La Ideología de Trump: Nacionalismo, Poder y Miedo al Cambio
Como individuo, Donald Trump puede ser caracterizado como un “impresentable”, un caso psiquiátrico, un negociador gangsteril, pero realista y pragmático. Pretende imponerse siempre y ganar como sea, por las buenas o por las malas. En este sentido, es una persona de poder, acostumbrado al éxito, a tener lo que quiere y lograrlo sin límites morales ni principios. Una persona peligrosa, agresiva y manipuladora que, en mis relaciones personales, trataría de tener bien lejos. En palabras simples: un “maloso”, un tóxico, como se dice.
Pero el hecho de que haya sido electo dos veces presidente de su país —y la segunda vez por 77 millones de estadounidenses— y que además tenga tantos admiradores y seguidores en muchos países, en particular venezolanos de adentro y afuera, y en este confuso y errático espacio llamado América Latina, obliga a preguntarse: ¿qué representa y a quién representa? ¿Cuál es su ideología?
Llamarlo de “derechas” sería lo más fácil, pero en el siglo XXI, izquierda y derecha ya no significan lo mismo que en el siglo XX. Conservador o neoconservador lo es, en cuanto se identifica con un nacionalismo sectario, racista y xenófobo, WASP (blanco, anglosajón, protestante). Cree fanáticamente en el dios de América, aunque él, en lo personal, no es nada religioso. Cree en el destino manifiesto de Estados Unidos como “pueblo elegido” y en su propio destino personal mesiánico para “salvar América”, tal como lo dijo cuando sobrevivió al atentado durante la campaña electoral.
Su lema “America First” y el movimiento MAGA son su principal plataforma electoral y política. Los objetivos de su mandato: asegurar las fronteras frente a los “bárbaros” externos e internos y enemigos estratégicos, básicamente China. De allí la “fortaleza americana”, reproducción simbólica de los fuertes o cuarteles de frontera en la conquista del Oeste.
No solo se aspira a la primacía, sino a la hegemonía. Y para tal propósito, China es el principal adversario. Para ganarle, hay que fortalecer la economía de Estados Unidos y ganar la carrera tecnológica de la inteligencia artificial, la conquista del espacio y todo lo que haga falta para mantener una superioridad militar aplastante.
A mi juicio, esta es la ideología de Trump: un nacionalismo a ultranza, que lo emparenta con las ideologías ultranacionalistas totalitarias del siglo XX —fascista, nazi e incluso comunista— aunque en este último caso me refiero no al comunismo internacionalista y proletario de Marx, Lenin y Trotsky, sino al comunismo patriotero de Stalin y sus herederos, de la “madre Rusia”, el alma eslava y su Iglesia Ortodoxa, que hoy tan bien representa Putin, un autócrata con 25 años en el poder y sin ganas de dejarlo, aunque Rusia ya no sea un país de economía comunista.
Este “cóctel” ideológico ayuda a explicar los fans de Trump, dentro y fuera de su país. Una hibridación de ideas, emociones, creencias y presuntos “valores o principios eternos”. De allí esa recurrencia permanente a las palabras: dios, patria, orden, familia, tradiciones. Y el rechazo patológico a lo diferente, diverso, al pluralismo y la tolerancia, y la adhesión ciega a una identidad primaria, infantil y tribal.
En el fondo, en el inconsciente, esto es producto del miedo al cambio y al caos. Por eso las reacciones son agresivas frente a quien no piensa como ellos, poseedores de la “verdad única”. Todo el que disienta es el “enemigo” que tiene que ser combatido y anulado. Un llamado directo a la violencia.
Por eso el lenguaje que usan es agresivo y descalificador, y la violencia directa se justifica cuando lo creen necesario. En el fondo, toda ideología es una pretensión de justificación y legitimación del poder. Todo “ismo” es útil, y el más poderoso sigue siendo el nacionalismo, aunque el mundo marche indeteniblemente hacia la globalización o mundialización, en el sentido de la interconexión tecnológica, económica, cultural y social.
La paz es un problema de todos. El cambio climático igual. Los derechos humanos no responden a nacionalidades. Igual las libertades individuales, que incluyen el libre pensamiento y la libertad de creencias. Las economías cada vez más integradas. Los “muros” fronterizos y la exclusión no son la solución.