Diversos autores en los últimos años vienen anticipando el agotamiento del estado nacional. Este tiende a estar sobrepasado por los grandes desafíos que significan la pobreza y la demografía en el mundo y los retos ambientales y nucleares que confronta la humanidad. El desarrollo y la paz desbordan los límites nacionales y exigen ser asumidos de manera conjunta y coordinada más allá de cada frontera lo que nos obliga de manera urgente a seguir construyendo las instituciones internacionales necesarias en lo político y económico y que actúen con una eficacia creciente. En nuestra aldea global “el 15% del mundo mantiene al 85% restante en la miseria” lo que no solamente es injusto y produce profundos desequilibrios, sino que obliga a millones de personas a desplazarse fuera de sus países de origen, es como si estuviéramos regresando a la precariedad antropológica y cultural de un nuevo nomadismo universal.
El cristianismo como un universo social y cultural, tienen mucho que decir y hacer al respecto. De hecho, desde los primero tiempos hemos sido extranjeros, lo fue Abraham y lo fue Moisés, y lo fueron en su mayoría las llamadas comunidades primitivas. “Los cristianos no viven en ciudades exclusivamente suyas, ni hablan una lengua extraña. Viven en sus propias patrias como forasteros; participan en todo como ciudadanos y lo soportan todo como extranjeros; cualquier tierra extraña les es patria y toda patria les es tierra extraña” (Carta a Diogneto).
Una característica dramática de nuestro mundo es el desplazamiento obligado de millones de refugiados por razones políticas y bélicas, y otra cantidad de millones por simple necesidad económica. Los países de emigrantes se descapitalizan y los países receptores se aprovechan y abusan de estos “condenados de la tierra” como los denominó Franz Fanon. El emigrante, no importa su origen o destino siempre será un extranjero a la manera de Camus. Un peregrino sin retorno, con el alma escindida y la memoria secuestrada; solitario en la multitud que lo desconoce y que casi siempre desprecia.
El cristianismo como un universo social y cultural, tienen mucho que decir y hacer al respecto. De hecho, desde los primero tiempos hemos sido extranjeros, lo fue Abraham y lo fue Moisés, y lo fueron en su mayoría las llamadas comunidades primitivas. “Los cristianos no viven en ciudades exclusivamente suyas, ni hablan una lengua extraña. Viven en sus propias patrias como forasteros; participan en todo como ciudadanos y lo soportan todo como extranjeros; cualquier tierra extraña les es patria y toda patria les es tierra extraña” (Carta a Diogneto).
Una característica dramática de nuestro mundo es el desplazamiento obligado de millones de refugiados por razones políticas y bélicas, y otra cantidad de millones por simple necesidad económica. Los países de emigrantes se descapitalizan y los países receptores se aprovechan y abusan de estos “condenados de la tierra” como los denominó Franz Fanon. El emigrante, no importa su origen o destino siempre será un extranjero a la manera de Camus. Un peregrino sin retorno, con el alma escindida y la memoria secuestrada; solitario en la multitud que lo desconoce y que casi siempre desprecia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario