lunes, 23 de agosto de 2010

Mhadiva

Mhadiva, es el nombre ancestral que se le da a los ancianos de la tribu Thimba de Sudáfrica y que le fuera otorgado en su momento también a Nelson Mandela.
Mandela, nacido en 1918, se nos presenta hoy como un joven nonagenario que ha tenido el privilegio de vivir casi todos los desafíos y amenazas de nuestro tiempo. Conoció la persecución, el exilio y la prisión, la derrota y el fracaso y en sus 27 años de encierro fraguó en él el carácter fuerte y humilde y el coraje paciente que le hizo merecedor a que se le llamara Mhadiva.
Su vida nunca fue fácil y nunca evadió sus responsabilidades con su sociedad y con su época. Militante de la descolonización y de la liberación de África y denunciador implacable del Apartheid que llenaba de ira y vergüenza a su país.
Entendió desde el primer momento que la verdadera liberación responde a una dialéctica profundamente humana y humanizadora que implica “liberar tanto al opresor como al oprimido”. Al final lo importante es la lucha contra cualquier tipo de segregación, es la solidaridad militante con el oprimido y el débil.
Nelson Mandela fue un hombre que nunca se dejó atrapar por el tiempo, ni cultivó una memoria rencorosa, ni se dejó inmovilizar ni por el pasado ni por el presente, fuera cual fuera éste.
A los 70 años fue presidente, a los 75 se le concedió el Nobel de la Paz y a los 92 sigue siendo el líder espiritual de su país y ejemplo para el mundo.
En una época plagada de temores y pusilanimidad, la entereza e integridad de Mandela es toda una pedagogía para el compromiso con la esperanza. Mhadiva nunca ha perdido el sentido del humor y la ironía, para referirse a su posible jubilación al cumplir 87 años dijo que ya se había ganado el derecho a ella después de haber estado vagueando 27 años en la cárcel. Militante de una idea, de unos principios y valores entendió desde el primer momento que el compromiso por los derechos humanos y la civilización no se agota en el estrecho marco de un determinado país. Frente a tantos poderosos destructivos, este apóstol del humanismo nos abre la puerta del silencio, es decir, nos invita a una asecis y a una mística que identifica a estos seres humanos como el propio Mhadiva, seres universales que abrevan su vida y desarrollan su destino en un nuevo o renovado “ethos religioso que se identifica con la resistencia pasiva, que se emparenta con la objeción se conciencia de los Cuaqueros y el espíritu de no resistencia rusa (Tolstoi) y asiática (Gandhi)”.
Al final como lo expresara en su momento Romain Rolland y Albert Camus lo importante no es la causa sino la persona. Hay que amar a las personas, y a estas, no se les puede ayudar sino simplemente amar, que es el viejo mensaje evangélico que atraviesa poderoso los siglos.

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