martes, 16 de abril de 2013

Democracia


Después de un proceso electoral, no importando quién lo haya ganado, se hace necesario reafirmar nuestra fe en la Democracia y nuestro compromiso democrático. La Democracia más que un sistema político es un sistema de pensamiento y de valores, una cultura, la más propicia a la convivencia humana y a la consecución del Bien Común. La Democracia es convivencia, tolerancia, pluralismo, solidaridad, respeto a los derechos de los demás, división efectiva de los poderes, responsabilidad administrativa y alternabilidad en el poder con garantías para todos y respeto al derecho de las minorías. En la época moderna se agrega la vigencia de los Derechos Humanos, sustentados en dos principios fundamentales, la libertad de la condición humana y la dignidad de las personas. En Venezuela, durante todo el siglo XX, se confrontaron dos proyectos políticos, el proyecto autocrático y el proyecto democrático, creándose una dialéctica que sigue marcando el proceso político contemporáneo, de allí que no es ocioso volver a recordar quizá la primera declaración orgánica del concepto de Democracia como filosofía social y de vida; y se le atribuye al historiador ateniense Tucídides (460 a.C. - 396 a.C.) en su libro La Guerra del Peloponeso, y que pone en boca de Pericles (495 a.C.- 429 a.C) una declaración plenamente vigente.

Nuestro régimen político es la democracia, y se llama así porque busca la utilidad del mayor número y no la ventaja de algunos. Todos somos iguales ante la ley, y cuando la República otorga honores lo hace para recompensar virtudes y no para consagrar el privilegio. Todos somos llamados a exponer nuestras opiniones sobre los asuntos públicos. Nuestra ciudad se halla abierta a todos los hombres; ninguna Ley prohíbe la entrada en ella a los extranjeros, ni les priva de nuestras instituciones ni de nuestros espectáculos; nada hay en Atenas oculto, y se permite a todos que vean y aprendan en ella lo que bien les pareciere…
Confiamos para vencer en nuestro valor y en nuestra inteligencia. Tenemos el culto de lo bello y cultivamos la filosofía, sin que eso debilite nuestro carácter. Si poseemos riquezas no es para guardarlas ociosas ni para envanecernos de su posesión, sino para emplearlas productivamente. Para nadie es vergonzoso entre nosotros confesar que es pobre; lo que sí es vergonzoso es no tratar de salir de la pobreza por medio del trabajo. Todos los ciudadanos, incluso los que se dedican a los trabajos manuales, toman parte en la vida pública; y si hay alguno que se desinteresa de ella se le considera como hombre inútil e indigno de toda consideración. Examinamos detenidamente los negocios públicos porque no creemos que el razonamiento perjudique a la acción; lo que sí creemos perjudicial para la patria es no instruirnos previamente por el estudio de lo que debemos ejecutar”.

Con el mismo espíritu, casi dos mil años después, Abrahan Lincoln (1809-1865), reafirma esta filosofía y estos principios en su discurso de Gettysburg (10-11-1863) también con motivo de unas honras fúnebres, homenaje a los caídos de una batalla de la guerra civil norteamericana:

Hace ocho décadas y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son creadas iguales. Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a consagrar una porción de ese campo como lugar de último descanso para aquellos que dieron aquí sus vidas para que esta nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa.
Pero, en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí ya lo han consagrado, muy por encima de lo que nuestras pobres facultades podrían añadir o restar. El mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo lo que aquí digamos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí. Somos, más bien, nosotros, los vivos, quienes debemos consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que los que aquí lucharon hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que de estos muertos a los que honramos tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron la última medida colmada de celo. Que resolvamos aquí firmemente que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra.“

La Democracia sigue siendo, en términos históricos y prácticos, el mejor sistema concebido por el hombre para garantizar la convivencia y el progreso humano, de hecho ella forma parte de una conquista civilizatoria fundamental que implica que, el conflicto de intereses siempre presente en la historia humana, y las controversias de todo tipo que siempre acompañan la vida social, sólo pueden ser resueltas por la vía del diálogo y el respeto y para las decisiones importantes, de no lograrse el consenso, siempre se recurre al método electoral, siempre y cuando, éste, garantice equilibrio y objetividad en el árbitro. Este sistema político que ha terminado por prevalecer en todo el mundo evidentemente es imperfecto como muy bien lo apuntara Winston Churchill (1874-1965), al calificarlo como el menos malos de los sistemas de gobierno creados por el hombre, pero en su esencia defectuosa siempre existe la posibilidad de la perfectibilidad del sistema y no otra cosa ha sido la historia de la humanidad, la prosecución incansable de utopías e ideales en función de valores y logros, tanto en un sentido espiritual como material. No es casual que hasta los regímenes que niegan la democracia de hecho insisten en definirse como democráticos, como ocurrió en muchos de los fenecidos regímenes comunistas del siglo XX. La palabra en sí misma ya es un programa político y en la Venezuela de los últimos años la palabra democracia es la principal convocante del futuro. En nuestro país, la democracia republicana ya forma parte del proyecto fundacional de la nación, naufragado lamentablemente en la barbarie que caracterizó la Venezuela del siglo XIX. Dentro del proyecto democrático nacional se ha ido erigiendo como una urgencia del pensamiento político, la construcción de una épica civil que permita definir el proyecto de República Democrática desde la propia sociedad como totalidad y no desde un sector de ella y mucho menos desde el sector castrense que por diversos intereses ha venido monopolizando el pensamiento historiográfico y político del país. La Democracia no es un proyecto ni de autócratas ni de élites egoístas sino un proyecto compartido de país inclusivo y progresista. No hay tarea más urgente para las nuevas generaciones que seguir construyendo en la práctica este proyecto, y su principal obstáculo quizá siga siendo la épica militar, fuertemente arraigada en nuestra conciencia colectiva, y la condición de estado petrolero que ha propiciado una manera de ser de la mayoría de nuestros conciudadanos inadecuada, para decir lo menos. La democracia, como ya llevamos dicho, es una filosofía y una cultura, pero también implica unas estructuras económicas democráticas, así como una estructuración de la sociedad también democrática. En nuestro país se ha hablado de un ADN democrático, como garantía de supervivencia del sistema, en lo personal tengo mis dudas sobre este pretendido ADN que quizá estemos confundiendo con la costumbre de participar en procesos electorales, convirtiendo el proceso electoral casi en un fetichismo del sistema, especialmente cuando este, los procesos electorales, se desarrollan sin garantías de equilibrio e imparcialidad. La democracia venezolana tiene profundos desafíos ante sí de cara a las exigencias del siglo XXI, y estos desafíos no podrán ser enfrentados exitosamente sino aprendemos a mirar hacia adelante y a entender que una nación es una identidad dinámica que se nutre más del futuro que del pasado. El pasado no puede ser cambiado, pero puede ser manipulado y de hecho lo es por las élites dominantes y los gobernantes de turno y por ello las dificultades de que el futuro sea compartido por todos ya que se tiende a proyectar también hacia el futuro la misma manipulación ideológico-política que usualmente se hace con el pasado.

Venezuela vive no solo una crisis de larga duración dino que de hecho se encuentra en una encrucijada histórica, cuyo principal desafío es la globalización y la posibilidad de dejar de ser una sociedad minera sin renunciar, como es lógico, al valor estratégico que significa el ser un país petrolero. Quizá allí radica nuestro principal error histórico, no haber entendido ni asumido la oportunidad petrolera como una ventaja comparativa y competitiva para facilitar el desarrollo de una economía productiva y más bien habernos quedado en la concepción primitiva de este tipo de economía minera que nos convierte en rentistas irresponsables que al no tener que rendir cuentas de una riqueza no producida por nosotros mismos, simplemente terminamos dilapidándola como un patrimonio heredado y quizá no merecido.

En términos históricos, en Venezuela podemos hablar de una democracia petrolera, nos toca construir una democracia sin apellidos y que exprese de manera real los principios y valores ya aludidos en el discurso de Pericles y en el discurso de Lincoln. Creemos que tenemos la capacidad humana para hacerlo. Las nuevas generaciones tienen que entenderlo y asumirlo como su responsabilidad primaria, que no es otro que propiciar un modelo de desarrollo moderno, eficiente, solidario y honesto y quizá eso nos obligue como sociedad a abandonar viejos paradigmas y a asumir plenamente los paradigmas de la modernidad o como algunos autores llaman, las nuevas utopías que se definen, no solamente a nivel nacional sino a nivel global. Nunca como ahora la humanidad ha estado más integrada en términos de desafíos y riesgos y nunca como ahora la co-responsabilidad nos compromete, ya no solamente con nuestro país, sino con el destino humano en general.

La Democracia no se agota en el proceso electoral, al contrario, puede perecer en un proceso electoral si este no garantiza la igualdad de participación y de condiciones, de allí que en un sistema democrático los poderes fundamentales pasan a ser el poder electoral y el poder judicial, como poderes árbitros por definición; en Venezuela, lamentablemente, nos falta un largo camino por recorrer en este sentido.

Somos de los que estamos convencidos que en función de la teoría cíclica de la historia se avecinan tiempos difíciles y tormentosos, pero quizá definitivos para alcanzar el fondo de nuestra crisis, y como los pueblos no se suicidan necesaria e inevitablemente nos tocará emerger de esta ya larga crisis de más de 30 años con un “nuevo” proyecto de país que reivindique lo mejor de nuestro pasado y que al mismo tiempo posibilite nuestro mejor esfuerzo para definitivamente consolidar un proyecto civil, republicano y democrático.

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