Toda verdadera literatura dice J.M Coetze (Premio Nobel 2003) “Es un manual de historia, pero de tipo fantástico, con su propia verdad, esa clase de verdad en la que pensaba Aristóteles cuando decía que la poesía es más verdadera que la Historia; más verdadera debido a su poder para condensar y representar lo múltiple en lo típico”.
Churchill decía que para conocer la literatura de Inglaterra había que leer a Shakespeare. Un grupo de intelectuales acaban de asumir que para conocer a América Latina hay que leer “Cien años de soledad”, 1967 de Gabriel García Márquez, “Pedro Páramo” 1965, de Juan Rulfo. “Las venas abiertas de América Latina” 1971, de Eduardo Galeano. “El Laberinto de la soledad”, 1950 de Octavio Paz y “Conversación de la Catedral”, 1969 de Mario Vargas Llosa. Como toda lista, es discutible e incompleta y termina siendo excluyente, y así se deja a tantos otros autores y libros que expresan nuestro continente con la misma intensidad y pertinencia que los autores antes citados.
Argentina sin Sarmiento, J. L. Borges, Sábato y Cortazar sería un enigma. Perú sin Garcilaso Inca de la Vega, Ricardo Palma y el propio Vargas Llosa con su otros libros, se nos escaparía en su comprensión. Para entender a Venezuela es imprecindible Rómulo Gallegos con su galería de personajes tipológicos. Es decir que cuando abrimos la mente y no nos dejamos condicionar por ningún pre-juicio y mucho menos por condicionantes ideológico-políticos la lista se nos vuelve casi infinita, y si aplicamos la tesis de la identidad como literatura, al final más que la América Latina real nos queda el continente mítico y extraordinario que somos, de allí que García Márquez acertó al inventar Macondo siguiendo el ejemplo de William Faulkner con su nebuloso e irreal Yoknapatawpha, todos pueblos imaginarios, más reales que cualquier realidad y es que como dice el escritor italiano Chesare Pavese (1908-1950) “Necesitamos un pueblo, aunque solo sea por las ganas de marcharnos. Ser de un pueblo quiere decir no estar solo, saber que en la gente, en las plantas, en la tierra hay algo tuyo que inclusive cuando no estás sigue esperándote”. La historia siempre es insuficiente para comprender lo real, de allí la literatura tan necesaria con sus imprescindibles “mentiras-verdaderas”.
Churchill decía que para conocer la literatura de Inglaterra había que leer a Shakespeare. Un grupo de intelectuales acaban de asumir que para conocer a América Latina hay que leer “Cien años de soledad”, 1967 de Gabriel García Márquez, “Pedro Páramo” 1965, de Juan Rulfo. “Las venas abiertas de América Latina” 1971, de Eduardo Galeano. “El Laberinto de la soledad”, 1950 de Octavio Paz y “Conversación de la Catedral”, 1969 de Mario Vargas Llosa. Como toda lista, es discutible e incompleta y termina siendo excluyente, y así se deja a tantos otros autores y libros que expresan nuestro continente con la misma intensidad y pertinencia que los autores antes citados.
Argentina sin Sarmiento, J. L. Borges, Sábato y Cortazar sería un enigma. Perú sin Garcilaso Inca de la Vega, Ricardo Palma y el propio Vargas Llosa con su otros libros, se nos escaparía en su comprensión. Para entender a Venezuela es imprecindible Rómulo Gallegos con su galería de personajes tipológicos. Es decir que cuando abrimos la mente y no nos dejamos condicionar por ningún pre-juicio y mucho menos por condicionantes ideológico-políticos la lista se nos vuelve casi infinita, y si aplicamos la tesis de la identidad como literatura, al final más que la América Latina real nos queda el continente mítico y extraordinario que somos, de allí que García Márquez acertó al inventar Macondo siguiendo el ejemplo de William Faulkner con su nebuloso e irreal Yoknapatawpha, todos pueblos imaginarios, más reales que cualquier realidad y es que como dice el escritor italiano Chesare Pavese (1908-1950) “Necesitamos un pueblo, aunque solo sea por las ganas de marcharnos. Ser de un pueblo quiere decir no estar solo, saber que en la gente, en las plantas, en la tierra hay algo tuyo que inclusive cuando no estás sigue esperándote”. La historia siempre es insuficiente para comprender lo real, de allí la literatura tan necesaria con sus imprescindibles “mentiras-verdaderas”.
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