domingo, 14 de febrero de 1999

EL FRACASO DE LA MODERNIDAD



En América Latina y en Venezuela parte del drama político es que no vivimos la modernidad en sus principales aportes: renacimiento, ilustración, revolución industrial y tecno-científica.  Esto nos ha llevado a definir una cultura de la modernidad más como una moda y una retórica que como realidad, de allí la pre-modernidad internalizada en nuestra cultura imperante y el avanzar en círculo.
        
         Por todo ello nos empeñamos en seguir en la pre-modernidad, atrapados en el pasado y negando el futuro, lo del siglo XXI es pura retórica en nuestro caso.

         La brecha se ensancha entre ricos y pobres, los primeros son cada vez menos y más ricos y los segundos cada vez más y más pobres.  “En 1960, el 20% más rico de los países del mundo era 30 veces más rico que el 20% más pobre.  Treinta años después en 1990, el 20% más rico de los países, era 60 veces más rico que el 20% más pobre”.

         Igual la brecha tecnológica, los países avanzados se despegan y nos dejan otras y nos convierten en simples consumidores y usuarios de chatarra tecnológica.  América Latina no llega al 2% de la innovación tecno-científica mundial, es decir nada o casi nada.  Si a eso unimos nuestra decreciente participación en el comercio mundial (apenas el 4%, en 1980 era el 5% y en 1950 era el 12%) estamos hablando entonces de una peligrosa y grave involución histórica.  Los Latinoamericanos, y en general el llamado Tercer Mundo hemos redefinido el concepto de progreso y desarrollo, como un avanzar/retrocediendo.  Nos empeñamos en la pre-modernidad, negamos la racionalidad moderna y seguimos empecinados en el anti-desarrollo, anclados en una mentalidad mineralizada un pensamiento mágico/mítico, y un complejo de superioridad que se traduce en un etnocentrismo provinciano y que aquí lo padecemos en grado sumo sustentado en la idea que somos un país rico y que nuestra clase dirigente tiene el complejo en grado patológico y que alimenta un optimismo panglosiano y enfermizo que les hace pensar que avanzamos mientras retrocedemos; rodeados de miseria y carencias; seguimos hablando de nuestras riquezas y maravillas naturales, cuando día a día destruimos y depredamos nuestro ambiente y reducimos nuestra calidad de vida.

         No se trata de ideologizar el optimismo o el pesimismo; ni dejar de ser optimistas y esperanzados, sino de asumir realística y críticamente nuestra realidad y avanzar de manera real y no retóricamente, empobreciendo el país mientras nos vanagloriamos de  nuestras riquezas y  bondades, que si tenemos, pero nos empeñamos en despilfarrar y desbaratar.

         Otra negación de la modernidad ha sido el desprecio por las formas y los procedimientos, seguimos pensando en los hombres providenciales y las soluciones mágicas e inmediatistas, sólo cuando asumamos el principio de la norma general y el respeto a la misma; el fiel cumplimiento de las leyes y el cumplimiento del deber, no como una concesión o un favor, sino como una obligación legal y moral; en ese momento habremos entendido y asumido, la importancia y pertinencia de la tecno-burocracia que decía Max Weber.

         La Sociedad moderna y democrática se fundamenta en la revolución industrial y tecno-científica.   En el Estado de Derecho y en la educación en su más amplio y eficiente sentido.  El progreso o desarrollo es un proyecto histórico que debe ser asumido por toda la población sin magia y sin complejo.  La educación es permanente y solo alcanzará la plenitud de sus posibilidades cuando toda la Sociedad se convierta en educadora, desde la familia pasando por la comunidad hasta el modelaje de la clase dirigente, que en este sentido tiene una gran responsabilidad y que nuestro medio lamentablemente se ha convertido en un modelaje negativo.

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