lunes, 6 de diciembre de 2010

El poder como enfermedad

“En el poder y en la enfermedad”, es un libro del médico y político inglés David Owen que trata del “síndrome de hybris” palabra esta última que significa en griego algo así como “una intoxicación de poder” para referirse a aquellas personas que por su desmesura, soberbia y arrogancia se creen mejor que los demás o pretenden que están por encima de otros.
Cuando el presidente se asume y proclama como el único necesario e insustituible para gobernar este país, no hay duda que sufre de hybris y evidentemente no está solo en esta megalomanía del poder, especialmente en el campo político cuando se asumen predestinados a un cargo. En el pasado reciente Rafael Caldera lo sufrió en demasía y de allí que en un afiche para una de sus tantas campañas presidenciales se identificara como “el mejor”, por cierto copiado de un político italiano del partido comunista Palmiro Togliatti. La hybris es una enfermedad extendida y endémica, la sufre el tirano del caribe Fidel Castro y cuanto dictador y líder mesiánico ande por allí. El dictador ugandés Idi Amin la sufrió hasta la excentricidad, como cuando le ofrece a Inglaterra ayuda alimentaria gobernando un país asolado por las hambrunas. Igualmente el loco de Libia, Gaddafi, o el “guerrero de Dios” Saddam Hussein, definitivamente nacidos para vergüenza y desgracia de sus pueblos. Owen, caracteriza la hybris como un desorden de la personalidad que los aísla y los incapacita para prestarle atención a otros, se aíslan y hablan en nombre del “pueblo”, la “nación” y porqué no, en su desmesura, hasta llegan a hablar de Dios, como fue el caso del sanguinario dictador Francisco Franco en España. Esta enfermedad, locura o paranoia, se acentúa con el ejercicio del poder y de allí el daño irreparable que provocan estos enfermos que nos gobiernan. En la sociedad moderna del siglo XXI tan importante va a ser el control del poder, como evitar e inhabilitar a estos individuos. La democracia moderna y en desarrollo va a exigir de manera imperativa la despersonalización del poder y la institucionalización del mismo, en aras de una responsabilidad individual pero dentro de un concepto de equipo inteligente. Una sociedad sana no puede estar gobernada por la insania, afortunadamente hemos avanzado lo suficiente como para establecer en todo momento la posibilidad de retirar constitucionalmente del poder a quienes, aunque tengan una legitimidad de origen, fracasen en una legitimidad de desempeños y resultados y puedan ser sometidos al control social respectivo.

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