sábado, 5 de septiembre de 2009

¿Fin de un ciclo?

“En el transcurso de un tiempo que no tenía principio

y no sabía encontrar su punto final.”

Günter Grass.


El tiempo es el tema del historiador y su manía es periodificarlo. Consecuente con esta tradición historiográfica me atrevo a proponer que el siglo del petróleo está llegando a su fin. Entre nosotros comenzó en 1914 y se consolidó en 1922, cuando el petróleo se convirtió en nuestro principal producto de exportación y ha continuado hasta nuestros días, generando hoy por hoy el 90% de nuestros ingresos en divisas. Casi 100 años de historia petrolera determinando toda la vida nacional: economía, política, sociedad, cultura. Nada puede ser explicado sin el ingrediente petrolero. Todo ello ha configurado una sociedad y una mentalidad y evidentemente una estructura económica y una historia política determinada. Rómulo Betancourt lo entendió muy bien al pensar y escribir su libro “Política y Petróleo.” Sabía que la llave del poder en Venezuela pasa por el control del gobierno que es quien administra el ingreso petrolero. En Venezuela, todos los gobiernos sin excepción fueron gobiernos ricos y en grado superlativo debido al boom petrolero el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez y el actual de Hugo Chávez.

El populismo clientelar y la corrupción han sido la marca de fábrica de todos los gobiernos por el uso indiscriminado y sin control de la renta petrolera configurando un país de gobiernos ricos y pueblo pobre. El azar determinó que fuera el gobierno de Juan Vicente Gómez (1909-1935) quien fundara la república petrolera y esta nace  con una entrega colosal y antinacional a las multinacionales petroleras de nuestros recursos naturales, con complicidades nacionales privadas que permitieron el surgimiento de la primera oleada de una burguesía nacional que medraba y prosperaba a la sombra del gobierno y de los bufetes y oficinas de representación de las multinacionales aludidas.

El neogomecismo representado por los gobiernos de los generales Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita (1936-1945) intenta un tímido avance en el control del petróleo y una mayor participación en sus beneficios, de allí la ley de 1943 que fue un evidente avance al respecto, pero fue necesario un terremoto político producto de la aparición de nuevos protagonistas sociales como los obreros y los sindicatos petroleros, así como las masas populares organizadas en partidos políticos, para que en Venezuela avanzáramos de manera decisiva en una conciencia nacionalista con respecto a la industria petrolera y sus beneficios, la figura emblemática en este período fue Juan Pablo Pérez Alfonso.

A partir de 1945 se concreta la idea de una república democrática, con el sufragio universal y el reconocimiento explícito del protagonismo de las masas organizadas. La alianza cívico-militar que propicia el golpe de estado del 18 de octubre de 1945, liderizado por Rómulo Betancourt y Marcos Pérez Jiménez con una visión compartida de un proyecto modernizador que se fractura en dos tendencias, la autoritaria y militar de Pérez Jiménez (1948-1958) y la democrática popular encabezada por Rómulo Betancourt y Acción Democrática (1958-1998).

Pérez Jiménez y su gobierno vuelven a la política petrolera entreguista que privilegia los intereses internacionales y propicia una nueva oleada de burguesía nacional.

La república democrática insurge revigorizada el 23 de enero de 1958 y permite o posibilita casi dos décadas de avances indiscutibles en todos los campos, agotada muy tempranamente, termina naufragando en la década de los 80 y 90 del siglo pasado, con liderazgos envejecidos y corruptos y totalmente ineficaces como gobierno, propiciando una exclusión gigantesca y un resentimiento y una desesperanza generalizada. En este ambiente se fraguan y explican el descontento social creciente expresado de manera violenta en 1989 con el “Caracazo” así como el movimiento conspirativo que emerge en 1992. La elección de 1998 expresa más que una esperanza, una frustración colectiva que termina entregándole el país a nuestros fantasmas y demonios del pasado, propiciando una nueva dictadura y un proyecto ideológico anacrónico.

El actual régimen, en nuestra apreciación, se define como una etapa conclusiva del siglo del petróleo, practicando el viejo populismo clientelar y una corrupción generalizada que permite otra oleada de nuevos ricos, la boliburguesía.

La ideología dominante es el viejo militarismo autocrático de siempre y una ideología, el castro-comunismo fracasado en Cuba y el comunismo fracasado en la Unión Soviética y Europa del Este. En Venezuela, es el ascenso al poder del único grupo político que no lo había alcanzado dentro del proyecto de la Venezuela petrolera, de 1945 y 1958, una idea de revolución del siglo pasado extemporánea e irracional, una revolución envejecida y por consiguiente reaccionaria, de allí su parecido fáctico y operativo con el nazi-fascismo. Las dictaduras no importa su ideología y color siempre son dictaduras en sus métodos y en sus prácticas represivas.

En función de todo lo anterior es que pienso que este gobierno está transitando el tiempo final de su vigencia, agotado por más de 10 años de desgobierno, de allí esta aceleración del proyecto hegemónico y esta penosa y dolorosa tentación represiva.

A las nuevas generaciones les toca construir y compartir una nueva visión y un nuevo proyecto de país: democrático, moderno, desarrollado a sabiendas que el petróleo y nuestros recursos naturales son necesarios e importantes, pero que definitivamente, ya no seremos un país petrolero tendremos una economía diversificada en la medida que sepamos construirla con nuestros esfuerzos y talentos y con valores democráticos y civilizatorios, no solamente proclamados si no practicados. “Despetrolizarnos” no va a ser fácil pero no hay otra posibilidad ni manera para avanzar. Como pueblo y como sociedad 200 años después, nos toca descubrir en la teoría y en la práctica la economía política cuyo fundamento no es otro que el trabajo y la capacidad humana así como la verdadera y plena democracia, enraizada en los valores evangélicos de la solidaridad y la fraternidad y para ello no es necesario pagar el costo de nuestra libertad, ya que igualdad, libertad y fraternidad son valores indisolublemente unidos y que expresan una utopía concreta del proceso civilizatorio.

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