Como en la Camboya de Pol Pot no otra cosa es este extraño socialismo del siglo XXI. El retrotempo, es decir intentar lo imposible, detener el curso de la historia y congelar una sociedad en el tiempo. La predica de lo endógeno es coherente con este propósito, lo importante es el autócrata, líder eterno e infalible, omnisciente y omnipresente, y una masa fanatizada reducidas a un pensamiento único. La represión se ejerce de manera “legal” a través del control de todos los otros poderes. Fue el modelo de Idi Amín en Uganda y el de Gadafi en Libia y en nuestro caribe latinoamericano el exitoso Castro con medio siglo de miedo y atraso.
Nada de esto es marxista ni socialista y tampoco de izquierda, por lo menos en los términos que Marx se planteó el socialismo como la libertad asumida dentro del proceso de liberación del a necesidad y que sólo era posible en las sociedades industrialmente avanzada.
Los regímenes o gobiernos anteriormente citados son profundamente reaccionarios en la medida que niegan la libertad y en nombre de la igualdad generan un empobrecimiento colectivo y general, al mismo tiempo que impulsan una “nueva clase” tal como en su momento lo denunciara M. Djilas identificando la nueva burocracia de partido y de gobierno que iban surgiendo en los llamado regímenes comunistas. Estas seudorevoluciones reaccionarias terminan, sin obreros, sin estudiantes, sin intelectuales, y solo logran sostenerse por la burocracia represiva y el “lumpen”, seres sumidos en la necesidad más extrema, sin conciencia de clase y acostumbrados al asistencialismo mesiánico y con una volubilidad política, que les permite cambiar de ideología y lealtad política de acuerdo a las circunstancias.
En estos regímenes reaccionarios la idea es volver a la aldea, a la comunidad primitiva, o a la comuna campesina, idealizada en la tradición romántica pero cuya realidad siempre ha sido vivir entre la miseria, la ignorancia y la explotación. Esa fue la trampa ideológica del siglo XX, en nombre de un paraíso prometido en el futuro, retrotraernos en la práctica al paraíso original de lo rural idealizado. No hay duda que para los “condenados de la tierra” como los denominaban F. Fanon, o “los de abajo” en el decir de M. Azuela no hay fuerza más movilizadora que la promesa e ilusión de un futuro mejor, promesa que los demagogos y populistas de todos los tiempo han usado para imponer sus largas e inhumanas dictaduras y tiranías.
Nada de esto es marxista ni socialista y tampoco de izquierda, por lo menos en los términos que Marx se planteó el socialismo como la libertad asumida dentro del proceso de liberación del a necesidad y que sólo era posible en las sociedades industrialmente avanzada.
Los regímenes o gobiernos anteriormente citados son profundamente reaccionarios en la medida que niegan la libertad y en nombre de la igualdad generan un empobrecimiento colectivo y general, al mismo tiempo que impulsan una “nueva clase” tal como en su momento lo denunciara M. Djilas identificando la nueva burocracia de partido y de gobierno que iban surgiendo en los llamado regímenes comunistas. Estas seudorevoluciones reaccionarias terminan, sin obreros, sin estudiantes, sin intelectuales, y solo logran sostenerse por la burocracia represiva y el “lumpen”, seres sumidos en la necesidad más extrema, sin conciencia de clase y acostumbrados al asistencialismo mesiánico y con una volubilidad política, que les permite cambiar de ideología y lealtad política de acuerdo a las circunstancias.
En estos regímenes reaccionarios la idea es volver a la aldea, a la comunidad primitiva, o a la comuna campesina, idealizada en la tradición romántica pero cuya realidad siempre ha sido vivir entre la miseria, la ignorancia y la explotación. Esa fue la trampa ideológica del siglo XX, en nombre de un paraíso prometido en el futuro, retrotraernos en la práctica al paraíso original de lo rural idealizado. No hay duda que para los “condenados de la tierra” como los denominaban F. Fanon, o “los de abajo” en el decir de M. Azuela no hay fuerza más movilizadora que la promesa e ilusión de un futuro mejor, promesa que los demagogos y populistas de todos los tiempo han usado para imponer sus largas e inhumanas dictaduras y tiranías.
Hay mucha tela que cortar al respecto. ¿A donde podrán ir los empobrecidos de Grecia y España? Me temo que al campo. Estos dos países no tienen pretroleo. La energía barata está llegando a su fin. NO aparece en el horizonte el sustituto del petroleo, por lo que la sociedad tal como la conocemos, no podrá ser más sin una substancia como el petroleo. Los pueblos ancestrales, al fin y al cabo, han probado que apegados a la naturaleza, lejos del consumismo, viviendo en la sencillez, se puede alcanzar buena calidad de vida con otros patrones, no precisamente con los occidentales. Saludos.
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