbal más cruel para definir aquel momento de verdadera decadencia nacional y de una prédica de la anti-política, irresponsable y suicida.
La realidad no tardó en hacerse presente con acontecimientos que han marcado a fuego nuestra historia más reciente: la devaluación del viernes negro de 1983, el Caracazo de 1989 y las intentonas golpistas de febrero y noviembre de 1992.
Para el Nobel de Literatura, Elías Canetti, la devaluación del signo monetario funciona a nivel simbólico, como una devaluación de la propia consciencia nacional; la sociedad se declara oficialmente enferma y el pueblo pierde la confianza en sí mismo. Se diluye en un presente precario y el futuro se le llena de temores e incertidumbres, mientras las demagogias de turno se entronizan sobre sus miedos y sus múltiples frustraciones, inventándose un pasado mítico y un futuro lleno de magia e ilusiones. Los tiempos de crisis casi siempre terminan en los tiempos del déspota.
Con el Caracazo se desplomó estrepitosamente la ilusión tecnocrática y populista de la gran Venezuela, y con los conspiradores del 92 (tenían una década larga en ello) el cuartel vuelve a irrumpir en la historia política venezolana; el venezolano de toda clase y condición vuelve a pensar que la solución a la crisis está en una "gorra militar", actitud y conducta que habla muy mal de nuestro proyecto educativo y de la cultura democrática internalizada. Venezuela, hoy escindida en dos mitades, sigue sin resolver el dilema de dictadura o democracia, reforma o revolución
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