En 1908, el escritor José Vicente Romero con la caída de Cipriano Castro, defenestrado por Juan Vicente Gómez, compadre y vicepresidente exclamó: Se fue Atila, pero dejó el caballo. Algo parecido podríamos repetir con la llegada al poder en 1998 del actual presidente, con una prédica de futuro realmente nos estaba ofreciendo el pasado con su fuerte dosis de personalismo, militarismo y populismo. El país de finales del siglo XX lucía confundido y extraviado, en una crisis, cuyas causas se conocían: el rentismo petrolero y la corrupción, pero nadie se atrevía a denunciarlo y a comprometerse a combatir. Una sociedad satisfecha de sí misma, que se sentía diferente y mejor que el resto de sus vecinos y que creía que el desarrollo alcanzado era irreversible. Tres acontecimientos habían expresado en profundidad la radicalidad de nuestra crisis y que no terminábamos de entender y asumir: 1983, 1989 y 1992. La crisis económica, la crisis social y la crisis política. Casi 30 años después seguimos iguales o peor, una sociedad extraviada, confundida y en muchos casos cómplice, en un sistema de corrupción creciente. Agréguese el miedo a nuestra cotidianidad con una inseguridad creciente y la incertidumbre con respecto al futuro, con un gobierno después de 12 años, definitivamente fracasado que comienza como un proyecto de revolución liberadora y termina traicionada en sus postulados y posibilidades progresistas. Desde 1936, el país políticamente se había enrumbado desde un centro político prudente a un centro-izquierda necesario. El actual gobernante se asumió heredero de esta izquierda venezolana y latinoamericana y terminó estructurando un gobierno ineficaz y corrupto y en donde los soportes fundamentales siguen siendo la renta petrolera malversada y unos grupos de poder militares y civiles que configuran un nuevo grupo en el poder cada vez más aliados a los viejos sectores económicos y muy lejos de un gobierno del pueblo.
En 1935 al morir Juan Vicente Gómez, Laureano Vallenilla Lanz ideólogo del gomecismo y conocedor en profundidad de nuestra sociedad, desde París exclamó: ha muerto el gran loquero. Para significar que la Venezuela de la época solo era posible gobernarla desde la condición de una sociedad enferma y muy limitada en todo sentido y que necesitaba un César providencial para mantenerla bajo control. Hoy el mensaje pareciera ser el mismo, una sociedad extraviada y enferma y que sólo un César mesiánico puede gobernarla o por lo menos es lo que cree el presidente que es único, insustituible y necesario.
jueves, 19 de mayo de 2011
Y llegó el pasado
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