I. ¿QUÉ ENSEÑAR Y CÓMO ENSEÑAR?
Hace muchos años, un ilustre
venezolano Isaac Pardo, escribió un hermoso libro sobre nuestro siglo germinal,
el siglo XVI, titulado “Esta tierra de gracia”, angustiado y herido en su
sensibilidad de padre y de venezolano, al advertir la aridez con que era
enseñada la historia en nuestras escuelas.
Transcurrido
el tiempo esta enseñanza permanece anclada en su aridez y la historia se sigue
enseñando en escuelas y liceos como una asignatura antipática e impopular,
plagada de fechas y datos inútiles, además de anacrónica y anticientífica.
La
enseñanza de la historia al igual que nuestra historiografía ignoran por
completo el extraordinario desarrollo de los estudios históricos en los últimos
50 años, estudios vinculados al desarrollo de las Ciencias Sociales y que han
permitido elaborar toda una ciencia de la historia, como una verdadera “Nueva
historia”: “ciencia en construcción”, “ciencia en elaboración” según el decir
de Pierre Vilar, que postula y ha logrado un conocimiento histórico
suficientemente objetivo y con un rigor teórico-metodológico equiparable a
cualquier otra disciplina científica en el campo de las Ciencias Sociales.
Nuestra
enseñanza de la historia gira en el ámbito de la Historia Universal, en un
eurocentrismo tan anacrónico que los propios europeos están renunciando a él; y
en la dimensión de la historia nacional, ésta se ha particularizado tanto a
nivel de ciertas etapas al igual que se ha oficializado de tal manera, como
asignatura de la nacionalidad, que ha renunciado a sus posibilidades
científicas y teóricas más importantes.
Si
bien es cierto que la enseñanza de la historia surge en el siglo XVIII, ligada
estrechamente con la fe y la prédica del Estado-Nación, hoy esto ya no es
verdad, en la misma medida que el Estado-Nación ha sido relegado al pasado por
las nuevas realidades de la Historia.
Lo difícil no es enseñar la sucesión de acontecimientos sino estructurar un conocimiento científicamente válido de la realidad histórica.
Entre la multiplicidad casi infinita
de hechos y testimonios que los seres humanos han dejado tras de sí, ¿cómo
seleccionar para la enseñanza los más adecuados? ¿Cómo y quién determina esta
selección? ¿El Estado, la Sociedad, la
Escuela, el Maestro? Nosotros creemos
que esencialmente es la propia historia, como disciplina científica quien de
acuerdo a su desarrollo y evidencias debe plantearse sus objetivos a nivel de
enseñanza.
Dos preguntas deben formularse: ¿Qué enseñar?
¿Cómo enseñar?
Enseñar historia a niños y jóvenes es
reivindicar la vieja definición ciceroniana:
“la historia como maestra de la vida”; pero igualmente es necesario
entender la historia como una teoría científica de la realidad total; en donde
el ser humano individual y social, en su devenir, es la referencia obligada, es
decir su historicidad; de allí que la historia o es humanista o no es. Un humanismo histórico concreto, expresión y
reflejo de la aventura humana por la hominización, es decir la lucha
permanente por la libertad y la
justicia; desterrando todo etnocentrismo y reivindicando el pluralismo
cultural.
Cada pueblo, cada sociedad debe ser
conocida y reivindicada en sus orígenes, tradiciones y cultura, sin prejuicios
etnocéntricos ni axiologías (valorizaciones y juicios de valor)
descalificadoras.
La historia es crítica y liberadora o
no es. De allí que subleva verla
reducida a una religión cívica oficial: etnocéntrica, particularista y
subjetiva.
La responsabilidad no recae en el
educador, aunque éste no es ajeno al empobrecimiento y estancamiento de la
asignatura, sino en el Estado: la Constitución Nacional, la Ley de Educación,
el Plan de la Nación, etc..., que al establecer determinados fines y objetivos
educativos, condiciona y mediatiza a este tipo de asignatura hacia una
orientación oficial y patriotera.
La enseñanza de la historia tiene que
ser rescatada y colocada a la altura científica que la disciplina ha
alcanzado. De allí que el planteamiento
global tiene que ver con la totalidad del sistema educativo como aparato
ideológico.
¿La educación como liberación o como
opresión? Este es el dilema. La enseñanza de la historia es una pieza más
en esta ideologización (enmascaramiento) de la realidad. Pieza importante y por donde se podría
comenzar el cuestionamiento y el desmontaje del aparato educativo como sistema
de alienación.
La escuela tiene que ser transformada
y hay que comenzar por “educar al educador”.
En esta dirección es vital el papel de la Universidad a través de sus
Departamentos y Escuelas de Historia. Se
hace necesario reconciliar el aprendizaje que se recibe en la Universidad con
lo que se enseña en escuelas y liceos.
Acabar con la actual contradicción en que incurren o son sometidos
nuestros egresados, entre la enseñanza universitaria que se recibe,
pretendidamente crítica y científica y lo que se enseña en escuelas y liceos de
acuerdo a los objetivos y programas establecidos.
Más
que teorías científicas de la historia se enseñan o deforman diversas
interpretaciones historiográficas. De
allí la importancia para el maestro y el profesor, a la par con su formación
teórico-metodológica, el manejo crítico de las fuentes historiográficas.
La
historia que se enseña sigue siendo en lo esencial la llamada historia
tradicional o “de acontecimientos” en donde prevalece lo heroico y lo
individual; historia eminentemente política y anecdótica, eurocéntrica y
europeísta, anclada en la vieja cronología (Edad Antigua, Edad Media, Edad
Moderna y Edad Contemporánea); un tiempo histórico estructural y orgánicamente
discontinuo, anclado en un pasado muerto y en donde sistemáticamente se rehuye
la contemporaneidad. Historia aséptica,
neutral, acrítica y anticientífica. De
allí que la historia escolar y cierta historia académica sea percibida como
algo ajeno e inútil.
La historia es presentada y enseñada
como una epopeya, una narración más vinculada al discurso literario que al
quehacer historiográfico de vanguardia; una historiografía que ensaya nuevos
métodos, explora nuevas vías, integra disciplinas diversas y desarrolla un
revisionismo necesario.
La historia escolar ha sido sometida
a un proceso reduccionista, ha sido particularizada al máximo, se enseña el
dato por el dato y se gira en torno a un etnocentrismo estrecho. Hemos creado una verdadera fe histórica, una
religión y una iglesia bajo la denominación de historia. Hemos creado tipologías y arquetipos locales
al servicio de la Patria, la Nación o el Estado. Se han mezclado intereses con ilusiones; se
han creado nuevos mitos (la historia conjuntamente con la TV y el cine son los
principales hacedores de mitos en nuestro tiempo) y se ha rechazado
sistemáticamente la verdad histórica, al desterrar de nuestros textos, (en su
mayoría textos mercenarios así como bibliografías manipuladas, unilaterales,
parciales y restrictivas) los aportes historiográficos obtenidos por la ciencia
de la historia especialmente en los últimos 50 años.
La
historia escolar tiende a reproducir con todos sus defectos y excesos la visión
nacionalista de la historia, parroquial y provinciana, constituyéndose en un
anacronismo sin excusa en una época y un Mundo Contemporáneo, por definición
interdependiente y solidario a nivel planetario. Cada vez las historias europeístas y
nacionales tradicionales satisfacen menos, de allí que la historiografía
contemporánea se oriente hacia otros campos y explore nuevas vías.
¿COMO ENSEÑAR?
Si en el qué enseñar, es inexorable
el mandato de la historia-ciencia; en el cómo enseñar, es inevitable la
dictadura del educando. Su edad y
condición socio-cultural determinarán el cómo enseñar, aunque puedan existir
algunos principios psico-pedagógicos de aplicación general.
Durante mucho tiempo se creyó que la
historia era inaccesible al niño, ya que la historia es esencialmente historia
de adultos y el niño carece de la experiencia necesaria para comprenderla,
afortunadamente esta tendencia ha sido superada y hoy se ha valorizado al
máximo ciertas características infantiles (imaginación, emotividad, memoria,
interés por la vida real) como recursos importantes en el aprendizaje
histórico.
Mientras
menor sea la edad del educando mayor hincapié debe hacerse en la enseñanza
audiovisual, una enseñanza eminentemente gráfica y concreta.
Hasta los 10 años aproximadamente
(ver a Piget y otros el concepto de tiempo y espacio en el niño) el niño tiende
a visualizar su entorno y a través de los diversos datos de la realidad, en
donde prevalece la información sobre la interpretación, va familiarizándose e
internalizando su espacio histórico, una percepción eminentemente sensual
(visual, auditiva, olfativa, etc...) más que intelectual.
Imaginativo y sensible el niño es
dúctil y propicio a desarrollar el hábito de la lectura siempre y cuando ésta
tienda a satisfacer esencialmente esa imaginación y esa sensibilidad, esto se
logra cuando la referencia inicial sea siempre la propia contemporaneidad.
La Literatura es fundamental en la
formación histórica de nuestro estudiante, Churchill decía que él había
conocido la historia de Inglaterra a través de Shakespeare. La prensa diaria es un auxiliar
extraordinario para el educador, orientando la lectura adecuada de la
misma. Se le debe empezar a orientar en
el uso adecuado de los Medios de Comunicación, es necesario convertir en
realidad los principios de la “educación permanente” así como el de la “ciudad
educativa”. No habrá otra etapa tan
importante como esta de los primeros años para cumplir con la exigencia del
“aprender a ser” y en ello la enseñanza de la historia juega un papel
fundamental para formar o deformar; de allí que la responsabilidad del
enseñante de historia se acreciente en la formación del individuo en estos
primeros años de su vida.
A medida que avanza en edad el
educando (en sentido general la adolescencia) la enseñanza de la historia debe
irse orientando hacia las diversas interpretaciones y explicaciones científicas
que se han ido elaborando sobre la realidad histórica.
Ir
de lo simple a lo complejo, ampliándose lineal y concéntricamente las explicaciones. En vez de la historia lineal, segmentada y
trunca, hecha de compartimientos estancos, proponemos el llamado método
regresivo o retrospectivo. Partiendo
siempre de la propia contemporaneidad es necesario proporcionar una visión
totalizadora de la realidad captada en toda su complejidad y dinamicidad.
El niño y el joven vive
acuciantemente una necesidad de identidad, esta búsqueda existencial puede ser
apoyada por la enseñanza de la historia en la medida que la historia se
presente como un vasto movimiento colectivo en equilibrio inestable con su
tiempo y espacio; tanto los pueblos como los seres humanos necesitan
reconciliarse con ellos mismos, con la propia realidad social, con la
Naturaleza toda; si un objetivo puede plantear la historia es la conquista de
una perfectibilidad progresiva, material y espiritual, de la cadena
bio-genética que configura la humanidad en la perspectiva de un evolucionismo
orgánico profundamente libertario y humanista.
El hombre, como hacedor de cultura y protagonista de la historia es una
de las ideas a demostrar e inculcar. O tenemos fe en la historia o ésta no
puede ser enseñada. Con mente abierta y
crítica y con corazón generoso, como dice L. Febvre “hay que formar hombres
capaces de situarse en su justo lugar en el conjunto de las generaciones”.
Es necesario que el “conocimiento del
Pasado” se extienda no como algo ajeno y externo a nosotros mismos sino como
una toma de conciencia que nos permita ubicarnos en el proceso histórico,
entendido como una cadena biológico-genética-social.
Conciencia, identidad, compromiso son
objetivos fundamentales en la enseñanza de la historia; a la manera de los
viejos sofistas griegos o como más recientemente lo expresara el Che Guevara
“por mi condición de hombre nada de lo humano puede serme indiferente”. Hay que desarrollar entre los seres humanos
el parentesco de los ideales y las esperanzas colectivas.
Ningún recurso puede sustituir las
vivencias directas. La historia empieza
y termina en la realidad, por consiguiente la enseñanza debe partir siempre de
lo real y más inmediato a la experiencia del alumno.
Los
programas deben ser sintéticos y flexibles; el maestro y el profesor deben
siempre motivar a partir de experiencias e intereses concretos del alumno; éste
es en definitiva quien orientará los programas.
El maestro se limitará a cumplir los objetivos que se desprendan de la
especificidad psicológica y socio-cultural de su alumno y la cientificidad de
la historia como disciplina.
II.
HISTORIOGRAFÍA Y
ENSEÑANZA DE LA HISTORIA
No hay nada más fecundo para el historiador y para el que es profesor
de historia, la formación y reflexión historiográfica. ¿Qué
se ha escrito y cómo se ha escrito la historia?, y estrechamente
vinculado; ¿cómo se ha enseñado la historia?.
La historicidad de nuestra disciplina es un campo fértil de
investigación, necesario para desarrollar algunas conclusiones sobre el tema de
discusión.
Como disciplina europeísta y europeizante la historia entre nosotros se
constituye sobre el modelo y la evolución de la
historia en Europa.
Comienza siendo esencialmente un arte y una literatura. Una historia narrativa llena de magia y de
mitología, inspirada en una tradición literaria americana, especialmente en los
llamados cronistas y viajeros de indias sin base documental y con un aparato
teórico influido directamente en las corrientes filosóficas-literarias europeas
a la moda. Lo más cercano a la
objetividad histórica en estas obras, era la descripción geográfica y
etnológica, la intuición acertada de algunos hechos y algunas interpretaciones
caracteriológicas; a manera de ejemplos
se pueden citar: “La historia” de Oviedo y Baños; la de Bello y la de Baralt y
Díaz.
Entre el siglo XVII y XVIII en Europa surge la crítica histórica y la
llamada historia filosófica como consecuencia y expresión de la expansión mundial europea, que precede y
anuncia al Romanticismo y al Positivismo, teorías decimonónicas, expresión y
reflejo del auge y hegemonía del Estado Nacional. Ambos movimientos, de enorme proyección e
influencia en nuestros países se combinan para legitimar el Estado Nación, y a
la clase que dirige y encarna el proceso: la burguesía (la historia siempre la
escriben los vencedores y es la versión oficial que se extiende a la
enseñanza).
Esta historiografía crea una entelequia histórica: el pueblo, y lo
adorna con los colores locales, regionales y nacionales hasta crear el mito de
la identidad y la nacionalidad, en nombre de los cuales las diversas burguesías
nacionales explotan y se enriquecen a costa de las grandes mayorías,
irónicamente el verdadero pueblo, es el gran ausente de estos textos oficiales.
Surgen los mitos de las razas superiores y el espacio vital: lengua,
tierra y sangre se constituyen en la trilogía que pretendidamente motorizan la
historia, que explican todo el proceso humano; avala y justifica toda
explotación y toda violencia.
Nuestra historiografía recorrerá los mismos cauces bajo la inspiración
e influencia de estas peligrosas y parciales teorías, que oficializadas
penetrarán en las escuelas para fundamentar el culto a la patria y a los
héroes, legitimando el poder y la riqueza de los nuevos amos de la República,
quienes en nombre del pueblo y la patria, codiciosamente acrecentaban sus
patrimonios.
Nuestra historia escolar era convertida en una verdadera “pedagogía del
ciudadano” conformista y servil.
La historia se institucionaliza y adquiere respetabilidad y
preeminencia: la Academia de la Historia; la Sociedad Bolivariana y con ella
cierta historiografía adquiere rango de versión oficial.
Se crean las versiones oficiales y las bibliografías oficiales;
nuestros maestros y alumnos, a través de los programas escolares son enrolados
en este “culto histórico” de la “identidad”, “de la nacionalidad” y “de la
patria”. Versión parcializada simplista
de una realidad nacional que es escamoteada en su dimensión más real, en aras
de unos intereses neo-coloniales verdaderamente desnacionalizadores.
La otra historiografía, la revisionista, la que está teórica y
metodológicamente al día; la universitaria; la de orientación marxista y
neo-marxista, la de un valor científico incuestionable no logran penetrar el
santuario escolar.
Como dice G. Carrera Damas “la carga crítica y renovadora contenida en
la obra de varios destacados historiadores permanece como enquistada y
trasciende poco y tardíamente al campo de los estudios históricos”.....“este
aislamiento prolongado entre los productos de la investigación y los estudios
históricos responde a vicios desesperantes pero en extremos difíciles de
erradicar”.....“estas consideraciones nos han llevado a creer que la renovación
de nuestros estudios históricos habrá que buscarla, durante una primera y larga
etapa, en la transformación de la enseñanza de la historia”.
III.
EL METODO
RETROSPECTIVO
Sin pretender ser exhaustivos sino apenas apuntar una dirección que
sugerimos explorar y experimentar, recomendamos el método retrospectivo, como
el más apropiado al educando, especialmente los jóvenes, así como el que
responde mejor al sentido y naturaleza de la historia.
Nos dice Marc Bloch “la incorporación del presente nace fatalmente de
la ignorancia del pasado. Pero nos es,
quizás, menos vano esforzarse por comprender el pasado si no se sabe nada del
presente”... “en verdad conscientemente o no, siempre tomamos de nuestras
experiencias cotidianas los elementos que nos sirven para reconstruir el
pasado”.
Agrega otro autor: “de la misma manera que la investigación histórica
ha procedido partiendo del presente y retrocediendo hacia el pasado, la
enseñanza de la historia ha de seguir el mismo camino”.
El joven es un adulto en ciernes que vive la realidad como problema,
interrogándola y en confrontación con ella, desarrolla un interés vital por el
presente, obsesivamente trata de comprenderse y de comprender su entorno,
social e histórico. Su comprensión del
pasado es siempre a partir de su contemporaneidad. Como dijera B. Croce “la historia siempre es
contemporánea” al igual que es cierta la afirmación “cada generación necesita
reescribir la historia”, de allí que la historiografía no sólo expresa
doctrinas, filosofías, ideologías e intereses diversos sino que es
definitivamente hija de su tiempo.
El Presente es el tiempo referencial ineludiblemente necesario para
toda indagación, estudio y enseñanza de la historia.
Nuestro mirador histórico siempre es el presente, somos un eslabón de
una larga cadena histórico-evolutiva pero al mismo tiempo somos culminación e
inicio de etapas y procesos indetenibles.
La dinámica de la historia tiene por eje siempre el Presente; el pasado
es incomprensible sin éste y el futuro no es más que proyección de nuestro
presente.
El tiempo histórico: etapas, cronologías, coyunturas no es más que la
confluencia dinámica, estructural, orgánica, dialéctica de un pasado y un
futuro que se concretizan y definen en un eterno y movible presente.
Solamente desde este presente conocemos y comprendemos. No otra cosa es la llamada conciencia
histórica , un aquí y ahora que resume siglos y genera siglos.
El adolescente tiene hambre de presente porque sabe o presiente que
allí se juega su futuro; el joven exige que se le ayude a convertirse en
contemporáneo de sí mismo, una contemporaneidad asumida conscientemente, porque
todo ser humano tiene derecho a convertirse en “testigo del presente y profeta
de lo porvenir”.
Instintivamente el joven rechaza el pasado como cosa muerta, de allí el
fastidio frente a la historia que usualmente se le enseña y la impopularidad y
descrédito de estas asignaturas; podría decir como en la Biblia “que los
muertos entierren a sus muertos”.
Si bien la historia “es el conocimiento del Pasado” éste tiene que ser
aprehendido en función de lo que está vivo.
Nos identificamos con la expresión de H. Pirenne “si yo fuera un
anticuario sólo me gustaría ver las cosas viejas. Pero soy un historiador y por eso amo la
vida”. Principio que recogerá la llamada
escuela de los “Annales” (Bloch, Febvre, Braudel, etc...), y que sintetizarán
en la fórmula “Historia-vida”.
No tenemos la menor duda sobre la pertinencia y viabilidad del método
retrospectivo, aunque no ignoramos las dificultades de su aplicación, no siendo
las menores los hábitos mentales de educadores y educandos y la inercia de una
pedagogía de la fecha y el dato histórico aislado, de la memorización cargante
y empobrecedora, del enciclopedismo retórico que a nada conduce.
El método retrospectivo exige de hecho un nuevo tipo de educador, mejor
formado, con vocación y disciplina de trabajo, definitivamente comprometido con
la ciencia y el compromiso social.
La inquietud no es nueva, (no queremos contribuir a desarrollar una
nueva moda teórica, por simple afán de novedad, cosa a la cual somos tan
afectos los latinoamericanos, especialmente en los medios académicos), aquí en
América Latina se vienen manejando estas ideas desde los años 50; así vemos
como en el año de 1954 en un Seminario de enseñanza de la Historia llevada a
cabo en San Juan de Puerto Rico “se recomienda que algunos países acometan por
vías de experimentación la enseñanza retrospectiva integral de la historia”.
En Buenos Aires, en 1968 se realizó el “Primer Simposio sobre enseñanza
de la historia Argentina y Americana” aprobándose en la Comisión de Metodología
la siguiente moción: “Propiciar las experiencias sistemáticas del uso del
método retrospectivo o regresivo, a partir de hechos actuales, por considerarlo
de gran importancia en la motivación pedagógica y para lograr que la historia
sea efectivamente un instrumento adecuado para la comprensión de la realidad
actual”.
El filósofo J.D. García Bacca sostiene que en el clima intelectual de
nuestra época, la Historia, después de la Ciencia y la Técnica, representa la
preocupación fundamental del hombre contemporáneo. Es deber nuestro contribuir al desarrollo de
la Historia, no ya por simple afán de conocimiento y comprensión, sino
conjuntamente con la Ciencia y la Técnica, para ayudar a transformar el Mundo
en aras de la liberación plena, de la Humanidad.
Chamo me mandaron a hacer una tarea de este betulio y no se ni que estai hablando man, no entendí naida.
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