Para un buen lector de la historia, la conducta humana siempre se repite. Cambian las épocas, las circunstancias, los personajes, pero las motivaciones del deseo, la ambición, la codicia y la vanagloria siempre están presentes.
Como ejemplo de lo dicho, tenemos a Julio César, quien
intentó un golpe de Estado para imponer su poder personal vitalicio en la
república senatorial de la cual él formaba parte. Igual Napoleón Bonaparte,
hijo de la Revolución Francesa y de la Primera República Francesa, pero que
terminó creando su propio imperio y se coronó emperador.
Y nuestro Libertador, Simón Bolívar, hijo de la república
independiente y su principal protagonista. Ganada la guerra y creada la
República de Colombia —que posteriormente los historiadores llamaron la Gran
Colombia— terminó proponiendo para la recién creada República de Bolivia un
presidente vitalicio.
Más allá de las diferencias, que las hay, el propósito final
de los tres era el poder vitalicio. Caro les costó tal propósito: a Julio
César, la vida; y a Napoleón y Bolívar, el exilio.
Estudiando estos tres casos y otros parecidos, estudiosos de
la política y la historia —el propio Marx incluido— acuñaron las palabras
"cesarismo" y "bonapartismo" para referirse al golpe de
Estado que impone un nuevo régimen de tipo autocrático, sustentado
fundamentalmente en el poder militar.
En los tres casos, fueron producto de épocas de guerras y de
profundas discordias y guerras civiles. César contra Pompeyo, antiguos aliados
políticos. Napoleón y la gente de la revolución, antiguos aliados. Bolívar,
confrontado por antiguos aliados y subordinados: Santander en Bogotá, Flores en
Ecuador, Páez en Venezuela. Plutarco diría: “Vidas paralelas”.
Y los ejemplos de casos parecidos se multiplican en la
historia. El golpe de Estado como fenómeno recurrente en las repúblicas.
Para ceñirme a la actualidad: Estados Unidos, Rusia y China
son tres poderosas repúblicas constitucionales, bastante diferentes entre
ellas, pero en las tres, de diferentes maneras, se trata de crear un poder
autocrático. Putin y Xi Jinping cambiaron la constitución para lograr su
autocracia vitalicia; y Trump intenta por todos los medios reforzar el poder
presidencial. Casos diferentes, pero parecidos en sus intentos personales de
poder.
El resto del mundo, incluida nuestra llamada América Latina
—todas repúblicas democráticas formalmente— pero con algunos presidentes que se
empeñan en quedarse. Y el principal sostén para este propósito son las fuerzas
armadas.
La tentación autoritaria y totalitaria siempre está presente
en la historia, entre los ambiciosos y grupos de poder. En períodos anteriores
era casi normal el cesarismo y el bonapartismo, dado que la democracia era una
idea antigua, pero llevada a la práctica solo en los últimos 200 años.
Pero en pleno desarrollo del siglo XXI, con experiencias
democráticas exitosas en todo el mundo, que el golpe de Estado siga estando
presente y con abundante frecuencia para cambiar de régimen o para resolver
profundas crisis nacionales, habla muy mal de la cultura democrática de la
humanidad.
Ángel Lombardi
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