Todos los venezolanos lo conocemos bastante bien. Es lógico: formamos parte de él. La suma de todas las generaciones que nos precedieron “hicieron” esta Venezuela nuestra, que nos da identidad y nacionalidad.
Aunque nuestros orígenes siguen en disputa, el mestizaje —fácilmente constatable, por lo menos antropológicamente— nos da una respuesta. Somos lo que somos. Somos nuestros territorios, usos y costumbres, locales, regionales y nacionales.
Somos una manera de pronunciar el español, con sus respectivos modismos. Territorio, idioma, usos y costumbres, cultura general compartida y una historia nos identifican, a nivel consciente e inconsciente.
Esta etnogénesis y etnohistoria, tan esquemáticamente expresada, se complica cuando nos planteamos el tema del conocimiento histórico profesional, con sus interpretaciones y variaciones, y sus relaciones con la memoria histórica colectiva y la conciencia histórica general.
En esta relación necesaria, dinámica, dialéctica y contradictoria, el mayor conflicto es entre el conocimiento histórico profesional —en ampliación y discusión permanente— y la historia oficial, que mantiene su inercia escolar y nutre el discurso oficial de los gobiernos de turno. Discursos absolutamente ideológicos y utilizados para legitimar la conquista del poder y su conservación.
Aquí es donde sufre grave daño la memoria histórica colectiva y la conciencia histórica general.
Eso explica, en parte, el frecuente extravío político de pueblos y sociedades, y el retraso permanente en llegar a la cita obligada con el futuro. Mariano Picón Salas lo vio muy claro cuando ubicó el comienzo del siglo XX venezolano en 1936. Creo verlo igualmente claro y repetido en este siglo XXI, que no termina de llegar a nuestro país.
Nos agota el anacronismo de más de lo mismo, empeorado. Ese nominalismo medieval de creer que la palabra demagógica, preñada de ilusiones y promesas, y la simple retórica política de un cambio y un futuro ideal, que prometiendo paraísos construye purgatorios e infiernos reales, en el aquí y el ahora.
Un país no es solo la suma de sus habitantes, recursos naturales, economía, sociedad, política, cultura. Es algo más. Es un sentimiento, una psicología, un pasado compartido, un presente y un futuro común.
Hoy, con ocho o nueve millones de venezolanos en emigración, hay dos Venezuelas que siguen siendo una sola por una o dos generaciones. Pero para quienes no regresen —por la razón que sea— y con otra nacionalidad, la segunda y tercera generación ya no serán venezolanos. Por la sencilla razón de que el pasado identifica, pero si el futuro lo encuentran en otra parte, esa es su nueva identidad, aunque las raíces, por un tiempo, puedan seguir siendo venezolanas.
La patria es patria cuando es un destino que nos agota en sus tres tiempos: pasado, presente y futuro.
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