La historia es la multifacética realidad diaria, diversa y compleja, siempre en movimiento. La política es uno de los componentes de esa realidad, quizás el más visible, cuyo objetivo es expresar las necesidades objetivas de la gente y sus legítimos intereses, que en la práctica se traducen en la lucha por el gobierno y el poder.
La política es expresión del conflicto inherente al todo
social y de los intereses divergentes o complementarios de los diversos
sectores o grupos.
En un plano internacional global y complejo, la política se
inserta como una necesidad inevitable de comercio, relaciones, convivencia o
desencuentro, incluida siempre la posibilidad extrema de la guerra. Política
interna y externa son inseparables y se retroalimentan. Toda política interior
define la política exterior en el marco de un mundo de Estados nacionales.
Cada Estado expresa, plantea y protege sus intereses
nacionales. Lo llamamos de manera simplificada “soberanía”, pero en el
entendido de que esa soberanía no sea percibida como amenaza o agresión a otro
Estado.
De darse una situación de conflicto y fracasada la
diplomacia, todo se reduce a una relación de poder, y siempre gana el de más
poder. Por una razón muy simple: la naturaleza de la política, que se sustenta
discursivamente sobre principios y valores, y presuntas doctrinas e ideologías
absolutas, pero que en la práctica de la disputa, la fuerza se impone y los
principios son relegados.
La historia lo refleja de manera permanente, y la
historiografía —siempre a posteriori— lo trata de explicar. Pero estas
explicaciones realmente son interpretaciones, altamente contaminadas por la
subjetividad e intereses del propio historiador y, lo que es inevitable, por su
propio tiempo.
El presente siempre contamina el pasado, y el pasado, por
muy parecido que sea con el presente, siempre es único, como único es cada
presente.
La historia es lo humano, completo y diverso, uno y
diferente, como definen las culturas y la antropología. En la historia no hay
héroes ni dioses, sino seres humanos con virtudes y defectos.
El hecho de que destaquen algunos nombres por sus talentos,
éxitos o atrocidades no debe confundirnos. Los motivos de los humanos son
múltiples y complejos, y muy condicionados por su sociedad y su tiempo.
La codicia y la ambición forman parte de nuestra naturaleza,
aunque tienden a presentarse disfrazadas. Igual el “deseo mimético”,
inseparable del individuo y de las sociedades.
Ángel Lombardi
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