La revista italiana de geopolítica LIMES, en su último número, analiza lo que llama la paz sporca (la paz sucia), partiendo del principio de que la paz, en la historia, siempre ha sido una tregua entre dos guerras. Es la consecuencia inevitable del otro principio: “si quieres la paz, prepárate para la guerra”.
Dicho de otro modo, la guerra es una constante en la
historia, y de allí lo afirmado por algunos autores con la llamada “trampa de
Tucídides”.
La guerra termina siendo inevitable, hasta ahora, por
motivos diversos. El más presente es la lucha por la primacía y la hegemonía:
la tentación del más fuerte de avasallar y derrotar a posibles rivales. A esto
lo hemos llamado historia universal, o historia de los imperios y
civilizaciones.
Con el arma atómica y nuclear, a partir de 1945, y las
nuevas tecnologías actuales —incluida la inteligencia artificial— se pensó que
la guerra total debía evitarse, porque acabaría con la humanidad y todos
perderíamos.
A pesar de esto, el llamado equilibrio del terror no ha
eliminado las guerras. Más bien, se han incrementado y se han creado términos
nuevos: guerras asimétricas, híbridas, proxy o indirectas, guerrillas,
terrorismo, etc.
Tanto es así que, en este momento, hay medio centenar de
conflictos en curso. Mediáticamente resaltan los focalizados en Ucrania y Gaza,
pero en ellos están involucrados muchos países, en particular las tres
principales potencias: Estados Unidos, Rusia y China.
El editorial de la revista LIMES hace un ejercicio
sobre escenarios bélicos en curso y en los próximos años. El resultado es
terrorífico, y por eso concluyen que solo un acuerdo de coexistencia pacífica y
reparto de esferas de influencia entre Estados Unidos, China y Rusia podría
garantizar cierta estabilidad global. Aunque seguirían existiendo conflictos y
guerras a nivel regional, la última palabra siempre la tendrían las tres
potencias citadas, particularmente las dos primeras.
Todo lo anterior nos lleva a una conclusión realista y
desoladora: las guerras no las ganan quienes tienen razón o creen tenerla, las
gana el más fuerte.
Ucrania, invadida, pierde la guerra, pierde territorios y
queda destruida, desmembrada y repartida entre Rusia y Estados Unidos. Igual
los palestinos: pierden la guerra y se van quedando sin territorio para crear
un Estado Palestino.
En las guerras no hay empate. Unos pierden y otros ganan. Es
así, y es injusto. Por eso se habla de “paz sucia”.
La historia está llena de ejemplos. Muy lejos estamos de la
ilusión ilustrada de Kant y la paz perpetua.
Luchar por la paz es justo y necesario, y estamos obligados
moralmente a ello. Pero el “hombre lobo del hombre” y la herencia cainítica
siguen en nuestros genes, tradiciones y culturas. La violencia nos hace y nos
deshace, y la política, inclusive, cae frecuentemente en la tentación de la
violencia. Por ello también la política se vuelve sucia con bastante
frecuencia.
En conclusión, y en función del realismo político y la
experiencia de la humanidad, es preferible una paz sucia a seguir con el
“matadero”. Es preferible una negociación imperfecta a una derrota definitiva.
En el arte se puede buscar lo perfecto. Igual en la
filosofía idealista, en las creencias religiosas y en nuestra vida privada y
social, estamos obligados a cultivar y practicar virtudes y valores. Pero
lamentablemente, no hemos logrado abandonar, como especie, la ira y la
rivalidad.
La competencia sin límites ni escrúpulos. La vanidad, la
ambición y la codicia. El deseo mimético de desear lo que otros tienen o lo que
cada uno cree merecer.
El que no entienda estas cosas de psicología elemental no ha
entendido nada, y menos cuando se trata de guerras y conflictos políticos.
Quizás esta es una de nuestras limitaciones para entender el
conflicto político nacional en curso desde hace dos décadas. La razón mágica
pretende una solución o desenlace ahora y ya, a la medida de nuestros deseos e
intereses.
En términos realistas, es preferible una negociación
imperfecta, con concesiones mutuas —si no, no es una negociación— a una
confrontación estéril, sin medir las fuerzas reales de cada sector o
antagonista.
Las ilusiones son consoladoras, hasta que la realidad las
convierte en pesadillas y tragedias.
Ángel Lombardi
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