martes, 18 de febrero de 2014

¡Que vivan los estudiantes!


En la sociedad moderna, la juventud ha venido a simbolizar, en términos políticos y culturales, como una especie de vanguardia contracultural y antisistema, por una razón muy simple y es que en ella (la juventud) se desarrolla de manera psico-biológica una especie de instinto de futuro que la obliga a reaccionar contra todo aquello que de una u otra manera privilegia el status quo y los intereses y poderes establecidos. Es como el agua fresca y torrentosa de un río que tiene que circular y avanzar siempre para no dejarse atrapar por el pantano. Esta realidad se potencia en aquellas sociedades en las que estadísticamente la juventud representa un porcentaje importante de la población. En los llamados procesos de cambio contemporáneos, las vanguardias siempre se identificaron con sectores sociales muy definidos y fundamentalmente con las élites que representaban esos sectores, así sucedió con las llamadas revoluciones burguesas incluido nuestro proceso emancipador y las vanguardias juveniles de esa clase emergente. El mismo fenómeno se repite con las élites intelectuales que privilegiaron al proletariado como protagonista principal de la historia, y por último, especialmente emblematizado en el mayo del 68 francés, la revuelta o rebelión estudiantil a nivel global, que adquirió casi connotaciones míticas y al respecto son emblemáticas las consignas de “prohibido prohibir”, “la imaginación al poder” y “el cielo por asalto”. Era como la utopía hecha realidad. Esta tradición política-cultural de alguna manera se ha prolongado hasta nuestros días con el llamado movimiento de los “indignados” y las rebeliones civiles de diversos países incluida la llamada primavera árabe y el actual movimiento ucraniano en donde, el componente juvenil ha sido determinante. De alguna manera es lo que está sucediendo en el proceso político nacional, un sistema de intereses y de poder de corte autoritario y que tiende a cerrarse y excluir inevitablemente concita esta conciencia de movilización juvenil, encarnada fundamentalmente en el sector universitario que clama por un sistema abierto y plural y un país con futuro ya que para ellos el pasado no tiene mayor importancia y el presente en su precariedad e inestabilidad no les garantiza otra cosa sino incertidumbre y falta de oportunidades. Una debilidad de estos movimientos estudiantiles es que si no son asumidos por la sociedad civil y no se acompañan por un planteamiento programático de interés para toda la sociedad, terminan agotándose en sí mismo, hasta que otra generación estudiantil de relevo vuelva a asumir las mismas inquietudes y se manifieste al respecto, tal como ocurrió en Venezuela en el 2007 y que se reproduce hoy en el 2014.
La llamada generación del 28 termina teniendo sentido histórico en la medida que convierte su rebelión y protesta frente a un régimen despótico en un programa político democrático y modernizador como expresión del todo social y que pudieron realizar parcialmente una vez que acceden al poder.

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