Ambos términos terminan siendo sinónimos, educación y ciudadanía van de la mano y es que los seres humanos no son seccionables ni fragmentables. Somos seres completos, personas educables y en permanente proceso de formación, desde el nacimiento hasta la muerte. Nos formamos para la vida, en todo su dinamismo y complejidad. Nos formamos para el trabajo, pero no solamente como oficio o medio de vida. Nos formamos para la sociabilidad porque siempre vivimos en acompañamiento, acompañamos y somos acompañados, de allí que seamos seres morales por definición ya que todo acto, incluye o influye en otros seres humanos, y en ese sentido también hablamos de Ética, en la distinción que hace Hegel entre Moral y Ética, a pesar de la raíz etimológica común, en donde lo individual y lo colectivo se complementan o entran en contradicción, como en el caso arquetípico de Sócrates. El ideal educativo pudiera expresarse en la frase: “Conócete a ti mismo y haz lo que debes” o como sostiene la filosofía “Llegar a ser lo que se puede ser con lo que se es” (Ética, J. L. Aranguren, 1958). En nuestros tiempos parte del problema de la reflexión sobre la educación, es que esta se ha “funcionalizado” abandonando por completo el principio de totalidad humana o “paideia”i es decir, partir de un concepto integral de lo humano, tanto desde el punto de vista real como ideal. Estamos hablando, entre otras cosas, de valores, costumbres y tiempos.
El ser humano se educaba o formaba para sobrevivir individualmente y en grupo. Su razón de ser era la comunidad, hoy diríamos la sociedad particular a la cual se pertenece y a la humanidad toda. Sobrevivimos y avanzamos colectivamente o nadie tendría destino o futuro.
Este proceso civilizatorio, fundamentalmente cultural ha tenido como escenario y centro a la educación y a la ciudad y así empezó siendo en Greciaii, en donde la creación de la ciudad fue la respuesta de la “razón” al caos y a las amenazas del mundo exterior. Hogar, seguridad y fortaleza en el sentido de ciudad amurallada es un “viaje” espiritual, psicológico y físico y responde a una necesidad de sobrevivencia y progreso. De allí la necesidad imperiosa que tenemos los seres humanos de “seguridad” en su mas amplia acepción: jurídica, política, social, económica y en el ámbito de al seguridad personal cotidiana. En este sentido, en Venezuela nos ha tocado una época de precariedad y anomia casi absoluta.
La educación como experiencia vital es un aprendizaje, desde un “adentro” como la mayéutica socrática y un “afuera” en donde experiencias, comunidad y maestros nos moldean. Como persona nos hacemos haciendo y nos hacen, en una interacción dinámica casi ilimitada. La naturaleza del ser humano, física, intelectual y espiritual tiende a la autorealización y perfeccionamiento así como exige y desarrolla su ser social en relación a “los otros” y con “los otros”. No otra cosa es la educación, una necesidad para conservar y transmitir lo que se es y lo que se puede llegar a ser, como individuos y como sociedad particular y como humanidad en su conjunto, de allí la importancia de reconocernos en nuestra “paideia”. En nuestro proyecto e ideal educativo, como personas y como ciudadanos. En este último sentido cobra particular importancia el concepto de sociedad civil, más allá de la definición de Hegel que sería algo así como los “propietarios” por un lado y el Estado por otro. El ciudadano en la sociedad civil es la persona que en su conciencia asume la libertad desde la responsabilidad y la desarrolla en todo los ámbitos de la vida social y en el transcurso de toda su vida: a nivel de la familia, del trabajo de la política y en cualquier otro ámbito privado o público. Todos somos responsables de todos, en la misma medida que la educación se universalizó como en su momento lo definió Comenius: “Educar a todos en todo”.
La educación se materializa en el individuo pero es social por definición. Cada comunidad se reproduce a sí misma y desde ella misma, en ciertos momentos críticos produce rupturas y crisis para el cambio necesario, de allí la importancia de la libertad y la autonomía para educar. A partir de la libertad responsable de los padres y maestros se propicia la libertad de los niños y jóvenes y de esa manera la sociedad asume, reproduce y proyecta “valores” asumidos desde la pedagogía del ejemplo y en el conjunto de tradiciones y costumbres que llamamos cultura. Nadie enseña desde “la nada” y el mal ejemplo, de allí el peligro del excesivo pragmatismo de educar como simple instrucción. En Venezuela es particularmente grave el mal ejemplo, tanto en el modelaje público como en el privado que termina modelando lo negativo. En nuestro país el “rol” materno y paterno está fuertemente comprometido por la inmadurez e ignorancia así como en la clase dirigente, muchos de ellos naufragan en la corrupción y la falta de ética y colocan por encima de cualquier otra condición el éxito personal, económico y social. La educación puede tener y de hecho tiene múltiples objetivos, particulares y generales, individuales y colectivos pero a nuestro juicio el esencial y definitorio debería ser el famoso y repetido “conócete a ti mismo y haz lo que debes”, además del conocimiento y comprensión del “entorno” en su sentido más amplio antropológico, cultural e histórico, en un proceso de autoconciencia en la dimensión de lo particular-general. Conocer la aldea y conocer el mundo; conocer lo “nuestro” y lo “otro” y a los “otros”. Es decir, asumir a conciencia y plenitud nuestra autoconciencia, nuestra condición de seres morales, con responsabilidades éticas, en una visión personalizada, comunitaria y fraterna de la humanidad. Gracias a la razón y la tecnociencia la “paideia” como ideal educativo se ha universalizado porque la ecúmene es hoy todo el globo. Ya no se trata de un pueblo o una sociedad en particular, en general estamos hablando de la sociedad global y fundamentalmente urbana dejando muy atrás características tribales o clánicas que agotan a sus comunidades en una endogamia a la larga suicida. El concepto de individuación, atribuido a partir de Sócrates es fundamental en la educación así como en la ciudadanía. Particularizar a la persona, a cada ser humano en sus particularidades, familiares, sociales, económicas, antropológicas, y psicológicas es fundamental y en función de ello está establecer la mayéutica o diálogo específico que permita que el individuo desarrolle todas sus potencialidades y el ciudadano asuma todas sus obligaciones y derechos. De lo que se trata es de ordenar el entorno en un sentido civilizatorio, de progreso compartido, de solidaridad y fraternidad. Es la búsqueda individual y colectiva, de los ideales y los equilibrios necesarios, y porqué no, de las utopías concretas que la humanidad ha soñado y proyectado. Los griegos lo expresan con el concepto de areté y sofrosyneiii, a nuestro juicio plenamente vigente como propósito e ideal educativo y de plenitud ciudadana. Pudiéramos traducir de manera incompleta e insuficiente el concepto de areté como virtud, es decir, como un ideal de lo humano, el ser humano virtuoso y sus cualidades inherentes a cada época y cultura, pero que en general terminan trascendiendo todas las épocas y todas las culturas, sofrosyne, concepto insuficiente pero adecuado para definir la sabiduría de los humanos y que aparece escrito a la entrada del Templo de Apolo “Conócete a ti mismo”. La conciencia de los límites humanos y del equilibrio necesario en todas las cosas. Medida y forma son fundamentales en este concepto y en ello pudiéramos asentar la reflexión en torno a la importancia de la contención, la autorregulación, la reflexión y el respeto a la norma y la ley. Pobre de los pueblos cuyo respecto y cumplimiento de la ley es infrecuente e insuficiente. En nuestra herencia histórica está la terrible costumbre colonial frente a la ley de que “se acata pero no se cumple” tan pernicioso para el ejercicio adecuado de la ciudadanía. Para Sócrates la verdadera sofrosyne implica todas las virtudes tales como piedad, valentía, justicia. En consecuencia podemos decir que la educación implica un ideal humano e igualmente un ideal de la sociedad. ¿Cuál es el nuestro?. Sería interesante intentar contestar esta interrogante en clave venezolana y latinoamericana y en clave de contemporaneidad y posmodernidad. También en sentido helénico clásico, la educación es entendida como una construcción del individuo y lo humano “Constituido convenientemente y sin falta, en manos, pies y espíritu” Formar o configurar, es decir, educar como lo quería Platón, para crear el ser humano integral en mente y cuerpo, preparado y apto para ser y cumplir con su condición de aristoi, ser siempre y en todo el mejor. No en un sentido de superioridad personal, sino en un sentido de profesionalismo, competencia y servicio.
El paradigma educativo o paideia clásica mantiene su vigencia, reforzado por todos los otros aportes culturales de la ecúmene global. En síntesis pudiéramos decir, como lo estableció la UNESCO en 1968, que educar es “aprender a ser” y es un aprendizaje de vida que nunca cesa, desde que se nace y hasta la muerte.
Es el equilibrio (sofrosyne) con uno mismo, con los demás y con el entorno social y natural. Es la ciudadanía necesaria para vivir y convivir, en la solidaridad y porqué no en la fraternidad, la consigna olvidada de la revolución francesa, la utopía concreta del siglo XXI.
La educación también es sinónimo de humanismo, un humanismo que abreva en el individuo y su comunidad y orienta a ambos y que en la actualidad y en términos políticos y de ciudadanía tiene que ver fundamentalmente con los derechos humanos y el estado de derecho. Es la ruptura de manera radical con la subordinación de la persona a cualquier tipo de poder o manipulación. Esto implica un humanismo de responsabilidades asumidas desde la conciencia que es la verdadera libertad.
El siempre renovado humanismo no puede ser relativizado a tiempo y lugar alguno. Descansa en un Logos, como lo intuyó Heráclito, atemporal y unificador. En el humanismo cristiano es la persona creada a semejanza de su Creador. Predestinada a la eternidad y responsable como co-creador de toda la creación de Dios. El ser humano es reivindicado en su plenitud de libertad y dignidad, sin distinción ni discriminación de ningún tipo, como hijos del mismo Padre y cuyo modelo es Jesús de Nazareth. Es el Espíritu de Asís y el Atrio de los gentilesiv proclamados recientemente por la Iglesia así como la larga militancia en la humanización del hombre y su desarrollo espiritual y material.
Los diversos humanismos que se desprenden de los diversos mundos culturales de toda la tierra giran en lo fundamental sobre las mismas ideas, incluido el humanismo ateo y a pesar de las asechanzas del relativismo cultural contemporáneo todos coinciden en la necesidad de preservar la especie y el planeta en una humanidad de paz y abundancia. Como decíamos, es nuestra utopía concreta y esperanza cierta.
La educación y la ciudadanía expresan como ninguna otra característica el ser del hombre, como individuo y persona, en el ámbito privado y público. No somos Robinson Crusoe, la polis y la civitas y el ágorav nos definen y exigen estar al servicio de los demás, de allí la importancia de la política y la vocación de servicio y compromiso público. Para la Grecia clásica solo estaban habilitados para gobernar el poeta, el hombre de estado y el sabio, de allí sale el concepto platónico del rey filósofo al igual que Confucio proclamaba que quien no puede gobernar su vida no tiene derecho ni puede permitírsele que gobierne la de los demás.
En clave nacional, estos planteamientos provocan grandes preocupaciones porque no vemos el arte del buen gobierno casi a ningún nivel de los poderes públicos y los poetas, filósofos y hombres de estado escasean. Con respecto a la educación, todos coincidimos que es una prioridad, especialmente en campañas electorales. Igual sucede con el concepto de ciudadanía, más proclamada que practicada. En Venezuela, educación y ciudadanía siguen en minoridad y allí está en buena medida la verdad agónica de las tribulaciones e inquietudes de los últimos tiempos. El país está urgido de encuentro y diálogo, en todos los órdenes de la vida nacional y particularmente y sin lugar a dudas en el ámbito de la reforma educativa y en la construcción de una ciudadanía más acorde con los tiempos modernos y con nuestras responsabilidades.
En nuestro país tenemos una tendencia a crear y cultivar una mitología escolar de la vida social e institucional. En educación y ciudadanía seguimos citando, sin leer y estudiar a Simón Rodriguez y a Andrés Bello de manera anacrónica y descontextualizada. Igual tenemos una lista de “educadores ejemplares o maestros cívicos” para cada época y los hemos convertido en una galería sin vida y sin la visión crítica necesaria. Sin lugar a dudas tenemos una historia intelectual y política importante en cuanto a praxis e ideario educativo, pero el tiempo es inexorable y siempre estamos obligados a mirar hacia adelante desde nuestro irrenunciable presente. En la era petrolera, es decir, en el siglo XX el esfuerzo educativo nacional ha sido importante pero insuficiente, la creación del Instituto Pedagógico Nacional en 1936 fue un hito en nuestro proceso educativo igual que las escuelas normales y el desarrollo de las diversas universidades, creadoras todas ellas de un capital humano invalorable. Hay esfuerzos educativos tanto en el sector público como privado y es emblemático al respecto la Red de Escuelas e Instituciones educativas de Fe y Alegría y en los últimos años las Orquestas Juveniles diseminadas por todo el país. No se ha hecho poco, pero siempre es insuficiente y sin la continuidad necesaria, sacrificando al cortoplacismo y a la cantidad el necesario esfuerzo sostenido y la calidad requerida. De hecho se ha practicado y se practica un populismo educativo con mucha improvisación e incompetencia que se traduce en frustración personal de miles de estudiantes y en un fraude académico continuado. No hay cambio educativo sin la atención requerida a la familia y la formación idónea de los maestros necesarios. Las políticas públicas tradicionalmente han equivocado la estrategia al privilegiar al sector universitario y descuidar el sector inicial, básico y medio. Igualmente se atomizó el esfuerzo en torno a la escuela y se aisló de la familia y la comunidad. Urge una visión retrospectiva crítica de la educación para propiciar las correcciones y reformas necesarias. Esto es posible, porque se tiene la experiencia y la competencia solo hace falta que los poderes públicos se den cuenta de ello y convoquen a los expertos y a los involucrados en el hecho educativo en un gran diálogo nacional que asuma el reto de la impostergable reforma necesaria que adecue todo el sistema educativo al exigente siglo XXI.
No podemos dejar de formular la pregunta obligada: ¿Cuál es nuestro ideal educativo? Como sociedad y como cultura. No quisiera creer que el pragmatismo imperante en esta economía rentista y sociedad petrolera nos ha vuelto a la mayoría en simples logreros y en donde la viveza y la maraña hayan pasado a formar parte de nuestra naturaleza social y que nos haya colocado en los vergonzantes primeros lugares de la corrupción en el mundo.
No quisiera terminar mi ponencia con una nota de pesimismo, sino seguir creyendo en la posibilidad de recuperar la educación y la política como oportunidades reales de superación humana y liberación. Hay que educar en y para la vida; hay que orientar el principal esfuerzo hacia la educación popular y la formación para el trabajo, en fin, estamos obligados a participar en la construcción de un nuevo humanismo que nos permita aspirar a una Venezuela mejor y construir un sistema educativo, a partir de los éxitos logrados y con las correcciones necesarias. La educación debe convertirse en el medio que una a todos los venezolanos en una visión y un proyecto compartido de país.
En Venezuela hemos practicado un populismo educativo que ha privilegiado la cantidad a la calidad y en ese crecimiento aluvional dejamos de pensar en los dos protagonistas fundamentales del hecho educativo, el estudiante, abandonado a su suerte, y el docente, descuidado en su formación, de allí la importancia de recuperar el concepto de prosecución y calidad educativa y con respecto al magisterio son estimulantes y marcan una guía las siguientes palabras de Benedicto XVI. “Para esto, es preciso tener en cuenta, en primer lugar que el camino hacia la verdad completa compromete también al ser humano por entero: es un camino de la inteligencia y del amor, de la razón y de la fe. Si verdad y bien están unidos, también lo están conocimiento y amor. De esta unidad deriva la coherencia de vida y pensamiento, la ejemplaridad de todo buen educador”.
domingo, 15 de abril de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Muy bueno el artículo. Falta mucho por hacer, y más ahora que el país ha retrocedido unas 3 o 4 décadas.
ResponderEliminar