domingo, 9 de mayo de 2010

Elogio de la locura

Así se llama el celebrado libro del gran humanista Erasmo de Rotterdam, y nunca tan oportuno título y libro para una época desquiciada y confundida, en tránsito indetenible a repetir los errores del pasado como las guerras y los conflictos alimentados desde el poder.
El dictador Mugabe, después de alimentar durante 30 años todo tipo de violencia desde el gobierno, hoy, agónico en su poder de muerte y con un país absolutamente arruinado clama por el cese de la violencia política, en un gesto insincero, tardío e inútil.
La teocracia feudal iraní, sigue empeñada en su apuesta con la muerte, como en su momento la Alemania nazi, el fascismo italiano y japonés y la Rusia comunista, regímenes que convirtieron en política de estado el armamentismo y el desafío permanente, hasta convocar la inevitable guerra con su secuela de destrucción y muerte. Otro personaje que apostó al armamentismo irracional y la absurda guerra fue el tristemente célebre “señor de las moscas” Saddan Hussein con su hiperbólica amenaza de desatar la madre de todas las guerras. Cuando la política y la diplomacia fracasan, la guerra reaparece amenazante como la solución suicida de esta corte de locos. En un estudio reciente sobre las personalidades “Borderlaine” caracterizados como narcisistas y megalómanos, huérfanos psíquicos y carentes afectivos, se establece con asombro que la locura en la historia del poder es frecuente y recurrente entre muchos y de manera emblemática los emperadores romanos Nerón y Calígula y el propio Julio César. En este estudio se corrige la tesis de que era el poder quien enloquecía a estos personajes y se sostiene todo lo contrario, buscaban el poder porque estaban locos y con el poder omnímodo se volvían más locos todavía. La historia está llena de ellos, equidistantes entre el payaso y el exhibicionista, sino fuera por las tragedias que provocan serían verdaderos especímenes del teatro del absurdo, y así los vio Chaplin, ese creador genial, que en “El Gran Dictador” película filmada en plena guerra mundial dejaba al descubierto esos payasos patéticos, ridículos y destructivos como lo fueron Hitler y Mussolini y que ambos perfectamente pueden ser identificados con otros dos personajes posteriores como Idi Amin y Kadafi y tantos otros, como si la historia se empeñara en repetirse a sí misma.

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