Los tiempos se aceleran, son los inevitables tiempos de la globalización y el portentoso empuje tecnocientífico que caracteriza nuestra época. La sociedades, aunque aparentemente estáticas, siempre se mueven. La economía, con sus crisis cíclicas, desestabiliza y crea incertidumbres. La política lo que hace es “somatizar” estas realidades y estos síntomas mientras que la geopolítica lo proyecta a nivel internacional en un “juego” permanente de intereses y tensiones. El mundo siempre ha vivido en conflicto y para el conflicto y no podía ser de otra manera cuando cada país se asume como un proyecto único, que pretende girar exclusivamente en torno a sus intereses materiales e ideológicos, entendible lo primero pero totalmente irracional lo segundo, ya que no hay nada más insensato que la pretensión hegemónica en torno a una verdad única que nos obliga a imponérselas a los demás como sea y de cualquier manera. Las alianzas ideológicas siempre han existido y siempre terminan en fracaso particularmente cuando entran en conflicto con los intereses nacionales de cada sociedad. Tan absurda es la pretensión de una alianza revolucionaria como puede serla la sustentada en el libre mercado, como si la afinidad o identidad ideológica puede sustituir los intereses concretos de una sociedad y de un Estado.
Los nuevos desafíos internacionales con temas o problemáticas que trascienden los estrechos marcos de las naciones y los anacrónicos nacionalismos del pasado. Paz y guerra, pobreza y desarrollo, ambiente y demografía, entre otros, dejan de ser problemas locales y nacionales y se convierten en problemas globales que tienen que ser asumidos con criterios globales que trasciendan en mucho los simples egoísmos nacionales, así como las limitaciones ideológicas de un determinado gobierno. Estos pasan, los Estados quedan por tiempos relativamente largos y el desafío es cómo conciliar estos intereses particulares con intereses de interés general para la humanidad sustentado en un planteamiento menos egoísta y más solidario tanto de la política como de la economía. La relaciones internacionales no pueden sustentarse ni en los egoísmos nacionales ni en los fundamentalismos ideológicos. Las nuevas, complejas y desafiantes realidades nos obligan a trascender nuestra propia experiencia histórica, así como nuestro horizontes mentales tradicionales. De lo que se trata es de humanizar la globalización en aras de una mayor reciprocidad internacional a pesar de las desigualdades geopolíticas existentes.
domingo, 27 de junio de 2010
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