En el siglo XX, esa concepción optimista del hombre y del mundo, fundada en la idea del progreso y de la educación como palanca fundamental del desarrollo humano y social, que heredamos de los siglos XVIII y XIX, ha hecho crisis.
Frente al predominio de otros medios e instituciones —tal es el caso, por ejemplo, de la llamada industria cultural— que inciden de manera más profunda y permanente en la conducta y formación de valores, la educación se encuentra fuertemente cuestionada y su influencia disminuida.
Cuando en los años 60 se impuso el feminismo, el orientalismo, la ecología y la paz; y en los 70 y 80, el naturismo, la cultura física y las creencias esotéricas, la sociedad de consumo terminó dándole la única configuración posible en una cultura donde se privilegia tener todo dentro de un consumismo desatado y un mal gusto de nuevos ricos. Vivimos una época profundamente despersonalizadora, marcada por el fetichismo del dinero y el éxito, económico y social.
La moda yuppie no es otra cosa que la vuelta a los 50, cuyos rasgos resaltantes son la manía del dinero, la indiferencia social y la falta de sensibilidad frente a la pobreza. La generación de los años 80 y 90 asume como modelo ideal de identificación al tecnócrata, cuya única aspiración es convenirse en capitalista. El dinero es su verdadera pasión y la base sobre la cual se construye el éxito. La diversión y el enriquecimiento configuran el horizonte de los jóvenes. El futuro es un simple afán de novedad que la quincallería tecnológica tiende a satisfacer. No obstante, existen razones para ser optimistas: una época más liberal y una nueva sensibilidad se abre frente a nosotros, ante el retroceso de la onda neoconservadora.
Pienso que de aquí en adelante, el mundo será más inestable, pero también más interesante. Muchas cosas nuevas van a nacer. Nuevos valores, nuevas actitudes y nuevas interrogantes.
En un plano individual, todas las grandes religiones y filosofías coinciden en un principio ético-moral fundamental: el respeto a los demás. La educación del hombre contemporáneo se centra en la necesidad de construir un mundo solidario en donde cada pueblo participe desde su identidad específica. La paz y el desarrollo forman parte del programa común de toda la humanidad. Los pueblos avanzan unidos y sólo en la solidaridad es posible la justicia y la libertad.
lunes, 30 de agosto de 2010
Razones para ser optimistas
Etiquetas:
época,
hombre,
mundo,
religiones
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario