El poder en términos conceptuales, es algo etéreo e indefinido, pero el ejercicio del poder siempre es algo tangible y concreto. En sentido antropológico y cultural, el poder implica: prestigio, representación y capacidad concreta de influir o determinar acciones que benefician o perjudican a los “otros”. En términos estrictamente políticos el “poder es el cargo” y la influencia que se tenga o se ejerza desde el mismo, aunque no necesariamente, ya que pudiera darse la posibilidad de ejercer una influencia por prestigio o modelaje ético e intelectual. Inherente al poder está la “auctoritas” y la legitimidad, esa fuerza moral intangible pero eficaz, que posibilita el verdadero ejercicio del poder, como algo necesario y positivo para los demás, es la versión moderna de la vieja frase “el que sabe y puede” para tipificar al gobernante ejemplar y al líder útil, tal como lo exigían Confucio y Platón. Frente a estos conceptos morales y filosóficos del poder, se contraponen las diversas patologías que contaminan el ejercicio del mismo, como la ilegitimidad y la arbitrariedad cuando alguien, en el ejercicio de un cargo, de manera abusiva y contraria a toda justicia, se considera único e insustituible y por encima de toda norma o límite, convierte la subjetividad y la arbitrariedad en suprema ley política. Todo poder por definición es temporal y limitado y termina en un poder vacío, solo sostenible por el temor o el terror, cuando esto sucede, la violencia es inevitable y el desenlace siempre será en contra de ese poder arbitrario y vacío, y es que “la fuerza no es poder” ya que irrespeta la única fuente legitimadora del poder que no es otra que la justicia y el consenso. Como dice Francisco Rivero en su artículo en el diario Tal Cual del 16-11-2010 “La lucha por la verdad, no por el poder, es la condición de posibilidad de toda justicia y por lo tanto de toda auténtica sociedad. De eso, de la lucha por la verdad se trata la política”.
En consecuencia nuestra crisis es política, económica, social e histórica, porque es una crisis moral, ya que desde el poder se ha dejado de practicar la justicia y se ha secuestrado la representación popular y la autonomía de los otros poderes. El poder debe volver a ser controlado por la sociedad y para ello es importante que perdamos el miedo a pensar y a actuar en consecuencia o como decía Erich Fromm en un libro emblemático “hay que perderle el miedo a la libertad”.
lunes, 6 de diciembre de 2010
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