En América Latina y en Venezuela parte del drama
político es que no vivimos la modernidad en sus principales aportes:
renacimiento, ilustración, revolución industrial y tecno-científica. Esto nos ha llevado a definir una cultura de
la modernidad más como una moda y una retórica que como realidad, de allí la
pre-modernidad internalizada en nuestra cultura imperante y el avanzar en
círculo.
Por todo
ello nos empeñamos en seguir en la pre-modernidad, atrapados en el pasado y
negando el futuro, lo del siglo XXI es pura retórica en nuestro caso.
La brecha se ensancha
entre ricos y pobres, los primeros son cada vez menos y más ricos y los
segundos cada vez más y más pobres. “En
1960, el 20% más rico de los países del mundo era 30 veces más rico que el 20%
más pobre. Treinta años después en 1990,
el 20% más rico de los países, era 60 veces más rico que el 20% más pobre”.
Igual
la brecha tecnológica, los países avanzados se despegan y nos dejan otras y nos
convierten en simples consumidores y usuarios de chatarra tecnológica. América Latina no llega al 2% de la
innovación tecno-científica mundial, es decir nada o casi nada. Si a eso unimos nuestra decreciente
participación en el comercio mundial (apenas el 4%, en 1980 era el 5% y en 1950
era el 12%) estamos hablando entonces de una peligrosa y grave involución
histórica. Los Latinoamericanos, y en
general el llamado Tercer Mundo hemos redefinido el concepto de progreso y
desarrollo, como un avanzar/retrocediendo.
Nos empeñamos en la pre-modernidad, negamos la racionalidad moderna y
seguimos empecinados en el anti-desarrollo, anclados en una mentalidad
mineralizada un pensamiento mágico/mítico, y un complejo de superioridad que se
traduce en un etnocentrismo provinciano y que aquí lo padecemos en grado sumo
sustentado en la idea que somos un país rico y que nuestra clase dirigente
tiene el complejo en grado patológico y que alimenta un optimismo panglosiano y
enfermizo que les hace pensar que avanzamos mientras retrocedemos; rodeados de
miseria y carencias; seguimos hablando de nuestras riquezas y maravillas
naturales, cuando día a día destruimos y depredamos nuestro ambiente y
reducimos nuestra calidad de vida.
No se
trata de ideologizar el optimismo o el pesimismo; ni dejar de ser optimistas y
esperanzados, sino de asumir realística y críticamente nuestra realidad y
avanzar de manera real y no retóricamente, empobreciendo el país mientras nos
vanagloriamos de nuestras riquezas
y bondades, que si tenemos, pero nos
empeñamos en despilfarrar y desbaratar.
Otra
negación de la modernidad ha sido el desprecio por las formas y los
procedimientos, seguimos pensando en los hombres providenciales y las
soluciones mágicas e inmediatistas, sólo cuando asumamos el principio de la
norma general y el respeto a la misma; el fiel cumplimiento de las leyes y el
cumplimiento del deber, no como una concesión o un favor, sino como una
obligación legal y moral; en ese momento habremos entendido y asumido, la
importancia y pertinencia de la tecno-burocracia que decía Max Weber.
La
Sociedad moderna y democrática se fundamenta en la revolución industrial y
tecno-científica. En el Estado de
Derecho y en la educación en su más amplio y eficiente sentido. El progreso o desarrollo es un proyecto
histórico que debe ser asumido por toda la población sin magia y sin
complejo. La educación es permanente y
solo alcanzará la plenitud de sus posibilidades cuando toda la Sociedad se
convierta en educadora, desde la familia pasando por la comunidad hasta el
modelaje de la clase dirigente, que en este sentido tiene una gran
responsabilidad y que nuestro medio lamentablemente se ha convertido en un
modelaje negativo.
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