Después de un proceso electoral, no
importando quién lo haya ganado, se hace necesario reafirmar nuestra
fe en la Democracia y nuestro compromiso democrático. La Democracia
más que un sistema político es un sistema de pensamiento y de
valores, una cultura, la más propicia a la convivencia humana y a la
consecución del Bien Común. La Democracia es convivencia,
tolerancia, pluralismo, solidaridad, respeto a los derechos de los
demás, división efectiva de los poderes, responsabilidad
administrativa y alternabilidad en el poder con garantías para todos
y respeto al derecho de las minorías. En la época moderna se agrega
la vigencia de los Derechos Humanos, sustentados en dos principios
fundamentales, la libertad de la condición humana y la dignidad de
las personas. En Venezuela, durante todo el siglo XX, se
confrontaron dos proyectos políticos, el proyecto autocrático y el
proyecto democrático, creándose una dialéctica que sigue marcando
el proceso político contemporáneo, de allí que no es ocioso volver
a recordar quizá la primera declaración orgánica del concepto de
Democracia como filosofía social y de vida; y se le atribuye al
historiador ateniense Tucídides (460 a.C. - 396 a.C.) en su libro La
Guerra del Peloponeso, y que pone en boca de Pericles (495
a.C.- 429 a.C) una
declaración plenamente vigente.
“Nuestro régimen político es la
democracia, y se llama así porque busca la utilidad del mayor número
y no la ventaja de algunos. Todos somos iguales ante la ley, y cuando
la República otorga honores lo hace para recompensar virtudes y no
para consagrar el privilegio. Todos somos llamados a exponer nuestras
opiniones sobre los asuntos públicos. Nuestra ciudad se halla
abierta a todos los hombres; ninguna Ley prohíbe la entrada en ella
a los extranjeros, ni les priva de nuestras instituciones ni de
nuestros espectáculos; nada hay en Atenas oculto, y se permite a
todos que vean y aprendan en ella lo que bien les pareciere…
“Confiamos para vencer en nuestro valor y
en nuestra inteligencia. Tenemos el culto de lo bello y cultivamos la
filosofía, sin que eso debilite nuestro carácter. Si poseemos
riquezas no es para guardarlas ociosas ni para envanecernos de su
posesión, sino para emplearlas productivamente. Para nadie es
vergonzoso entre nosotros confesar que es pobre; lo que sí es
vergonzoso es no tratar de salir de la pobreza por medio del trabajo.
Todos los ciudadanos, incluso los que se dedican a los trabajos
manuales, toman parte en la vida pública; y si hay alguno que se
desinteresa de ella se le considera como hombre inútil e indigno de
toda consideración. Examinamos detenidamente los negocios públicos
porque no creemos que el razonamiento perjudique a la acción; lo que
sí creemos perjudicial para la patria es no instruirnos previamente
por el estudio de lo que debemos ejecutar”.
Con el mismo espíritu, casi dos mil años
después, Abrahan Lincoln (1809-1865), reafirma esta filosofía y
estos principios en su discurso de Gettysburg (10-11-1863) también
con motivo de unas honras fúnebres, homenaje a los caídos de una
batalla de la guerra civil norteamericana:
“Hace
ocho décadas y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este
continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al
principio de que todas las personas son creadas iguales. Ahora
estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta
nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede
perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla
de esa guerra. Hemos venido a consagrar una porción de ese campo
como lugar de último descanso para aquellos que dieron aquí sus
vidas para que esta nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto
y apropiado que hagamos tal cosa.
Pero,
en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos
consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres,
vivos y muertos, que lucharon aquí ya lo han consagrado, muy por
encima de lo que nuestras pobres facultades podrían añadir o
restar. El mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo
lo que aquí digamos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron
aquí. Somos, más bien, nosotros, los vivos, quienes debemos
consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que los que aquí lucharon
hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien los vivos
los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta
ante nosotros: que de estos muertos a los que honramos tomemos una
devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron la última
medida colmada de celo. Que resolvamos aquí firmemente que estos
muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios
mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno
del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la
Tierra.“
La
Democracia sigue siendo, en términos históricos y prácticos, el
mejor sistema concebido por el hombre para garantizar la convivencia
y el progreso humano, de hecho ella forma parte de una conquista
civilizatoria fundamental que implica que, el conflicto de intereses
siempre presente en la historia humana, y las controversias de todo
tipo que siempre acompañan la vida social, sólo pueden ser
resueltas por la vía del diálogo y el respeto y para las decisiones
importantes, de no lograrse el consenso, siempre se recurre al método
electoral, siempre y cuando, éste, garantice equilibrio y
objetividad en el árbitro. Este sistema político que ha terminado
por prevalecer en todo el mundo evidentemente es imperfecto como muy
bien lo apuntara Winston Churchill (1874-1965), al calificarlo como
el menos malos de los sistemas de gobierno creados por el hombre,
pero en su esencia defectuosa siempre existe la posibilidad de la
perfectibilidad del sistema y no otra cosa ha sido la historia de la
humanidad, la prosecución incansable de utopías e ideales en
función de valores y logros, tanto en un sentido espiritual como
material. No es casual que hasta los regímenes que niegan la
democracia de hecho insisten en definirse como democráticos, como
ocurrió en muchos de los fenecidos regímenes comunistas del siglo
XX. La palabra en sí misma ya es un programa político y en la
Venezuela de los últimos años la palabra democracia es la principal
convocante del futuro. En nuestro país, la democracia republicana ya
forma parte del proyecto fundacional de la nación, naufragado
lamentablemente en la barbarie que caracterizó la Venezuela del
siglo XIX. Dentro del proyecto democrático nacional se ha ido
erigiendo como una urgencia del pensamiento político, la
construcción de una épica civil que permita definir el proyecto de
República Democrática desde la propia sociedad como totalidad y no
desde un sector de ella y mucho menos desde el sector castrense que
por diversos intereses ha venido monopolizando el pensamiento
historiográfico y político del país. La Democracia no es un
proyecto ni de autócratas ni de élites egoístas sino un proyecto
compartido de país inclusivo y progresista. No hay tarea más
urgente para las nuevas generaciones que seguir construyendo en la
práctica este proyecto, y su principal obstáculo quizá siga siendo
la épica militar, fuertemente arraigada en nuestra conciencia
colectiva, y la condición de estado petrolero que ha propiciado una
manera de ser de la mayoría de nuestros conciudadanos inadecuada,
para decir lo menos. La democracia, como ya llevamos dicho, es una
filosofía y una cultura, pero también implica unas estructuras
económicas democráticas, así como una estructuración de la
sociedad también democrática. En nuestro país se ha hablado de un
ADN democrático, como garantía de supervivencia del sistema, en lo
personal tengo mis dudas sobre este pretendido ADN que quizá estemos
confundiendo con la costumbre de participar en procesos electorales,
convirtiendo el proceso electoral casi en un fetichismo del sistema,
especialmente cuando este, los procesos electorales, se desarrollan
sin garantías de equilibrio e imparcialidad. La democracia
venezolana tiene profundos desafíos ante sí de cara a las
exigencias del siglo XXI, y estos desafíos no podrán ser
enfrentados exitosamente sino aprendemos a mirar hacia adelante y a
entender que una nación es una identidad dinámica que se nutre más
del futuro que del pasado. El pasado no puede ser cambiado, pero
puede ser manipulado y de hecho lo es por las élites dominantes y
los gobernantes de turno y por ello las dificultades de que el futuro
sea compartido por todos ya que se tiende a proyectar también hacia
el futuro la misma manipulación ideológico-política que usualmente
se hace con el pasado.
Venezuela
vive no solo una crisis de larga duración dino que de hecho se
encuentra en una encrucijada histórica, cuyo principal desafío es
la globalización y la posibilidad de dejar de ser una sociedad
minera sin renunciar, como es lógico, al valor estratégico que
significa el ser un país petrolero. Quizá allí radica nuestro
principal error histórico, no haber entendido ni asumido la
oportunidad petrolera como una ventaja comparativa y competitiva para
facilitar el desarrollo de una economía productiva y más bien
habernos quedado en la concepción primitiva de este tipo de economía
minera que nos convierte en rentistas irresponsables que al no tener
que rendir cuentas de una riqueza no producida por nosotros mismos,
simplemente terminamos dilapidándola como un patrimonio heredado y
quizá no merecido.
En
términos históricos, en Venezuela podemos hablar de una democracia
petrolera, nos toca construir una democracia sin apellidos y que
exprese de manera real los principios y valores ya aludidos en el
discurso de Pericles y en el discurso de Lincoln. Creemos que
tenemos la capacidad humana para hacerlo. Las nuevas generaciones
tienen que entenderlo y asumirlo como su responsabilidad primaria,
que no es otro que propiciar un modelo de desarrollo moderno,
eficiente, solidario y honesto y quizá eso nos obligue como sociedad
a abandonar viejos paradigmas y a asumir plenamente los paradigmas de
la modernidad o como algunos autores llaman, las nuevas utopías que
se definen, no solamente a nivel nacional sino a nivel global. Nunca
como ahora la humanidad ha estado más integrada en términos de
desafíos y riesgos y nunca como ahora la co-responsabilidad nos
compromete, ya no solamente con nuestro país, sino con el destino
humano en general.
La
Democracia no se agota en el proceso electoral, al contrario, puede
perecer en un proceso electoral si este no garantiza la igualdad de
participación y de condiciones, de allí que en un sistema
democrático los poderes fundamentales pasan a ser el poder electoral
y el poder judicial, como poderes árbitros por definición; en
Venezuela, lamentablemente, nos falta un largo camino por recorrer en
este sentido.
Somos
de los que estamos convencidos que en función de la teoría cíclica
de la historia se avecinan tiempos difíciles y tormentosos, pero
quizá definitivos para alcanzar el fondo de nuestra crisis, y como
los pueblos no se suicidan necesaria e inevitablemente nos tocará
emerger de esta ya larga crisis de más de 30 años con un “nuevo”
proyecto de país que reivindique lo mejor de nuestro pasado y que al
mismo tiempo posibilite nuestro mejor esfuerzo para definitivamente
consolidar un proyecto civil, republicano y democrático.
Excelente articulo.
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