La
“izquierda”, en la terminología o vocabulario político de la
modernidad, es por definición “antisistema”. Con el
advenimiento del marxismo el término izquierda se posiciona
definitivamente como lo contrario del capitalismo, sistema dominante
en lo económico - social y de la burguesía como clase hegemónica
en lo político. Es la dialéctica hegeliana historizada, como
síntesis dialéctica y en vez de surgir un nuevo sistema alternativo
al capitalismo, como el socialismo y el comunismo, lo que surge es un
híbrido tan extraño como el comunismo-capitalista, tal como ocurre
en China y en otros países con gobiernos que se califican de
izquierda y en la práctica solo sirven para apuntalar y desarrollar
el capitalismo en su génesis más primitiva: un capitalismo salvaje.
Otra
característica curiosa de este híbrido económico político es que
han llegado al poder gobiernos que se proclaman de izquierda y
terminan sirviendo al gran capital nacional e internacional, es lo
que ha ocurrido en Brasil con Lula y Rousseff, en Uruguay con Tabaré
y Mujica, en Chile con Lagos y Bachelet, en Bolivia con Evo Morales,
en Argentina con los Kirchner, Correa en Ecuador y Ortega en
Nicaragua; es decir, presuntos líderes de izquierda que terminan con
sus gobiernos apuntalando sistemas tradicionales capitalistas y
consolidando viejas y nuevas burguesías. Un buen ejemplo es nuestro
propio país en donde el gobierno de turno, autoproclamado
revolucionario y socialista, terminó consolidando el petroestado
capitalista que siempre hemos sido y una emergente boliburguesía
de fortunas rápidas y corrupción grosera.
Estos
pretendidos revolucionarios, que en nombre del pueblo viven y actúan
como millonarios, terminan avalando todo lo que en teoría rechazan,
entre otras cosas el consumismo desaforado y el dinero casi como un
valor absoluto de la vida social. Hegel frente a esto diría que son
las ironías de la historia o astucias de la razón. Cuba es otro
aberrante ejemplo de “nueva sociedad y hombre nuevo”, en donde
el capitalismo de Estado termina siendo el ogro filantrópico que
todo lo controla y que monopoliza y administra una camarilla que
piensa, vive y actúa como capitalista en el peor sentido de la
palabra. Lula y Mujica ejemplarizan muy bien esta ironía: viejos
luchadores de izquierda, convertidos al frente de sus gobiernos en
vendedores de productos, bienes y servicios que en sus respectivos
países producen las pujantes empresas capitalistas de Brasil y
Uruguay.
Una vez
más, en nuestra cultura nominalista las palabras y los hechos se
contradicen y se oponen creando confusión y alimentando mitologías.
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