Es difícil
caracterizar a nuestro siglo, pero en su complejidad el miedo ha sido el
sentimiento dominante. Siglo sin Dios,
asumió la finitud existencial sin esperanza.
Igualmente la fe en el progreso, como ley de la historia, pertenece al
pasado. Se desconfía del futuro y se
recela de la propia revolución científico-técnica. El “otro” ha sido asumido como enemigo. La crisis permanente en todos los ordenes es
la característica dominante. El
holocausto se ha convertido en una posibilidad real. El poder se ha centralizado, absolutizado y
despersonalizado mientras el ser humano ha sido rebajado a simple objeto. La libertad y la igualdad vuelven a ser
percibidas como utopías. Todo un ciclo
histórico y su cultura han entrado en agonía durante nuestro siglo XX. Una manera de ser hombre, la europea, se
rinde cuenta a sí misma y se apresta a ser revelada. Nuevos pueblos y nuevos retos se disputan el
futuro. Los artistas y escritores han
sido siempre los más sensibles a las crisis históricas, inclusive se les
anticipan. La crisis europea del siglo
XX fue asumida y reflejada en muchos creadores y obras, pero particularmente
por Franz Kafka (1883/1924), escritor atormentado de los abismos humanos, que
sumió la soledad y la vocación literaria como un destino y una expiación,
escindido entre varias culturas y religiones, nadie se sintió más fuera de
época que él y nadie expresó mejor el problema fundamental de nuestro tiempo;
el poder como aniquilador de la persona.
Él, el más débil e insignificante de los mortales, atemorizado por la
vida, extento de todo poder, intentó y fue capaz de sustraerse al poder bajo
todas sus formas. “De todos los
escritores, Kafka es el mayor experto en materia de poder, lo ha vivido y configurado
en cada uno de sus aspectos”. (Elías
Caentti).
Kafka sabe que el valor fundamental
de un ser humano es su dignidad, la peor agresión, la humillación y las más
degradante, la pobreza. El se sabe
formando parte de esa humanidad agredida, de los humillados y ofendidos de la
tierra, en donde la humillación es cotidiana, “de cada día y cada hora”.
Sus héroes son los héroes y anónimos
del miedo; se han desposado con la angustia y el absurdo, abandonados por al
esperanza, siempre víctimas. La excepción
es la novela “América”, la cual, según Canetti, es la obra menos desesperada y
perturbadora de Kafka. En el “Proceso”
Josef K., es sometido a un proceso absurdo frente a un tribunal invisible,
ignora de que se le acusa, sin juicio es condenado y degollado. En el “Castillo” K., agrimensor, es llamado a
un castillo en el cual nunca logra penetrar, ni averiguar quién y para qué lo
llaman y muere ignorándolo todo. Para
Jorge Luis Borges “Dos ideas –mejor dicho, dos obsesiones- rigen la obra de
Franz Kafka. La subordinación es la
primera de las dos; el infinito y la segunda.
En casi todas sun ficciones hay jerarquías y esas jerarquías son
infinitas”. En pocos autores la
biografía es tan esclarecedora de la obra, como en el caso de Kafka. Judío checo de cultura alemana, nunca logra
asumir ni superar la figura paterna, ni asumir su propio cuerpo que lo
avergonzaba; hipocondríaco y neurótico, aterrorizado frente al matrimonio,
detestaba prácticamente todo de la vida, con excepción de la literatura, vocación
obsesiva de escritor que no impide el deseo de autoinmolación al ordenar a su
amigo Max Brod que destruya todo lo que había escrito. Su identidad judía lo persiguió siempre, como
buen judío vivía de obsesiones, miedos seculares y de una tenaz esperanza.
Su peregrinaje existencial gira en
torno a la identidad y al desarraigo, como a su pueblo le toca asumir y sufrir
el exilio, la culpa y la expiación (pecado, castigo y consuelo). El destino es la inalcanzable tierra
prometida, vislumbrada, pero no poseída (Moisés), igual que sus personajes,
Kafka es condena a nunca pasar del umbral, (con enormes necesidades afectivas,
pero incapaz de amar.
Autor y obra se confunden, el horror
y la angustia frente al absurdo y al
poder identifican la vida y la obra de Franz Kafka, sentimiento trágico de la
vida y del mundo que igualmente identifican nuestro siglo XX.
El ser humano está destinado a ser
víctima del mundo cuyo poder nos aplasta: “Yo estaba indefenso, confrontado con
la figuar que, sentada tranquilamente, fijada su mirada sobre la mesa. Daba vueltas en torno de ella y sentí que me
estrangulaba. En torno de mí daba
vueltas un tercero, que se sentía estrangulado por mí. En torno del tercero daba vueltas un cuarto,
que se sentía estrangulado por él. Y
todo ello proseguía hasta la rotación de las constelaciones y aún más
allá. Todo se sentía asido por el
cuello.
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