Esta es una novela del egipcio Naguib Mhafuz (1911), premio Nobel de literatura en 1988. Esta novela publicada originalmente en árabe en 1964 con el título de “Al Tariq” y apenas traducida en nuestra lengua en el 2003 (Ediciones mr-Martinez Roca). Este libro nos atrapa desde la primera línea. Toda la novela es una poderosa metáfora de la condición humana, presentada esta como un destino ineludible a partir de unos orígenes y una infancia que nos marca a fuego lento pero igualmente es el destino humano que se decide en y por nuestras acciones. Es la terrible libertad de nuestros actos que nos obligan a escoger y en esa decisión(es) perdernos o salvarnos. Son las encrucijadas vitales o los tiempos agónicos que determinan toda una vida.
El protagonista, Sabir Sayid vive la orfandad traumática de un padre desconocido que sale a buscar de manera infructuosa inducido por la madre moribunda. A partir de allí, toda su vida asume una dialéctica existencial de pasado-presente que se extravía en esa relación atormentada que la memoria establece. La otra presencia poderosa en la novela es la mujer: Karima, Ilham, Anfushi, mujeres arquetípicas que en sí mismas expresan en su relación con el hombre, todas las posibilidades de redención, sufrimiento y condena que existen en las relaciones humanas. La madre protectora y providente hasta la castración psicológica del hijo. Las otras mujeres que lo seducen y manipulan hasta inducir al protagonista al asesinato, así como hay otra mujer inocente y angelical que intenta redimirlo con su amor imposible.
La vida del protagonista Sabir Sayid es un destino que como todo destino humano se va definiendo en la cotidianidad por pequeñas (in)decisiones que terminan definiendo y hundiendo a Sabir en su naufragio inevitable. La filosofía del libro es pesimista y el ser humano es presentado como un ser irredimible y que por su voluntad o falta de voluntad transita su propio purgatorio y termina construyendo su propio infierno. El lenguaje del libro es poderoso y poético, con sus nubes cargadas de oscuridad y su atmósfera cómplice del estado de ánimo de los personajes, la belleza es subjetiva, no es el paisaje ni la naturaleza externa y objetiva quien nos condiciona sino es la mirada humana que la condiciona y define. En estas vidas Dios está ausente y en silencio y los seres humanos abandonados en su soledad existencial y metafísica. El sendero somos nosotros mismos en nuestro peregrinar trágico, la vida termina siendo ilusoria y absurda.
lunes, 6 de diciembre de 2010
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