jueves, 19 de mayo de 2011

El militarismo en la historia moderna y contemporánea de América Latina y Venezuela

En sociedades desestructuradas o invertebradas y de insuficiente modernidad, es decir, en sociedades atrasadas o subdesarrolladas, el militarismo es una presencia permanente y recurrente por las mismas características de la institución y estamento militar: un cuerpo orgánico cerrado sobre sí mismo, disciplinado y obediente y en posesión del argumento político más convincente, las armas de la república. Circunscribiéndonos a nuestro ámbito geográfico e histórico, América Latina y Venezuela en los últimos dos siglos se puede decir que la institución militar ha sido el protagonista y principal beneficiario de nuestro proceso político desde los procesos emancipadores hasta nuestros días. El militar de la independencia surge del hecho mismo que esta es producto fundamental de una guerra, en su mayoría, nuestros “militares” provenían del mundo civil sin preparación profesional, los hechos y las circunstancias los hicieron militares, la guerra misma y sus exigencias, de allí la apreciación de que nuestras guerras de emancipación empezaron siendo guerras civiles y sociales y solamente con el tiempo terminaban desarrollándose en conflictos bélicos más convencionales. Si revisamos el número de participantes en cada batalla, en su mayoría escaramuzas y guerra de guerrillas y la causa principal de muerte, éstas expresaban más las condiciones sanitarias deplorables que las víctimas causadas directamente por el enfrentamiento, para no herir susceptibilidades locales podemos poner como ejemplo la guerra civil norteamericana cuya principal causa de muerte fueron la disentería y otras enfermedades propias de la época y de las circunstancias, todo esto ampliamente documentado y estudiado en la historiografía norteamericana.
Otro aspecto del “militarismo” como ideología justificadora y exaltadora del dominio de un estamento armado sobre el resto de la sociedad es el temprano poder económico que adquiere, no solamente por la vía del pillaje y la rapiña o como más benignamente se dice “botín de guerra” sino por el temprano control del comercio y fundamentalmente de las tierras, una constante en nuestra historia agraria es la compensación en tierras por los sueldos adeudados. En Venezuela se le identifica con la llamada “Ley de los haberes militares” que reconocía y recompensaba en tierras las deudas de la república arruinada e insolvente. La preeminencia y el control del estamento militar sobre el resto de la sociedad fue tan grande y abusivo que en el Cono Sur hacia mitad del siglo XIX se puso de moda la siguiente frase: “Los libertadores nos libertaron de España ¿Quien nos libera de los libertadores?”. Otro aspecto del militarismo en Venezuela es el llamado culto a Bolívar, ampliamente estudiado y particularmente por el trabajo pionero de Germán Carrera Dama. En nuestra historiografía se ha dado una batalla silente en torno a la figura histórica de Bolívar, por un lado la corriente historiográfica que lo asume como un héroe predestinado y brillante militar que culmina a nivel simbólico en la figura solemne y mayestática, lejana y distante del libertador y desde otro abordaje literario e historiográfico se re-crea a un Bolívar en sus complejidades psicológicas y atormentado destino. El Bolívar “escolar” y del culto familiar y popular es el Bolívar invicto e invencible. En otros textos se insistía en el Bolívar civil y en sus facetas humanas, pero siempre la tendencia dominante fue la interpretación que se imponía desde el poder. José Antonio Páez con la traída a Caracas de los restos mortales del héroe inicia este culto canónico. Continuado por Guzmán Blanco y Juan V. Gómez hasta López Contreras, Pérez Jiménez y nuestro actual gobernante. La visión heroica de nuestro proceso histórico se condensa en los monumentos de Carabobo erigido en la época de Juan Vicente Gómez y en el de los Próceres de Caracas construido por Marcos Pérez Jiménez, en donde se establece de manera escultórica y simbólica nuestro Panteón en donde la prevalencia de lo militar y la ausencia de lo civil es patente; este imaginario nutre una identidad nacional en donde el aspecto militar y heroico es el origen y culminación de todo lo importante y destacado en nuestra historia, aunque una lectura crítica de ese imaginario y esa simbología nos llevaría a identificarlo básicamente con un discurso de poder desde el poder, franca manipulación de la mayoría de quienes han ejercido el poder en Venezuela y en paralelo con ello el culto popular y religioso de un padre de la patria que de alguna manera expresa y compensa la orfandad psíquica y afectiva de muchos, así como el “irredentismo” de buena parte de nuestra sociedad que no termina de ser liberada de sus miserias y explotaciones internas y externas. No es casual que este imaginario sustente y exprese la ideología “militarista” fuertemente presente en nuestra estructuras sociales y mentales autoritarias así como en el poder político y control del estado que ha configurado una historia nacional de caudillismo, autocracias y dictaduras. Nuestros caudillos militares han tenido plena conciencia sobre la naturaleza del poder en Venezuela y la importancia de la institución armada al respecto, una anécdota que se le atribuye al dictador Marcos Pérez Jiménez es ilustrativa: en una fiesta en el Círculo Militar, después de las elecciones robadas de 1952, invita al principal líder de la oposición en aquel momento Jóvito Villalba, a presenciar el desfile de su partido; textualmente le dice Pérez Jiménez a Jóvito Villalba. “Doctor, lo invito mañana al desfile de mi partido” - Al día siguiente se celebraba la Gran Parada Militar con motivo del 141 Aniversario de la Independencia. Esta conciencia de la importancia política del poder militar para acceder y permanecer en el poder ha sido una constante en la historia nacional y ha sido aprovechada tanto por militares como por algunos civiles, como por ejemplo el propio Rómulo Betancurt, sacralizado como el padre de la democracia (otra vez el padre en nuestra historia) y que en su atajo al poder en 1945 no tuvo escrúpulos en asociarse con la camarilla militar de Marcos Pérez Jiménez para acceder al gobierno a través del golpe de estado en 1945. El golpe de estado ha sido la figura más recurrente de nuestra historia política, tanto en los actores políticos como en la imaginación de la mayoría, incluso en los tiempos más modernos Betancourt, consciente de esto y habiendo aprendido la lección del 45, cuando regresa a la presidencia en 1959 por vía electoral no tiene otro empeño en la conservación del poder y cumplir con el lapso constitucional de 5 años que el control de los militares y su subordinación al poder civil, espíritu, convicción y propósito que de una u otra manera se trató de recoger en la Constitución de 1961 y en la propia Constitución de 1999, lamentablemente una élite extraviada y una sociedad enferma, propio de una sociedad minera y rentista termina olvidando las lecciones de la historia y vuelve a privilegiar la visión militarista del poder y de nuestra historia. En los últimos años en Venezuela se vuelve a popularizar el protagonismo militar y en una versión política postmoderna de autocracia y dictadura los cuarteles vuelven a ser el epicentro de la política nacional.
En América Latina esta es una historia recurrente y así vemos como en todo el siglo XX en la mayoría de nuestros países la mayor parte del tiempo el poder ha sido ocupado por militares o civiles con apoyo militar con honrrosas excepciones, los más publicitados de estos regímenes o de mayor arraigo y de persistente influencia ha sido el peronismo argentino, el fidelismo cubano, el pinochetismo chileno, así como el velazquismo peruano. Esta presencia política de los militares en el poder y su ideología concomitante. El militarismo ha marcado de tal manera nuestra historia que inspirada en ello se ha desarrollado una larga tradición literaria que arranca con el “Tirano Banderas” de Valle Inclán (El militarismo ibérico también forma parte de la tradición de nuestro militarismo lationamericano) pasando por “Yo el supremo” de Roa Bastos y el “Otoño del Patriarca” de García Márquez para solo referirnos a las obras más reconocidas.
El problema militar y el militarismo ha sido una preocupación constante en nuestra historia y una amenaza cierta tanto que Andŕes Bello prefiera el exilio europeo y chileno huyendo de nuestras terribles guerras. Igual Simón Rodríguez con su angustiado “no hay república sin repúblicos” como expresión de una postura vital frente a la constatación cierta de sociedades ancladas en el atraso, la ignorancia y el fanatismo. La historia civil de nuestros países está por escribirse, centenares de intelectuales y personas preocupadas por el futuro de nuestra sociedades que clamaban por la necesidad de un sistema educativo que permitiera desarrollar el sentido de ciudadanía y de civilidad sin las cuales todo proyecto modernizador y democrático no sería posible. El propio Bolívar en particulares momentos de lucidez y especialmente en los últimos años agónicos expresaba su frustración frente a la persistencia de la guerra y la preeminencia de los hombres de armas sobre el mundo civil. En los comienzos de la república Juan Germán Roscio y durante todo el el siglo XIX José María Vargas, Tomás Lander, Fermín Toro, Cecilio Acosta y algunos otros fueron ejemplos esclarecido de civilidad y civilización, deseaban una república civil, sin tutelajes militar, un verdadero estado de derecho y un respeto a la dignidad y libertad propias de un ser humano. En el siglo XX en general sigue siendo un anhelo insatisfecho esta necesidad de república civil con respeto pleno a los derechos humanos, con prevalencia y acatamiento constitucional y a nivel de gobierno con elecciones pulcras, alternativa democrática y la necesaria rendición de cuentas. Instituciones autónomas e institucionalidad absoluta particularmente en el caso de las fuerzas armadas y el poder judicial.
Comenzando el siglo XXI seguimos arrastrando esta trágica herencia de incivilidad y militarismo y seguimos en deuda en la construcción de una república civil y democrática.
El “militarismo” no es la ideología de la Fuerzas Armadas democráticas y modernas sino es la pervivencia de un atavismo que las terminan usando y desnaturalizando en aras del extravío y corrupción de algunos de sus miembros y las ansias de poder de otros. Los militares y la institución armada son pilares fundamentales de la república civil y democrática y tienen su lugar y definición den la Constitución y el Estado y está en su propio interés institucional combatir y evitar la perniciosa ideología del militarismo que tanto ha perjudicado al país y a las propias fuerzas armadas, sus primeras víctimas, al pretender convertirlas en guardias pretorianas y prisioneras de la ambición política de algunos de sus miembros. En nuestra historia más reciente la tradición militarista está claramente identificada en los gobiernos de Cipriano Castro con su temperamento de hombre audaz y de “tirar la parada” hasta asumirse como un predestinado y mesiánico hombre de poder. Igualmente Juan Vicente Gómez cuyo soporte de poder fue su innegable astucia así como su crueldad y el convertir a las fuerzas armadas en un instrumento casi personal de poder. Su larga permanencia en el gobierno se explica además porque supo manejar con verdadera maestría la codicia de algunos de sus conciudadanos y el temor y el miedo de la mayoría. El neogomecismo tuvo en López Contreras su representante más esclarecido que supo entender los nuevos tiempos que corrían y adaptarse a los mismos y con sus “Cívicas bolivarianas” y sus “Misiones bolivarianas” y el involucramiento de la Guardia Nacional creada por él en tareas de apoyo a algunas actividades civiles que de alguna manera lo convierten en un antecedente directo de algunas de las iniciativas del actual presidente. Así como Marcos Pérez Jiménez pretendió que las fuerzas armadas fueran “su fuerzas armadas” propósito que afortunadamente no logró tal como se demostró el 23 de enero de 1958.
El militarismo como ideología, mentalidad y realidad sociocultural no son fáciles de erradicar de nuestra historia pero si de verdad apostamos por una República civil y democrática sustentada en la educación y la cultura y de cara a los desafíos del siglo XXI no tenemos otra alternativa que empeñarnos en superar este atavismo que tan perjudicial ha sido para el progreso efectivo de nuestro pueblo.

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