miércoles, 18 de abril de 2012

El pueblo también se equivoca

Otro mito de la política moderna es la categoría o concepto pueblo, inventado por los ilustrados y románticos del siglo XVII y XVIII. El pueblo es un concepto abstracto que remite a una idea de comunidad ideal del espíritu o la cultura. Así Herder hablaba del alma o espíritu del pueblo, que en el fondo terminaba siendo una identificación positiva de una identidad nacional particular, muy bien aprovechada por cierto por los traficantes y mercenarios del patriotismo, calificado por un autor como el último refugio de la canalla. Pueblo trocado en masa alimentó los totalitarismos del siglo XX, tanto los de corte comunista como naci-fascista. Stalin se extasiaba con aquello del alma eslava que él decía encarnar. Igual Hitler, con su raza superior aria, así como Mussolini que asumió la locura de que los italianos de su tiempo eran los herederos del imperio romano. En la tradición judeocristiana el pueblo-masa prefirió a Barrabás que a Cristo y el pueblo judío durante el Éxodo apenas Moisés se aleja de ellos sustituyen a Dios por el becerro de oro.
En la tradición democrática la demagogia y el populismo se nutre y descansa sobre este concepto de pueblo, ambiguo y difuso, sacralizado en la famosa fórmula de Abraham Lincoln. El mito-pueblo es una reacción al mito aristocrático y elitesco de la política como una contraposición necesaria para sustentar el famoso pacto o contrato social, otra abstracción de la teoría política moderna. El concepto pueblo no puede confundirse con los de abajo, como diría Mariano Azuela, aunque el término se legitimiza en la historia de las naciones y las nacionalidades modernas y el desarrollo de la democracia como sistema perfectible. Para efectos prácticos es muy importante distinguir los conceptos de país, patria, nación y en términos sociológicos, es preferible identificar clases, sectores y grupos sociales enmarcados en el concepto universal de Estado y sociedad. Las palabras equívocas y los conceptos ambiguos y abstractos confunden la mente y la realidad y en la acción pública, la confusión siempre es propicia para la existencia y prevalencia del demagogo y del populista, que en sus delirios llegan a confundir al pueblo con ellos mismos.

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