El presidencialismo es la principal patología política en América
latina. Casi todos los países la padecen o la han padecido.
Gobernantes electos o accediendo al poder por golpe de estado,
terminan aferrados al poder y buscan la reelección obsesivamente. La
alternabilidad sigue siendo un principio abstracto y tiende a no ser
asumido por la mayoría de los liderazgos y fuerzas políticas del
Continente.
El releccionismo en América latina es generalmente admitido y
solamente no está permitido en México (6 años dura el periodo
presidencial); Guatemala (4 años); Honduras (4 años) y Paraguay (5
años). El presidencialismo se desarrolla en los últimos 200 años
como una consecuencia directa de los procesos emancipadores y como
alternativa negadora de las monarquías preexistentes. En la práctica
permitió desarrollar en los nuevos caudillos y élite de poder un
sistema “presidencialista- monárquico” como forma de gobierno y
no forma de Estado aunque nuestras Constituciones formalmente eran
creadoras de Repúblicas Federales y Democráticas, con elección y
división de poderes.
El presidencialismo puede ser definido por diversas características
(Revista Nueva Política, Noviembre, 2012): 1- El presidente –
monarca usurpa y detenta todo los poderes y hace residir la soberanía
en él mismo, en su voluntad omnímoda y arbitraria, pudiéramos
decir con propiedad que todo descansa en su real-gana.
2- Poderes cómplices, tanto el legislativo como el judicial y
electoral se subordinan al amo del poder. Los poderes públicos se
convierten en los poderes del presidente. 3- El presidente otorga y
quita los privilegios y su principal instrumento de gobierno, es la
amenaza y el temor y su propia “legalidad”, con leyes a su medida
tal como quería y expresaba el dictador dominicano José Leónidas
Trujillo “A los amigos todo, a los enemigos la ley”. 4- El
presidente es el jefe del partido, del gobierno, del Estado, de las
Fuerzas Armadas, de las finanzas públicas y de los tributos, de las
policías, de la política exterior, es decir el dueño y señor de
todo o casi todo. Emulando a Luis XIV nuestros presidentes -
caudillos pueden exclamar: el Estado soy yo. 5- El presidente también
controla el poder electoral y aunque puede llegar a la presidencia
por elecciones, nunca vuelve a perder un sufragio. El
presidencialismo es nuestra principal enfermedad política y el
primer obstáculo para desarrollar un verdadero proyecto republicano,
federal y democrático.
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